¿Kilos o libras? Una cuestión de unidades

Más allá de la supremacía del metro, convivimos con arrobas (de las que pesan 11 kilos), libras, millas y todo tipo de convenciones para medir. A veces juega malas pasadas.

señor salme

A lo largo de la historia cada civilización ha impuesto su propio criterio para describir el mundo que le rodeaba. Por eso cada cultura desarrolló una forma diferente de medir longitudes, pesos y volúmenes, algo que se hacía indispensable, entre otras cosas, para la construcción, las obras públicas o el comercio. Cuando la civilización se expandía e iba invadiendo a otras culturas, imponía sus sistemas métricos o, si los de los países conquistados eran mejores, los adoptaba. El problema vino cuando diferentes civilizaciones querían comerciar entre ellas y cada una tenía un sistema métrico dife...

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A lo largo de la historia cada civilización ha impuesto su propio criterio para describir el mundo que le rodeaba. Por eso cada cultura desarrolló una forma diferente de medir longitudes, pesos y volúmenes, algo que se hacía indispensable, entre otras cosas, para la construcción, las obras públicas o el comercio. Cuando la civilización se expandía e iba invadiendo a otras culturas, imponía sus sistemas métricos o, si los de los países conquistados eran mejores, los adoptaba. El problema vino cuando diferentes civilizaciones querían comerciar entre ellas y cada una tenía un sistema métrico diferente, lo que dificultaba saber cuánta cantidad de trigo o de aceite había realmente. El sistema métrico decimal se introdujo con la Revolución Francesa y a medida que Napoleón iba invadiendo Europa fue extendiendo este sistema. Aun así, todavía pervivieron en la agricultura medidas antiguas como las arrobas (11,502 kilos y cuyo símbolo, @, utilizamos en los e-mails) o las hanegadas (muy variable, pero en Valencia 831 metros cuadrados). Otro legado presistema métrico que tenemos en la actualidad es el ancho de vía ibérico, que corresponde a seis pies burgaleses o pies castellanos.

Sin embargo, los países anglosajones, gracias a su insularidad, quedaron con su sistema complejo donde los haya, de forma que la distancia se mide en millas, yardas, pies y pulgadas; el peso, en libras, en onzas y piedras, y los volúmenes, en pintas o galones. Lo de la convivencia de dos sistemas supone un problema que ha causado innumerables quebraderos de cabeza. Por ejemplo, ocurrió cuando en 1999 la Mars Orbiter Mission falló porque una medida que se suponía que debía estar en newtons estaba en libras, y una libra equivale a 4,45 newtons.

Que el sistema de conversiones británico sea tan complejo ha sido problemático hasta para los propios británicos, por lo que en su momento tuvieron que pasar el sistema monetario a decimal sin necesidad de que los invadiera Napoleón. La libra esterlina se instauró como moneda de uso en el reinado de Isabel I y se cifró como 1/240 de la antigua libra de plata; sin embargo, una vez establecido este patrón, se mantuvo el sistema de fracciones establecido por Enrique II de Inglaterra más de 500 años antes. La fracción es el chelín, que se establece como la veinteava parte de la libra. El chelín, a su vez, se divide en peniques, y aquí se cambia de criterio, y un chelín equivale a 12 peniques, por lo que una libra son 240 peniques. Y esto no es todo: de la misma manera que nosotros contábamos en duros (5 pesetas), en Gran Bretaña se contaba en coronas, que equivalían a 5 chelines. Si recuerdan Sentido y sensibilidad, había una forma de contar el dinero muy característica, en guineas o soberanos. Una guinea equivalía a 21 chelines, o, lo que es lo mismo, a una libra y un chelín. Un soberano era sinónimo de guinea. Y para facilitarlo, la forma de distribuirlo tampoco ayudaba, ya que había monedas características como el sixpence, que equivalía a 6 peniques. La propia Gran Bretaña se dio cuenta de lo poco práctico y confuso de este sistema y el 15 de febrero de 1971 cambio al sistema actual en el que una libra equivale a 100 peniques.

Si este sistema parece complicado, hay uno peor, para pesar oro y plata, que se sigue utilizando en las farmacias británicas y estadounidenses. Hasta Enrique VIII, para los metales preciosos convivieron varios sistemas diferentes como la libra de la torre, la libra de los comerciantes y la libra de Londres. Este rey estableció que se utilizara como patrón la libra de troy, llamada así por la ciudad francesa de Troyes. Una libra se mide en 12 onzas, cada una de las cuales se subdivide en 8 dracmas, que a su vez se divide en 3 escrúpulos y cada uno de estos tiene 20 granos. En resumen, en una libra hay 5.760 granos, y esa es la unidad estándar para medir medicinas, lo cual causa no pocos problemas cuando alguien tiene la sana costumbre de prescribir un medicamento en miligramos, puesto que un grano equivale a 654,8 miligramos. También se utiliza en orfebrería y joyería, salvo en Edimburgo, que dividía la libra troy en 16 onzas. Fácil, ¿no? Pues este sistema sigue conviviendo en el Reino Unido con el avoirdupois, que se originó en la Edad Media para el comercio de lana. Utiliza una referencia diferente para establecer el peso de la libra y también la divide en 16 onzas. Para pesos superiores utiliza las stones (piedras; equivalen a 14 libras) y la tonelada larga, que equivale a 2.000 libras. Cuanto más estudio el sistema británico, más admiro el sistema métrico decimal.

Nudos y perdigones

Existen medidas de origen británico que seguimos utilizando. En náutica y aeronáutica se siguen usando nudos, millas y pies. En los equipos de aire acondicionado es frecuente encontrar la unidad BTU, abreviatura de British thermal unit, que es la cantidad de calor necesaria para elevar una libra de agua un grado Fahrenheit. De la misma manera, el gauge o calibre de los cartuchos se mide con una cifra que equivale al número de perdigones necesarios para una libra. Por si no era suficientemente complicado utilizar unidades británicas, esta, además, es inversa, ya que cuanto más pequeño sea el perdigón, mayor será el calibre.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.


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