Los infinitos escondites de la marihuana
Investigadores de Guardia Civil y Policía Nacional destacan la creatividad de los narcos para ocultar la planta, tanto para cultivarla como para distribuirla hacia Europa
A comienzos de octubre, un senderista que paseaba por el parque natural Los Montes de Málaga notó un olor extraño que se mezclaba con las fragancias a romero, tomillo y pino del entorno. Parecía salir de una venta —un típico restaurante de carretera— cerrada hace unos años y situada cerca del municipio de Colmenar. Llamó al 091 y la Policía Nacional puso en marcha la Operación Lepanto. Un equipo de agentes vigiló los movimientos alrededor del viejo edificio, comprobó una conexión ilegal a una torre de electricidad y percibió el mismo aroma que el dominguero. Un mes después irrumpieron en la fi...
A comienzos de octubre, un senderista que paseaba por el parque natural Los Montes de Málaga notó un olor extraño que se mezclaba con las fragancias a romero, tomillo y pino del entorno. Parecía salir de una venta —un típico restaurante de carretera— cerrada hace unos años y situada cerca del municipio de Colmenar. Llamó al 091 y la Policía Nacional puso en marcha la Operación Lepanto. Un equipo de agentes vigiló los movimientos alrededor del viejo edificio, comprobó una conexión ilegal a una torre de electricidad y percibió el mismo aroma que el dominguero. Un mes después irrumpieron en la finca, donde descubrieron 1.300 plantas de marihuana y un millar más de tiestos preparados para otra remesa junto a lámparas, extractores y ventiladores. Cuatro personas fueron arrestadas.
Los investigadores empiezan a acostumbrarse a los muchos y variados espacios que, como este antiguo negocio, utilizan los productores de maría para evitar la mirada de extraños y la presión policial. La buhardilla de un gimnasio, naves industriales, invernaderos, chalés de lujo, zulos, habitaciones subterráneas bajo pistas de tenis, piscinas cubiertas, pisos okupados o incluso camiones son algunos de los lugares usados para esconder las plantaciones. “La creatividad es infinita”, dice uno de los policías que dirigió la Operación Lepanto.
El cultivo de marihuana vive una época dorada en España. En 2019 se incautaron 1,3 millones de plantas, un 65% más que el año anterior, así como 32 toneladas de cogollos, un 10% más que en 2018, según el Ministerio del Interior, que ha tenido que comprar más trituradoras para deshacerse de lo intervenido. Un histórico récord que los especialistas creen que se superará en el balance de 2020. El territorio donde se concentra la producción es Andalucía, que acumula un tercio de las aprehensiones —más de 11 toneladas y 663.429 ejemplares— y es la principal exportadora de esta planta a Europa, especialmente a los países del norte. “No hay provincia que esté libre de este tipo de actividad”, señala la memoria de la Fiscalía de Andalucía en 2020, que critica la permisividad de parte de la población. No hay, en todo caso, un monopolio verde andaluz: en Valencia y Alicante también rondaron las dos toneladas incautadas en 2019, y en Madrid y Barcelona se superaron los 3.000 kilos.
El clima acompaña en el sur para las plantaciones al aire libre casi todo el año, pero el mayor crecimiento se registra en los cultivos bajo techo. Basta adquirir semillas de forma legal en cualquier grow shop (establecimiento dedicado a la venta de productos relacionados con el cultivo de cannabis), adquirir lámparas, tiestos y ventiladores en Internet y lanzarse a una actividad no excesivamente castigada por la ley —la pena máxima por tráfico de marihuana es de cuatro años y medio de cárcel— y especialmente lucrativa. Una planta mediana puede dejar unos 500 euros de beneficio, cifra que multiplica hasta cuatro veces al año porque cada cosecha necesita de apenas un trimestre. Bien lo sabía la familia que cultivaba 18.000 ejemplares en un gran invernadero en Cajiz (Vélez-Málaga) cuya producción fue valorada en 43 millones de euros.
En Almería, fuentes de la Guardia Civil explican que las grandes organizaciones suelen realizar cultivo bajo plástico a gran escala con hasta 40.000 plantas de una tacada. “Pero lo más habitual son pequeñas plantaciones en viviendas okupadas que la crisis del ladrillo dejó vacías”, comenta un investigador, que descubrió a un delincuente que había excavado una habitación bajo su casa, en el campo almeriense, a la que accedía a través de una trampilla bajo el sofá. “Se veían los cimientos”.
Las ubicaciones suelen cambiar cada poco tiempo. “Si te quedas en el mismo sitio, el vecino, un trabajador… alguien termina hablando”, cuenta el jefe de Estupefacientes de la Policía Nacional en Málaga. Hay una excepción: las plantaciones subterráneas que, según los investigadores de la Guardia Civil granadina, son una fórmula creciente con la que los traficantes buscan evitar miradas indiscretas y olores que delaten su labor. Se han hallado zulos bajo el suelo o contenedores soterrados e incluso sobre camiones, como ocurrió en Albolote (Granada), un modo de ganar movilidad y llevar las macetas a otra parte ante una posible vigilancia policial.
Piscinas y pistas de tenis
En Morón de la Frontera (Sevilla), una banda construyó una pista de tenis con el único objetivo de esconder debajo una parcela de 200 metros cuadrados para cultivar. La Policía Nacional descubrió ahí en noviembre 200 kilos de marihuana congelada. Cerca, en Antequera, los agentes han encontrado varias casas con cultivos que aprovechaban cualquier rincón, piscina cubierta incluida. Esa comarca es un paraíso para esta actividad, de ahí que la Policía Nacional desplegase a sus agentes en la Operación Greenland el pasado noviembre: detuvieron a 26 personas y se incautaron de 1.600 plantas en 15 localizaciones diferentes. A veces, los delincuentes apuntan más arriba: en diciembre, la Guardia Civil localizó una plantación en el piso superior de un gimnasio de Mijas con un complejo sistema de ventilación que evitaba que los asistentes al centro deportivo detectaran el olor.
Las grandes plantaciones se relacionan con el crimen organizado, que surte a Europa de marihuana producida en España a cambio de grandes cantidades de dinero: el precio del kilo se multiplica por cuatro en el trayecto hasta los países nórdicos. Hay diversos métodos para la distribución. Es creciente usar paquetería postal, aunque también más peligroso, e impide el envío de grandes cantidades. Lo más habitual es envasar los cogollos al vacío y esconderlos en camiones bajo toneladas de otros productos, ya sean calabacines, ajos, bloques de hormigón o muebles. “Encontramos un envío escondido en el interior de sofás”, recuerda un agente de Almería.
Hay quien sofistica el sistema, como la organización con base en Ámsterdam que creó una empresa de importación y exportación de especias asiáticas para camuflar entre ellas la marihuana que adquiría en Málaga y Alicante y vendía en los Países Bajos. Otros buscan la sencillez: es el caso del supuesto pintor que conducía en Málaga una furgoneta donde, entre brochas y latas de pintura, llevaba 77 kilos de cogollos en bolsas de basura. Una vez más, el aroma le delató.