José Antonio González Casanova: conciencia crítica, hombre de consejos

El catedrático de Derecho Político murió este viernes a los 86 años

El catedrático José Antonio González Casanova.Tejederas

La reformulación de una cultura de izquierdas en España se comprende a través de trayectorias honorables como la de José Antonio González Casanova, fallecido este viernes a los 86 años. Nacido en Barcelona en 1935, este hijo de la victoria franquista creció en un hogar donde había un pequeño altar en el recibidor. Junto a una bomba lanzada por el Ejército italiano, en un escudo en forma de águila podía leerse el homenaje al tío militar fusilado tras haberse sublevado: “Capitán de artillería, muerto por Di...

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La reformulación de una cultura de izquierdas en España se comprende a través de trayectorias honorables como la de José Antonio González Casanova, fallecido este viernes a los 86 años. Nacido en Barcelona en 1935, este hijo de la victoria franquista creció en un hogar donde había un pequeño altar en el recibidor. Junto a una bomba lanzada por el Ejército italiano, en un escudo en forma de águila podía leerse el homenaje al tío militar fusilado tras haberse sublevado: “Capitán de artillería, muerto por Dios y por España. ¡Presente!”.

El estudiante González Casanova, siempre brillante y socializado en un colegio de la élite local —los jesuitas de Sarrià, donde conoció a su íntimo amigo Alfonso Carlos Comín—, pronto saltó del nacionalcatolicismo doméstico a una temprana fascinación por la izquierda revolucionaria. El motor primero de esta transición fue una vivencia de la fe que él, junto a su esposa, Maria Rosa Virós, hizo indesligable del compromiso cívico.

Cooptado por el primer equipo de la revista de catolicismo progresista El Ciervo y tras haber sufrido el impacto de la miseria en el Servicio Universitario del Trabajo, ese licenciado en Derecho estuvo en la célula que puso en marcha el Front Obrer Català (FOC), variante del Frente de Liberación Popular. Al tiempo, empezó a trabajar como pasante en el despacho del ejemplar abogado laboralista Francesc Casares, pero no tardó en abrírsele la vía académica.

Atendiendo la sugerencia del joven profesor Jordi Solé Tura, Manuel Jiménez de Parga lo invitó a ser ayudante de su cátedra de Derecho Político, uno de los principales viveros de la oposición intelectual barcelonesa. En 1963 leyó su tesis El comité popular de la comuna yugoslava, su ejemplo de la mejor construcción posible del socialismo y cuya articulación consideraba factible gracias al federalismo sobre el que siempre pensó.

En 1967 ganó la cátedra de Derecho Político de la Universidad de Santiago de Compostela. Ante sus colaboraciones periodísticas en La Voz de Galicia, donde inició su labor como orientador desde la prensa, el ministro Manuel Fraga fue taxativo en un encuentro con su director: “Que se ande con cuidado, porque sé muy bien quién es y lo que hace”.

A principios de los setenta, regresó a Barcelona para ocupar la cátedra de Teoría del Estado de la Facultad de Económicas y en 1974 publicó Federalisme i autonomia a Catalunya, una monografía dedicada a historiar una estructura de relaciones que había determinado el desarrollo del Estado.

Más allá de artículos en múltiples tribunas —su recopilación La lucha por la democracia en España fue secuestrada—, en el prólogo de la Transición aquel libro lo visualizó como uno de los académicos mejor preparados para pensar el modelo territorial para la democracia. Como tantos militantes históricos del FOC, participó en el proceso que desembocaría en la creación del PSC. Y, aunque estaba en las listas iniciales de la candidatura a las primeras elecciones generales, su nombre se cayó. Pero no dejó de prestar asesoramiento y fue clave en la ponencia socialista que elaboraba su proyecto de Constitución. En una de esas sesiones, Alfonso Guerra fue taxativo: “El compañero [Gregorio] Peces-Barba está completamente de acuerdo con tus opiniones y las tendrá en cuenta, sobre todo en el sistema autonómico”.

Fueron los años de plenitud de este respetado maestro de juristas. Después asumiría su rol cívico como hombre de consejo. “Yo no sirvo para gobernar, sino para aconsejar”, le dijo a Pasqual Maragall. Aconsejar como conciencia crítica, bondadosa, con los partidos del poder, también el suyo, encaminándolo hacía las posiciones de su Memorias de un socialista indignado o las que veía encarnadas en la lucha de su hija Itziar contra la corrupción urbanística de Barcelona. El martes debía participar en la presentación de un libro. El director de El Ciervo habló en su nombre, leyendo unas líneas que eran resumen moral de su vida.

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