La voz del muerto y el yo inexistente
El tribunal asiste a la búsqueda infructuosa de una grabación fantasma y a la negación de López del Hierro de ser él mismo
—¿Es usted don Santiago López?
—No, Santiago Lago.
El tercer testigo de la mañana es el primero que comparece en vivo y en directo. Los dos anteriores lo han hecho por videoconferencia y con el objetivo claro de escurrir el bulto lo antes posible. El primero de ellos es ...
—¿Es usted don Santiago López?
—No, Santiago Lago.
El tercer testigo de la mañana es el primero que comparece en vivo y en directo. Los dos anteriores lo han hecho por videoconferencia y con el objetivo claro de escurrir el bulto lo antes posible. El primero de ellos es Luis Gálvez, un empresario ya entrado en años que está salpicado por otros casos de corrupción del Partido Popular y por eso aparece en la pantalla pegado a su abogado —uno de esos tipos que solo usan la mascarilla cuando están callados—, que le va soplando, literalmente, cuándo puede contestar a una pregunta y cuándo puede resultar peligrosa para sus intereses. Si ya son engorrosos los interrogatorios telemáticos, los tríos virtuales a mascarilla quitada son un peligro. La cosa termina pronto y sin un dato que merezca la pena. El segundo testigo es el marido de Dolores de Cospedal.
—¿Es usted don Ignacio López del Hierro?
—Y Bravo.
Es un tic curioso que ya se observó en Federico Trillo… -Figueroa. Los acusados con apellidos de rancio abolengo se incomodan cuando el presidente se los parte en dos, y corren a juntarlos para que conste en acta. El caso es que el empresario López del Hierro comparece dispuesto a negarlo todo, incluso su propio yo. Niega que Luis Bárcenas se refiriera a él cuando escribió en sus papeles que un tal “López Hierro” y un cual “López H.” entregaron dinero contante y sonante en la sede del PP. Dice que se estaría refiriendo a otra persona, tal vez, sugirió, a un “López Hernández” cualquiera. Y también niega haber visitado el edificio de Génova 13 por motivos profesionales, aunque ya todo el mundo sabe y pudo escuchar que en el verano de 2009 metió al comisario Villarejo en su propio coche por el aparcamiento de la sede del PP para que se reuniera con su esposa, a la sazón secretaria general del partido que entonces presidía Mariano Rajoy. Los abogados de la acusación tuvieron el detalle de no preguntarle a López del Hierro si conocía a Dolores de Cospedal.
El tercer testigo, este sí de carne y hueso, es Santiago Lago. Ni se incomoda cuando el juez se confunde con el apellido ni viene a negar nada. Dice que es amigo de Luis Bárcenas desde los años ochenta, que lo sigue siendo, y que allá por enero de 1997 acompañó al representante de una empresa francesa a entregar 10 millones de pesetas a Luis Bárcenas y a Álvaro Lapuerta. Lo dice así, en plan campechano, como si fuera la cosa más normal del mundo —o tal vez porque lo era—, sin recurrir al habitual ‘no me acuerdo’ o ‘me falla la memoria’:
—Llamé a Luis y le dije que un empresario quería entregar 10 millones de pesetas.
El testigo ha sido propuesto por Gustavo Galán, el abogado de Luis Bárcenas, con un doble objetivo. Por una parte, acreditar una vez más que las anotaciones de los papeles son ciertas, salvo alguna cosa. Por la otra, que la caja b del PP no fue una extraña invención de su cliente, sino que correspondía a un mecanismo muy bien engrasado de financiación irregular del partido desde los tiempos de José María Aznar y en el que también participaba el anterior tesorero del PP, el senador Álvaro Lapuerta, fallecido en 2018.
Los siguientes testigos, propuestos asimismo por el abogado de Bárcenas y con la misma intención, son cuatro periodistas, y aquí la cosa se complica, así que tal vez sea conveniente deconstruirla para los no iniciados. El abogado tiene la intención de que el primer periodista confirme que en una ocasión grabó a Lapuerta, que este le confirmó la existencia de sobresueldos de dinero negro en el PP y que esa grabación existe. El periodista en cuestión le dice que se acoge al secreto profesional, que siempre ha respetado la confidencialidad de sus fuentes y que más aún si están muertas. Así que el juez llama al periodista número dos.
Este segundo periodista habló de esa grabación en un libro, pero reconoce que no la escuchó. Que pase el tercer periodista. El tercer periodista dice que él sí la escuchó, y que Lapuerta hablaba allí de “cantidades brutales” de dinero, algo que desmienten otros periodistas que no están en la sala pero que sí escucharon la entrevista cuando se grabó. La cuarta periodista no habla de la cinta, solo viene a hablar de su libro.
Durante un par de horas, el tribunal asiste muy entretenido a una discusión estéril sobre la voz grabada de un muerto, sobre si se escuchaba bien o mal, sobre si Lapuerta estaba ya entonces enfermo o todavía no y sobre quién ha sacado más exclusivas en su vida. A las dos de la tarde se levanta la sesión. Hay muchos lugares en Madrid donde perder una preciosa mañana de primavera. Y, sobre todo, muchísimo más céntricos.