Por el norte de Bulgaria: una sorpresa viajera

Fortalezas a orillas del Danubio, yacimientos romanos, ciudades de aire vienés, cuevas, parques naturales y tesoros tracios esperan en una de las zonas más desconocidas del país

La rocas de Belogradchik, en el norte de Bulgaria.Evgeni Dinev Photography (Getty Images)

Al recorrer Europa en busca de regiones por descubrir pocos contemplan el norte de Bulgaria. ¿Qué se le ha perdido por allí al viajero? Pues toda una sorpresa. A pesar de ser una de las regiones más pobres del continente puede resultar un destino de lo más gratificante, con precios asequibles, con el imponente Danubio siguiendo gran parte de la frontera con Rumanía, y con el hilo conductor de las huellas del imperio romano, que encontró aquí una de sus fronteras más remotas. Nos encontraremos, por ejemplo, con la ciudad de Ruse, a orillas del Danubio, famosa por su arquitectura de estilo vienés; con la rica fauna y flora del parque natural de Rusenski Lom y el sereno lago Srebarna, más al este, donde acuden muchos observadores de aves. Lejos del famoso río, las extrañas formaciones rocosas de Belogradchik y la tumba tracia de Sveshtari están entre los principales reclamos turísticos del país.

Hubo un tiempo en el que las fronteras de Europa estuvieron en el Danubio. Los romanos establecieron en este limes (frontera) oriental una serie de poblaciones defensivas al norte de la actual Bulgaria que hoy son candidatas a la lista de patrimonio mundial de la Unesco, como ya está inscrita desde 2021 la parte más occidental de este limes (Austria, Alemania, Eslovaquia y Hungría). ¿Qué queda por allí de los romanos? Pues no demasiado, pero lo suficiente para servir de excusa para llegar hasta el norte de Bulgaria y seguir el Danubio en dirección al mar Negro. Allí encontraremos restos del primer milenio, cuando el imperio romano se expandió con rapidez a lo largo del Danubio por zonas de las actuales Croacia, Serbia, Rumanía y Bulgaria. Aunque la futura protección de la Unesco se extendería a asentamientos de los cuatro países, el tramo búlgaro es, sin duda, el más espectacular. Comienza alrededor de la antigua ciudad romana de Ratiaria, cerca de la actual Vidin, y se extiende al este hasta la actual Silistra (antaño poderosa fortaleza de Durostorum) y más allá.

La ribera del río está llena de ruinas, algunas intactas, otras restauradas y reutilizadas por los ejércitos bizantino y otomano. Muchos de estos sitios pueden explorarse en bici por las etapas de la Dunav Ultra, una ruta ciclista de 740 kilómetros que sigue el Danubio hasta el mar Negro. Hay puntos imprescindibles de esta experiencia, como el castillo medieval de Baba Vida, construido en la fortaleza romana de Bononia, cerca de Vidin. O más al este, en Ruse, las excavaciones arqueológicas en la base naval romana de Sexaginta Prista.

Más información en la guía de Bulgaria y Rumanía de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

Las alucinantes rocas de Belogradchik

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Sobre un solitario horizonte de colinas se alzan unas extrañas y formidables formaciones rocosas de piedra arenisca y caliza que atraen a los visitantes hasta Belogradchik, una pequeña población en el extremo oriental de los Stara Planina. No están cerca de nada, pero cada vez son más los que se animan a visitarlas.

Un grupo de visitantes caminando entre las rocas de Belogradchik.Alamy Stock Photo

Estas colosales piedras que despuntan por encima del pueblo, de hasta 200 metros de altura, fueron esculpidas a lo largo de millo­nes de años por la erosión natural y pueden recorrerse por los senderos que discurren entre ellas. Llevan nombres propios (los Monjes, el Oso, el Pastorcillo, Adán y Eva) porque, durante siglos, las formaciones rocosas de Belogradchik han nutrido la imaginación de los lugareños. Estos retorcidos pilares de piedra parecen adoptar las formas más curio­sas, tanto humanas como animales. Una leyenda relata la trágica historia de Valentina, una joven y bella monja. Un día, durante una festividad religiosa, un joven noble se le acercó y quedó prendado de ella al instante. Los dos empezaron un romance, que no se descubrió hasta que Valentina dio a luz en el convento. La madre superiora y un consejo de monjes decidieron expulsarla. Según se iba, en lágrimas, su amante avanzó hacia ella a lomos de un corcel blanco. En ese momento, el cielo se oscureció y un desgarrador trueno rugió. La tierra se abrió y se tragó el convento, y todo el mundo se convirtió en piedra, incluida Valentina, que se transformó en la roca que hoy se conoce como “la Virgen”.

Y ya que estamos por la zona, no está de más asomarse a la fortaleza de Kaleto. Casi fundida con la roca, fue construida original­mente por los romanos y luego ampliada por bizantinos, búlgaros y turcos, aunque buena parte de lo que se ve hoy se completó en la década de 1830. Se puede pasear por tres patios y explo­rar los búnkeres defensivos. Acceder a las rocas más altas implica subir por una preca­ria y empinada escalera.

No lejos de Belogradchik, se pueden combinar dos actividades muy diferentes: espeleología y cata de vinos. La cueva de Magura es, con sus casi tres kilómetros, una de las mayores del país, es famosa por sus grandes estalagmitas y estalactitas, así como por conservar ejemplos de arte rupestre que se remontan a varios miles de años. Tras la exploración, llega el momento de la cata de vinos en la cercana Magura Winery.

La cueva de Magura, con sus casi tres kilómetros, es una de las mayores de Bulgaria.Alamy Stock Photo

La elegante Ruse, a orillas del Danubio

Junto al Danubio, Ruse tiene fama de ser una de las ciudades más bellas de Bulgaria, con un empaque centroeuropeo inusitado en el resto del país. A veces escrita “Rousse”, es una ciudad de imponen­te arquitectura de la belle époque e impecables plazas arboladas, como si un trocito de Viena se hubiera desprendido y hubiera flotado hasta aquí por el cauce del río. Su pasado está ampliamente documentado en varios mu­seos y en las ruinas de su fortaleza romana, que ejerce de centinela sobre las aguas. La ciudad también es una buena base para visitar los cercanos monasterios rupestres y demás atracciones del parque natural de Ru­senski Lom.

Para los romanos, Ruse era Sexaginta Prista (Puerto de los Se­senta Barcos), una fortaleza que montaba guardia sobre el Danubio. Muchos siglos después, la llegada de los turcos supuso un nuevo renacer económico y cultural, y también un cambio de nombre: Roustchouk. En 1866, albergó la primera estación de la primera lí­nea ferroviaria de todo el imperio otomano, que unía el Danubio con el mar Negro en Varna. Pero Ruse también se convirtió en un foco de agitaciones antiturcas durante los levanta­mientos del siglo XIX. Tras el fin de las hostilidades de la guerra ruso-turca (1877-1878), era la ciudad más grande y próspera de Bulgaria y la prueba está en la hermosa arquitectura de la que todavía hoy presume.

La calle Aleksandrovska de Ruse, ciudad búlgara a orillas el Danubio.Alamy Stock Photo

En Ruse, el legado romano se puede ver todavía en las excavaciones de la fortaleza romana de Sexaginta Prista, sobre el Danubio, un lugar que ha tenido uso militar ininterrumpido durante unos 2.000 años, desde que fuera un antiguo asentamiento tracio y hasta la llegada de los eslavos, los búlgaros y los turcos.

De su época de esplendor más reciente se puede dar cuenta en el Museo Nacional del Transporte, único en el país, que ocupa el edificio de la primera estación de trenes de Bulgaria y en él se exhiben locomotoras antiguas, así como carruajes de los zares Boris III y Fer­nando I y del sultán turco Abdul Aziz. Aunque la gran joya de Ruse se exhibe en otro museo, el de Historia Regional, que guarda el Tesoro de Borovo, del siglo V antes de Cristo, compuesto por cálices y jarras de plata adornados con dioses griegos.

Es curioso también el Panteón del Renacimiento, coronado por una cúpula dorada. Se construyó en 1978 en conmemoración del centenario de la muerte de 453 héroes locales que lucharon contra los otomanos en la guerra ruso-turca. Y para ambientarse de lo que fue la elegante ciudad centroeuropea de antaño, solo hay echar un vistazo al Museo del Estilo de Vida Urbana de Ruse, una elegante mansión de 1866 que reproduce estancias de la época con mobiliario, cuadros y lámparas de araña del siglo XIX.

Los monasterios rupestres de Ivanovo y Basarbovo

Todavía maravilla el recogimiento de los monjes del monasterio de Ivanovo, instalado en las cuevas del parque natural de Rusenski Lom. Este parque es en realidad una reserva natural en el sur de Ruse en torno a los ríos Rusenski Lom, Beli Lom y Malki Lom, un lugar formida­ble para la observación de aves con 172 espe­cies catalogadas.

Pero casi todos los visitantes llegan atraídos por las iglesias excavadas en la roca de los despeñaderos del parque, unas 40 iglesias rupes­tres medievales en o junto a 300 cuevas, aun­que solo algunas de ellas se pueden visitar, incluidas las de Ivanovo y Basarbovo, las más famosas.

El monasterio rupestre de Ivanovo, patrimonio mundial de la Unesco desde 1979.Alamy Stock Photo

El monasterio rupestre imprescindible es el de Ivanovo, patrimonio mundial de la Unesco desde 1979, e instalado en una cueva a unos 40 metros de altura en un aislado enclave a cuatro kilómetros del pueblo del mismo nombre. Se construyó en el siglo XIII y aunque ya no funciona como monasterio, todavía se conservan murales del siglo XIV considerados de los mejores del país. El impresionante monasterio rupestre de Basarbovo, unos 12 kilómetros al sur de Ruse, es el único en su espe­cie de toda Bulgaria que aún se mantiene en activo. Se fundó antes del siglo XV y, a lo largo de los siglos, su complejo se ha restaurado y am­pliado. Hoy se puede visitar todavía una iglesia excavada en la roca, con coloridos iconos, y un peque­ño museo.

Interior del monasterio ortodozo de Basarbovo, en Bulgaria.Alamy Stock Photo

Hay otras cuevas que no fueron utilizadas por los eremitas, como la famosa de Orlova Chuka, la segunda gruta más larga del Bulgaria. Está permitido recorrer sus tres kilómetros iniciales y varias cámaras, como el Auditorio, llamada así por su buena acústica, pero siempre en visitas guiada.

Vida entre aves: el lago Srebarna

Comunicado con el Danubio por un estrecho canal, este lago de aguas poco profundas es el marco de una de las grandes reservas naturales de esta zona de Europa, un lugar para avistar la singular vida aviar de este espacio protegido por la Unesco desde principios de los años ochenta.

Ejemplares de cormorán pigmeo en la reserva natural de Srebarna.Alamy Stock Photo

El lago tiene unos insólitos islotes de juncos que son el hábitat de más de 160 especies de aves acuáticas, incluidas colonias de los amenazados cormoranes ena­nos y pelícanos ceñudos. Junto al lago hay desperdigados varios miradores en altura para su observación, y la superficie de 80 kilómetros cuadrados que se extiende en torno a este, conocida como reserva natural de Srebarna.

El pueblo homónimo es el punto más práctico y mejor preparado para acceder al lago, aunque los pescadores prefieren el cercano pueblo de Ve­tren, lleno también de posibilidades de sende­rismo y otras actividades al aire libre.

La tumba tracia de Sveshtari

Parte de la decoración en la tumba tracia de Sveshtari.Alamy Stock Photo

Muy cerca de esta reserva natural, y a unos 90 kilómetros al este de Ruse, espera uno de los yacimientos arqueológicos más impresionantes del país: un antiguo asentamiento tracio con un panteón de tres salas prácticamente intacto. También protegida por la Unesco, la tumba de Sveshtari (300 a.C.) constituye todo un alarde del avanzado estado de desarrollo de la civilización tracia, tanto por su cons­trucción y su arte como por sus exquisitas ofrendas. Los minuciosos relieves incluyen, en las paredes de la sala central, tallas de 10 figuras femeninas extraordinarias. Se puede visitar en grupo o recorrer por libre el extenso complejo y admirar también el santuario musulmán contiguo, del siglo XVI.

Silistra, una antigua ciudad romana junto al Danubio

Junto al Danubio, con pintorescas vistas de la frontera rumana al otro lado del río, la tranquila ciudad de Silistra parece estar en el limbo y los visitantes brillan por su ausencia. Sin em­bargo, fue una ciudad importante en la época romana (bautizada como Durosto­rum), cuando sirvió de baluarte de la provin­cia de Moesia. Ese rico legado histórico per­dura en su Museo Arqueológico y en una tumba romana bien conservada, del turbulento siglo IV, con magníficos frescos en los que se repre­senta a un amo y su esposa, cuyos restos ya­cen aquí junto a los de sus sirvientes.

La antigua fortaleza romana en Silistra, a orillas del río Danubio (Bulgaria).Alamy Stock Photo

Podemos ver varias ruinas de la época entre la plaza mayor y la ribera, incluidas una enor­me sección de la muralla de la fortaleza (siglo VI) y diversas iglesias primitivas. Pero Silistra hoy es, sobre todo, una ciudad tranquila, con uno de los parques ribereños más bellos de Bulgaria, y uno de sus princi­pales atractivos es pasear por él.

El tesoro de Rogozen, en Vratsa

En un espectacular emplazamiento por de­bajo de un abrupto y angosto desfiladero de los montes Vrachanska, Vratsa es una buena base para explorar el parque natural de Vra­chanski Balkan, así como los monasterios de Lopushanski y Cherepish. Se trata de una tranquila población llena de relajados cafés a pie de calle, además de un par de museos dignos de visitarse. Pero su principal atracción es el tesoro de Rogozen, una co­lección de más de un centenar de jarras y fuentes de plata tracias, hallada accidental­mente por un agricultor en 1985.

El tesoro de Rogozen, expuesto en la ciudad búlgara de Vratsa.Alamy Stock Photo

Otro motivo por el que acercarse a Vratsa es el cercano parque natural de Vrachanski Balkan, donde viven numerosas especies de aves entre 700 especies de árboles. Situado al suroeste de Vratsa, también hay medio millar de cuevas interesantes, la más llamativa la de Ledenika, que aunque está cubierta de hielo durante gran parte del invierno, cuando se derrite en verano se puede explorar, siempre dentro de cir­cuitos guiados. Por las colinas cubiertas de bosques dentro del parque natural hay senderos suaves y otros más exigentes que siguen el curso del río hacia la cueva de Ledenika, de donde parten más rutas señalizadas. Y los más osados pueden practicar escalada en roca en los escarpados riscos a ambos lados de la carretera.

Monasterios de Cherepish, Chiprovtsi y Lopushanski

El monasterio de Cherepish es uno de los muchos que rodean la zona en torno a Vratsa y que nos hablan de la agitada historia de un país siempre fronterizo y convulso. Fundado en el siglo XIV, este edificio sufrió incendios, derrumbes y reconstrucciones en repetidas ocasiones durante el período otomano. Como muchos otros monasterios búlgaros, los rebeldes lo utilizaron como escondite antes y durante la guerra ruso-turca. Lo mejor, si se puede, es alojarse en el mismo monasterio. Para llegar, hay una ruta paisajística, lenta, pero que si se va en coche propio tiene el aliciente de atravesar el espectacular desfiladero de Iskâr.

Vista aérea del monasterio de Cherepish.Evgeni Dinev Photography (Getty Images)

Otro de los monasterios de la zona que se puede visitar es el de Chiprovtsi, un amodorrado pueblecito acurrucado en las estribaciones de los Montes Balcanes, célebre por sus alfombras tradicionales, por su historia minera y, sobre todo, por su evocador monasterio, baluarte del catolicismo en la ortodoxa Bulgaria. Últimamente es una esca­pada de moda de fin de semana entre los habitantes de Sofía, pero lo cierto es que no hay demasiado que ver o hacer, si bien tal vez ahí radique parte de su encanto. Fue fundado en el siglo X y continúa todavía en activo, de­dicado a Sveti Ivan Rilski (san Juan de Rila). Ha sido destruido y reconstruido varias veces a lo largo del tiempo, y lo que se ve hoy data en gran medida de principios del siglo XIX.

Y el tercer monasterio para comprender la particular espiritualidad búlgara es el de Lopushanski, unos 21 kilómetros al oeste de Montana, cer­ca del pueblo de Georgi Damyanovo. Fue terminado en 1853, disfruta de un sereno entorno y atesora iconos realizados por los hermanos Sta­nislav y Nikolai Dospevski. Durante los habituales alzamientos contra los oto­manos, Lopushanski (o san Juan Bautis­ta) dio cobijo a los revolucionarios. En el propio recinto hay alojamiento para quien se quiera quedar a dormir, pero si solo queremos comer o tomar un café, también se puede.

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