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Ometepe, Turneffe, Barú y otras nueve maravillosas islas para perderse en Centroamérica y Sudamérica

Atolones coralinos casi desiertos, volcanes que emergen de lagos sagrados, paraísos perdidos en medio del océano donde perviven especies prehistóricas, destinos para los amantes del surf y el buceo… lugares donde casi dan ganas de naufragar

Atolón de Turneffe (Belice). Situado a unos 40 kilómetros de la costa de la ciudad de Belice, lo que hace único al atolón de Turneffe es que es el más grande del sistema de arrecifes coralinos de Centroamérica. Con 150 pequeños cayos e islas de manglares, se ha convertido en un vivero vital para una gran variedad de especies marinas. Los pescadores salen a mar abierto para lograr el prestigioso Grand Slam de macabí, sábalo y palometa, que se pueden capturar en un mismo día de pesca. Mientras tanto, los amantes del buceo se sumergen en el extremo sur para buscar rayas águila, tortugas carey, morenas e inofensivos tiburones de arrecife. El punto de buceo más famoso del atolón es Turneffe Elbow, un acantilado submarino cubierto de esponjas tubulares y frecuentada por rayas águila. Y en el norte, Rendezvous Point se convierte en una primera parada popular para los excursionistas del cercano cayo Ambergris. Otro hito imprescindible de este lugar es su laguna central, la mayor de las tres que tiene, todo un parque natural salpicado de islas de manglares, bosques litorales y la mayor población de cocodrilos americanos de agua salada (‘Crocodylus acutus’), con unos 200 ejemplares. Alamy Stock Photo
Ometepe (Nicaragua) es un lugar de volcanes, senderos y cascadas en medio de un lago. Dos picos volcánicos gemelos conectados por un istmo se asoman sobre el lago Nicaragua, formando la isla de Ometepe, con forma de reloj de arena sobre el cuerpo de agua dulce más grande de América Central. A estos dos conos se les conoce como “fuego y agua”. El primero, el volcán Concepción, es un estratovolcán temperamental que entra en erupción con mucha frecuencia. El segundo, el volcán Maderas, es un montículo inactivo más pequeño, cubierto de bosques en los que viven juguetones capuchinos de cara blanca y monos aulladores: estos ruidosos habitantes son el ‘despertador’ matutino de los visitantes de la isla, que viajan hasta aquí atraídos por la original propuesta de ecoturismo de bajo impacto que beneficia a las comunidades locales. Pero Ometepe es mucho más que un paraíso natural: ha sido durante miles de años un sitio sagrado para varios pueblos indígenas, como los chorotegas, los náhuatl y los mayas, que dejaron su huella en la isla y la convirtieron en uno de los mayores conjuntos de arte rupestre del mundo. Hay más de 1.700 petroglifos que datan del año 1.000 antes de Cristo y grandes ídolos de piedra grabados en basalto. Otro de los iconos del lugar es la cascada San Ramón: 40 metros de caída de agua sobre una roca cubierta de musgo, sobre una piscina color verde esmeralda, perfecta para refrescarse del calor tropical. Un rincón tan ‘instagrameable’ como lo es también Punta Jesús María, una estrecha lengua de arena que se adentra en el lago, formando un escenario perfecto. Quienes quieran practicar el senderismo pueden ir a Charco Verde, siguiendo una de las tres rutas de senderismo que serpentean a través de esta exuberante reserva natural, presidida por un tranquilo lago, un jardín de mariposas y una playa de arena negra. La otra opción es la caminata al volcán Concepción, siguiendo un sendero de ida y vuelta de siete a diez horas hasta el cráter humeante en la cima de este volcán de 1.610 metros con vistas panorámicas de la isla en los días despejados.Paul Taylor (Getty Images)
Ilha Grande (Brasil), un antiguo penal. Río de Janeiro es una ciudad llena de vitalidad y de gente. Por eso sorprende que la isla más grande frente a su costa, Ilha Grande, haya permanecido tan poco desarrollada: solo tiene una pequeña ciudad, Vila do Abraão, y cero automóviles. Cubierta por un denso dosel de palo de Brasil, cedro y palo fierro, la isla es una reserva de vida dentro de la Mata Atlántica, un bioma presente en Brasil, Paraguay y Argentina. Los senderos conducen a través del bosque a más de cien playas que se curvan alrededor de su costa. Una de las favoritas de los buceadores es Praia Vermelha, de donde parten excursiones para hacer submarinismo entre los pecios naufragados alrededor de la bahía de Ilha Grande. La única ciudad que podría calificarse como tal es Vila do Abraão, con 3.000 habitantes y donde esperan 'pousadas', marisquerías y barcos meciéndose en el puerto. Para bañarse, la mejor playa es Praia Lopez Mendes, con arenas interminables y olas suaves. Para aprender la oscura historia de Ilha Grande como colonia penal, hay que ir al Museu do Cárcere, instalado en unas ruinas reconstruidas. Y para tener una buena vista panorámica solo tendremos que subir a su punto más alto, el Pico do Papagaio.Ampuero Leonardo (Getty Images)
Isla del Sol (Bolivia) parece flotar en el cielo. Está situada a una impresionante altura (3.812 metros sobre el nivel del mar) sobre la superficie de agua navegable más alta del mundo, el lago Titicaca. Aunque estuvo ocupada al menos desde el año 2.200 antes de Cristo, su periodo de gloria fue en el siglo XV, durante el imperio Inca, cuando se levantaron la mayoría de las 80 construcciones que hoy vemos en ruinas. La isla no tiene carreteras y la mayoría de sus áridas laderas están cubiertas por campos agrícolas en terrazas plantadas de quinoa. Las 800 familias de la isla viven en el pueblo más al sur de Yumani, un centro para el turismo, con casas de huéspedes tradicionales y vistas a las aguas azules del Titicaca. Los caminos de tierra conducen desde aquí al norte a través de colinas interiores salpicadas de sol hasta los asentamientos de Cha’lla y Challapampa (su pequeño museo tiene interesantes figurillas de oro y plata de origen tiahuanaco e inca). También se pueden visitar el laberinto de Chincana y la llamada Escalera del Inca, con peldaños de piedra que se elevan cuesta arriba desde el muelle del ferri en Yumani. O las ruinas de Pilko Kaina, las más llamativas, del lado sur de la isla, que se cree que fueron construidas para el emperador inca Túpac Yupanqui. Una buena opción de senderismo es hacer el camino de Yumani a Cha’llapampa pasando por colinas escalonadas y miradores con vistas a los picos nevados de la Cordillera Real.Stefan Tomic (Getty Images)
Isla Mujeres (México), la isla santuario. Puede que Isla Mujeres esté frente a la costa de Cancún, uno de los centros turísticos más grandes del país, muy cerca de sus famosos hoteles internacionales, pero esta pequeña y alargada isla se conserva como un mundo aparte, con tranquilas aguas turquesas, arenas blancas y corales a lo largo de la Barrera de Coral Mesoamericana. Para los mayas, la isla fue un santuario para Ixchel, la diosa jaguar de la partería y la medicina, pero hoy sus devotos se sienten atraídos por el sol y la arena. El buceo es magnífico en estas aguas, el ambiente relajado (los carritos de golf son el único medio de transporte aquí) y las margaritas caen como limonada mientras el sol se hunde en el Caribe. Las playas son todas llamativas, tanto la Playa Norte, con aguas poco profundas con palmeras que se balancean sobre las arenas blancas, como Punta Sur, un parque histórico en el que se puede pasear entre ruinas mayas. Aquí está la playa Lancheros, muy apreciada para practicar deportes acuáticos. Y para buenas vistas, las que se tienen desde la capilla de la Virgen de Guadalupe, frente al mar, todo un símbolo de la identidad católica mexicana que convive sin problemas con el recuerdo de la diosa Ixchel.Donald Miralle (Getty Images for Lumix)
Marajó (Brasil). Esta isla lánguida donde las bicicletas superan en número a los automóviles y los búfalos de agua bloquean el tráfico se encuentra en el extremo oriental del río Amazonas, en el punto donde se prepara para su empuje final hacia el Atlántico. Aproximadamente del tamaño de Suiza, Marajó es la segunda isla más grande de América del Sur (tras Isla Grande de Tierra del Fuego) y la mayor isla fluvial del mundo. También es el centro de la cultura marayó o marajoara, un pueblo precolombino que dejó unas elaboradas urnas funerarias enterradas dentro de grandes túmulos de tierra. El pueblo más grande de la isla, Soure, mantiene una gran tradición artística que se inspira en estos objetos antiguos. La mitad oriental de Marajó, donde se encuentra Soure, se llama la “región de los campos”, con praderas y sabanas, playas bordeadas de palmeras y manglares a lo largo de la costa. Solo estos pueblos son accesibles para los turistas porque el interior es un enorme e impenetrable humedal, hogar de miles de aves, incluido el ibis escarlata, de color rojo brillante. La mitad occidental de la isla, poco visitada, que bordea el flujo principal del río Amazonas, se conoce como la región forestal, y está cubierta de selvas tropicales que se inundan durante la temporada de lluvias (de enero a junio). La puerta de entrada a esta zona oriental del Amazonas es Belém, donde las decadentes mansiones recuerdan que alguna vez fue una ciudad opulenta bajo el sol ecuatorial. Al otro lado del río, podremos descubrir Joanes, un tranquilo pueblo de playa con unas interesantes ruinas de una misión jesuítica del siglo XVII.Alamy Stock Photo
Chiloé (Chile). Los viajeros que llegan hasta esta isla con forma de cacahuete frente a la costa de la Patagonia chilena, a 1.100 kilómetros al sur de Santiago, vienen por el reclamo de sus húmedos bosques cubiertos de musgo, iglesias históricas y playas abiertas. Sin embargo, si le preguntas a un chileno por qué está de visita aquí, es probable que se vuelva poético sobre la cultura, el dialecto y la estética, que son distintos de los del continente, después de siglos de aislamiento histórico. Las casas sobre pilotes de madera de la capital de Chiloé, Castro, son tan coloridas como los personajes de su mitología local, que incluye sirenas que crían peces, duendes del bosque enloquecidos por el sexo y lagartos que predicen el clima. Y originales son también las comidas isleñas, que maridan un arcoíris de patatas nativas con los fabulosos frutos del mar. La media luna de arena dorada más espectacular de la isla (y el mejor lugar para acampar) es playa Cole, al final de una caminata de 16 kilómetros a través del parque nacional de Chiloé. También hay que acercarse al llamado Muelle de las Almas, que se curva sobre un acantilado con grandes vistas de la bahía de Cucao. O a isla Quinchao, donde se mantiene el modo de vida sencillo del archipiélago de Chiloé, para admirar sus iglesias de madera catalogadas por la Unesco. Y aún nos quedaría descubrir la remota reserva de parque Tantauco, caminando de choza en choza, en busca del cérvido más pequeño del mundo, el pudu, entre los helechos borrosos de sus selvas tropicales templadas.Artie Ng (Getty Images)
Isla del Coco (Costa Rica). Costa Rica tardó bastante en decidir lo que quería hacer con la Isla del Coco, un territorio cuadrangular de bosque tropical, abandonado a 480 kilómetros de distancia en el Pacífico. Después de anexionarlo en 1832, convirtió esta isla deshabitada en una colonia penitenciaria. Los motines y los rumores sobre un posible botín escondido llevaron al Gobierno a financiar expediciones de búsqueda de tesoros siguiendo los pasos de los piratas que surcaban sus aguas a principios del siglo XIX. Todo en vano. Finalmente, en 1978, aterrizó en una idea más sensata: proteger la Isla del Coco como parque nacional. Con una abundante flora endémica, es la única isla oceánica del Pacífico oriental con un ecosistema de selva tropical. Por su aislamiento, originalidad y su importancia biológica, se la ha llegado a comparar con las Galápagos. Encerrada por imponentes acantilados de 90 metros de altura, es accesible solo por dos puertos naturales en su costa norte: la bahía Chatham y la bahía Wafer, en las que viven sus 33 residentes (los guardaparques). Los buceadores acuden en masa a las aguas profundas cerca de la costa para nadar con tiburones martillo gigantes, elegantes mantarrayas y bancos de peces pelágicos. La playa de la bahía de Chatham es un buen lugar para relajarse al borde del mar, y los que quieran hacer un poco de senderismo pueden subir a Cerro Yglesias, cubierto por bosques, el punto más alto de la isla.by wildestanimal (Getty Images)
Galápagos, un mundo perdido. El naturalista inglés Charles Darwin describió una vez estas islas como “un pequeño mundo dentro de sí mismo”. Casi dos siglos después, el remoto archipiélago ecuatoriano, a tres horas de vuelo desde Quito, sigue siendo un lugar maravilloso, donde los visitantes aún pueden acercarse a algunos de los animales salvajes más extraños del mundo, desde iguanas marinas de aspecto prehistórico hasta piqueros de patas azules. De las 13 islas de las Galápagos, solo cuatro están habitadas y disponen de alojamiento. Pero la mejor manera de conocer este destino de otro mundo es en un crucero en un barco pequeño con un operador autorizado. Cada isla tiene sus atractivos únicos, desde bucear con lobos marinos hasta descubrir un original patrimonio de la era colonial. Y aunque las famosas tortugas gigantes se pueden ver en estado salvaje en varias islas, el punto culminante del viaje es la visita a la Estación Científica Charles Darwin, en la isla principal de Santa Cruz, con un programa de cría de tortugas gigantes e iguanas terrestres. Las visitas respaldan el trabajo de conservación vital para proteger las Galápagos en el futuro. En Santa Cruz se puede caminar a través de túneles gigantes formados por lava fundida cerca del pueblo actual de Santa Rosa. En isla Española se puede ver cómo anidan los enormes albatros. En Isabela es posible caminar por los volcanes y observar las tortugas gigantes en el centro de cría local y a las iguanas marinas deambular por la playa al atardecer. Y en Floreana es tradición ir a la oficina de correos y dejar una postal para que un futuro visitante se la lleve a casa y la haga llegar al destinatario, tal como hacían los primeros balleneros.miralex (Getty Images)
Archipiélago de San Blas (Panamá). Salpicadas de cocoteros y bordeadas por remolinos color turquesa, las islas de San Blas podrían ser la imagen del paraíso. Esta cadena remota que se extiende a lo largo del extremo sur de la costa caribeña de Panamá está formada por 365 islas, de las que solo 49 están habitadas. Están controladas de forma autónoma por el pueblo indígena Guna Yala, que mantiene su tradicional forma de vida a pesar de las presiones modernas y del cambio climático que amenaza con barrerlo del mapa. Al margen de su imagen de paraíso, lo más destacado de San Blas es la experiencia de convivir con los Guna Yala y conocer su cultura, en la que llaman especialmente la atención los coloristas textiles hechos a mano, conocidos como molas, que venden las mujeres artesanas. No solo son fantásticos recuerdos de viaje, sino que también ayudan a preservar la cultura local. Muchos viajeros visitan este lugar como parte de un viaje en yate de varios días entre Panamá y Cartagena de Indias (Colombia), una alternativa más auténtica que un vuelo para viajar entre estos dos países, ya que no existe un camino por tierra a través del famoso y selvático Tapón del Darién. Las joyas del archipiélago de San Blas son sus cayos. Digir Dubbu (Isla Tigre) es la isla más tradicional, y Dog Island es un destino popular para excursiones de un día, sobre todo para los aficionados al esnórquel, que pueden nadar entre los restos de un pequeño pecio cerca de la costa.Alamy Stock Photo
Barú e Islas del Rosario es una de las joyas del Caribe colombiano. Isla Barú es el tipo de destino de playa idílico que la mayoría de los viajeros piensan que van a encontrar al aterrizar en la bulliciosa ciudad de Cartagena, a solo una hora hacia el norte. Allí no lo encontrarán, pero sí en otros lugares cercanos, como esta isla larga y delgada, separada del continente por el canal del Dique, un lugar donde el agua turquesa se desliza contra la arena blanca, los chupitos de aguardiente fluyen y los masajistas recorren la playa en busca de clientes. Playa Blanca es un destino popular, con sus chiringuitos y vendedores de comida, aunque no muy lejos hay otros arenales más apartados y tranquilos, como playa Manglares o playa Puntilla. Justo frente de la costa de Barú se encuentran las aún más apartadas Islas del Rosario, un parque nacional que protege uno de los sistemas de arrecifes de coral más importantes de la costa caribeña de Colombia. Estas 27 pequeñas islas e islotes coralinos atraen a buceadores y practicantes de esnórquel por igual. En las dos más desarrolladas, isla Grande e isla del Rosario, hay hoteles, restaurantes y tranquilas lagunas interiores. Muchas de las islas más pequeñas del Rosario son propiedad de un solo hotel, aunque los visitantes pueden comprar pases de un día para disfrutar de una experiencia en una isla privada con comodidades de lujo.Alamy Stock Photo
Pequeña Isla del Maíz (Nicaragua) es un paraíso escondido en el Caribe. Con sus playas vírgenes teñidas de oro, exóticos cocoteros y mangos, y sin vehículos motorizados que rompan la tranquilidad, es un escondite caribeño de esos en los que uno sueña con ser Robinson. Llegar a este pequeño rincón, a unos 90 kilómetros al este de la costa caribeña de Nicaragua, no es sencillo: generalmente se vuela desde Managua y después hay que hacer el último trayecto en panga (bote), que supone otra media hora. Pero merece la pena el viaje para dedicarse solo a navegar en kayak bajo los acantilados bordeados de manglares, practicar el surf con otros mochileros que han conseguido llegar hasta aquí o comer un pescado fresco con vistas a una cala salpicada de palmeras. Entre los lugares mágicos de la isla, Otto es la playa más popular, escondida en la costa norte, una maravillosa extensión de arena negra bañada por olas de color aguamarina. Otra cala remota en el norte es Goat Beach. Y en Tarpon Channel Rays se puede bucear entre peces tropicales y tiburones martillo. El asentamiento principal de la isla está en la costa suroeste y se limita a algunas tiendas, hoteles y restaurantes, aunque el hito más llamativo es el faro metálico de Little Corn, un fantástico mirador de 360 grados, especialmente popular para contemplar la puesta de sol.Alamy Stock Photo