"Mientras estemos confinados, tenemos techo seguro”
Cinco familias de migrantes cubanos, colombianos nicaragüenses y rumanos, acogidos por el Ayuntamiento de Valencia, relatan su llegada a España y su rutina durante la alerta sanitaria
“A nosotros la cuarentena nos ha beneficiado: mientras estemos confinados tenemos techo seguro. Después no sabemos, no queremos pensarlo. Vivimos día a día”, relata con preocupación Alejandro, un cubano de 50 años que llegó a Valencia hace año y medio con su esposa y dos hijas tras abandonar un país donde, dice, no tenía libertad religiosa. Son evangélicos.
La de Alejandro es una de las cinco familias que la concejalía de Cooperación al Desarrollo y Migración de Valencia ha acogido en un centro cedido por la Fundació privada per amor a l’art durante estos días de alerta. Con ellos compa...
“A nosotros la cuarentena nos ha beneficiado: mientras estemos confinados tenemos techo seguro. Después no sabemos, no queremos pensarlo. Vivimos día a día”, relata con preocupación Alejandro, un cubano de 50 años que llegó a Valencia hace año y medio con su esposa y dos hijas tras abandonar un país donde, dice, no tenía libertad religiosa. Son evangélicos.
La de Alejandro es una de las cinco familias que la concejalía de Cooperación al Desarrollo y Migración de Valencia ha acogido en un centro cedido por la Fundació privada per amor a l’art durante estos días de alerta. Con ellos comparten confinamiento familias de colombianos, nicaragüenses y rumanos. Algunas no tenían dónde quedarse y otras proceden de recursos municipales en los que ya había demasiadas personas y no se respetaban las recomendaciones sanitarias de distanciamiento. Alejandro y su esposa Cristina, de 49 años, llegaron a Valencia con sus dos hijas, de 16 y 18 años, después de todo un periplo. Salieron de Cuba rumbo a Rusia, cuentan, y acabaron en España tras pasar por Holanda, Alemania, Suiza y Francia. Llegaron sin documentos y están sin trabajo, pero sus hijas están escolarizadas en un instituto de la ciudad. Han solicitado permiso de residencia por arraigo social pero para conseguirlo necesitan tres años en el país y solo llevan la mitad. “Salimos buscando libertad. Quiero poder expresar lo que pienso, aunque esté equivocado”, resume Alejandro, que se ganaba la vida en la isla como carpintero, repartidor de pizzas y agente de seguridad nocturno. “En España es muy difícil trabajar sin papeles, muy difícil”, lamenta. Confía en conservar la ayuda municipal, que dura ya año y medio: “No podemos estar pensando a todas horas: ‘me quedan 20 días, me quedan 18’. Es angustioso”, apunta. Un piso más abajo se oyen las risas de los niños, que corren de un lado a otro.
Allí está María —nombre ficticio—, colombiana de 31 años cuya familia (su esposo, su hijo pequeño y su hermana menor) ha pedido asilo político en España después de huir de su país perseguidos por sicarios. “Estamos acá en una situación de protección internacional”, dice la mujer, reacia a recordar el espanto vivido. Su marido montó una empresa y para ello pidió un préstamo que finalmente no pudo pagar. Eso les granjeó graves amenazas. Otro matrimonio residente en el centro, también colombiano, sufrió un episodio parecido. “Tenemos ya permiso de trabajo para julio y podremos empezar nuestra vida laboral. La acogida ha sido rápida. Nos ha cambiado la vida a todos”, comenta, alegre, María. “Nuestra rutina es desayuno, aseo y limpieza del centro, comida, charla y convivencia con el resto. Así se nos va la tarde”, narra esta colombiana que es auxiliar de enfermería. “En este centro hay inmigrantes económicos, que llegan a España para mejorar su condición de vida, y luego están los que salen de sus países por razones de guerra, coacciones, mafias o violación de los derechos humanos”, explica María José Iranzo, jefa de servicio municipal de Cooperación al Desarrollo y Migraciones. La mayoría de familias vienen procedentes de otros centros públicos. La procedente de Rumania llegó con niños pequeños. A uno de ellos, el zumo le sabe a gloria. Las voluntarias que los cuidan creen que es la primera vez que lo prueba. Vivían en una chabola, de la chatarra y enseres que el marido recogía y vendía.
También está acogida una mujer nicaragüense con dos hijos de 18 y 23 años. Nuevo perfil “Cada alojamiento municipal tiene un perfil: familias, hombres solos, menores que llegaron a España sin acompañamiento y acaban de cumplir la mayoría de edad…”, enumera la concejal Maite Ibáñez. Desde que estalló la pandemia, su servicio ha identificado otro nuevo perfil de migrantes: “No se corresponde con personas sin techo ni tampoco con refugiados o solicitantes de asilo. Son personas que tienen un hogar pero no recursos para comida, o que compartían piso y ahora se ven en la calle”. Geles Ortiz, de la ONG Obra Mercedaria, responsable de la gestión de este centro reconvertido en refugio, asegura rotunda que lo que más valoran los migrantes acogidos es la relación personal. “Ellos nunca están solos, hay un educador con ellos que habla, que les resuelve las dudas.
Además, intentamos mantener las rutinas, nos levantamos y acostamos a la hora que toca y por la tarde hay clases de baile, torneos de juegos de mesa, de futbolín, y también manualidades”, añade Ortiz. Soledad Martínez, técnico de la Fundación per Amor a l’Art, un proyecto familiar y sin ánimo de lucro que ha cedido al Ayuntamiento este edificio, explica que la entidad trabaja desde hace año y medio con jóvenes vulnerables en Marxalenes, el barrio de Valencia donde está el complejo cultural y el asistencial de la fundación. Este centro de día tuvo que cerrar —como el resto— cuando se declaró el estado de alarma, pero sigue prestando asistencia a 36 familias del entorno, distribuyendo cestas de comida y productos de higiene durante el confinamiento. Los perfiles necesitados de ayuda no han cambiado demasiado. Muchas familias solo ingresan ayudas sociales, de ahí el reparto de cestas con productos básicos. “Tienen trabajos sin contrato, limpian en domicilios, cuidan a enfermos e incluso viven de recoger chatarra en la calle. Y eso es lo que les permite subsistir en el día a día, pero en este momento, con el coronavirus, se ha parado todo, y nuestro apoyo y el de los Servicios Sociales está siendo fundamental para salvarles”, concluye Martínez. Susana Lloret, vicepresidenta del patronato, añade: “Al fin y al cabo, estamos haciendo lo mismo que ya hizo, salvando las distancias, Carlos Gens tras la riada de 1957 que asoló la ciudad: abrir las puertas de este edificio para ayudar a quienes lo necesitaron”.
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