Una cueva de cristales en México, un órgano marino en San Francisco y otras nueve maravillas secretas del mundo
De los gigantescos prismas de selenita de la gruta de Naica al parque nacional más inhóspito de Estados Unidos o la ciudad subterránea de Coober Pedy, en el desierto de Australia. Un viaje por los lugares más bizarros del planeta
El mundo está lleno de lugares extraordinarios. Algunos resultan misteriosos y escalofriantes; otros pasan desapercibidos, eclipsados por destinos turísticos más conocidos. También los hay decididamente disparatados y difíciles o imposibles de visitar. Si algo tienen en común estos 11 rincones del planeta es que todos despiertan curiosidad y asombro.
Hay pocos lugares tan inhóspitos como el monumento nacional Aniakchak, una caldera volcánica de casi 10 kilómetros de diámetro y 762 metros de profundidad formada por una erupción masiva ocur...
El mundo está lleno de lugares extraordinarios. Algunos resultan misteriosos y escalofriantes; otros pasan desapercibidos, eclipsados por destinos turísticos más conocidos. También los hay decididamente disparatados y difíciles o imposibles de visitar. Si algo tienen en común estos 11 rincones del planeta es que todos despiertan curiosidad y asombro.
Cráter de Aniakchak (Alaska, EE UU)
Hay pocos lugares tan inhóspitos como el monumento nacional Aniakchak, una caldera volcánica de casi 10 kilómetros de diámetro y 762 metros de profundidad formada por una erupción masiva ocurrida hace 3.500 años. Ubicada en la cordillera Aleutiana, en Alaska, Aniakchak es un lugar salvaje e impredecible, y su lejanía y clima extremo lo convierten en uno de los espacios naturales menos visitados de la red de parques nacionales de Estados Unidos. Los excursionistas necesitarán kayaks plegables, equipo ligero de acampada y mucha valentía.
Para más información en el libro Maravillas secretas del mundo de Lonely Planet y en lonelyplanet.es
Cueva de los cristales de Naica (Chihuahua, México)
El escenario visualmente más parecido a la guarida de Superman en el Polo Norte es la cueva de los cristales de Naica, situada a 300 metros de profundidad bajo el desierto del Estado mexicano de Chihuahua. Los gigantescos prismas de selenita —sulfato de calcio hidratado, una variedad de yeso cristalino y translúcido— que ocupan el interior de la oquedad son de los mayores cristales naturales conocidos: hasta 12 metros de largo, 55 toneladas de peso y hasta cuatro metros de grosor.
Un lugar sin duda fascinante, aunque el ambiente en su interior es tan extremo —las temperaturas alcanzan los 58°C y hay una humedad relativa del 96%— que solo pueden acceder los científicos, pertrechados con un equipo especial (casco, una careta antigás, bombona de oxígeno y un mono equipado con bolsas de hielo). Aun así, no se puede permanecer en ella más de 20 minutos.
Además de Naica, en todo el mundo solo se conocen cuatro lugares con cristales de yeso puro mayores de un metro de longitud: la mina de cobre de El Teniente (Chile), la geoda de Pulpí, en Almería, y las antiguas minas romanas de Plinio, localizadas en Segóbriga (Cuenca), de donde se extraía el yeso que servía como cristal para las ventanas hasta que se inventó el vidrio plano.
Columpio de Tungurahua (Ecuador)
En lo alto de la selva ecuatoriana hay una cabaña de madera encaramada precariamente al borde de un precipicio. Se trata de la Casa del Árbol, una estación de observación sísmica construida para controlar las erupciones del Tungurahua, el volcán activo aledaño. Pero aún hay más: un columpio suspendido por dos cuerdas que pende de una rama y que seduce a los más atrevidos con las vertiginosas vistas del fondo del cañón y, tal vez, una visión fugaz del volcán en erupción. Al columpio se accede por una empinada y sinuosa carretera de 10,5 kilómetros desde el pueblo ecuatoriano de Baños.
El mercado de las brujas (Lima, Perú)
Las mujeres llegan al alba, muchas en los autobuses nocturnos procedentes de las montañas. Sus tradicionales capas de enaguas y sus bombines las delatan como curanderas, y se reúnen cada semana en el mercado de las Brujas de Lima, donde les esperan cientos de pacientes.
Proceden y vienen de las montañas, y llevan la misma vida de hace siglos; sincretismo de catolicismo, santería y superstición popular, y algunas pinceladas de creencias más modernas. Bajo una enorme carpa se anuncian con banderolas su sitio web, teléfono móvil y fotos de sus especialidades médicas. En sus tarjetas de visita figuran huevos, hojas de coca, conejillos de Indias y demás remedios que utilizan para, supuestamente, curar desde huesos rotos hasta el cáncer. Cada tenderete exhibe amuletos y tótems para lanzar un hechizo o ahuyentar el mal de ojo. Una hilera de crédulos pacientes aplauden cada vez que sale un paciente curado.
He aquí la medicina tradicional popular en estado puro que las curanderas han practicado durante generaciones y que convive con una ciudad moderna y hasta sofisticada en algunos barrios. Los puestos del mercado de las Brujas se instalan en el mercado de Gamarra, en el distrito limeño de La Victoria.
Anfiteatro de Moray (Cuzco, Perú)
A 38 kilómetros al noroeste de la ciudad de Cuzco, en una zona remota del Valle Sagrado de los Incas, a 3.500 metros de altitud se encuentra el complejo arqueológico de Moray, un asombroso anfiteatro formado por terrazas concéntricas o muyus que se hunden en la tierra. Comparados con la ciudadela de Machu Picchu o el templo ceremonial de Sacsayhuamán, estos bancales concéntricos parecen sencillos, pero sobrecoge su belleza, de geometría perfecta.
Su diseño, profundidad, variedad de tamaño y posición en relación al sol y al viento parecen indicar que quizá fuera un centro de investigación agrícola ancestral. A Moray se puede ir en taxi desde Maras, a cinco kilómetros, o en un circuito guiado de un día desde Cuzco, una excursión que se puede aprovechar para visitar las salinas de Maras, en funcionamiento desde la época inca. El agua de las cordilleras de Urubamba y Vilcabamba se filtra hasta este lugar en el que se han ido construyendo centenares de piscinas de evaporación dispuestas en artísticas terrazas.
País Dogón (Malí)
El País Dogón ocupa los alrededores de la falla de Bandiagara en un área que se extiende por unos 150 kilómetros de largo en la actual región de Mopti (zona central de Malí). Sus aldeas conforman un conjunto de extrañas viviendas de piedra y barro que cuelgan cual colmenas de los barrancos y acantilados; las paredes verticales de la falla aíslan el territorio dogón, de población animista, del resto de Malí, de mayoría musulmana, en los tiempos convulsos que vive la región del Sahel.
Dedicar varios días a caminar entre aldeas maravillándose con las puertas bellamente labradas, disfrutando del carácter juguetón de los cónicos graneros de techo de paja y sentándose con los ancianos en los togunas o lugares de reunión de planta abierta es como entrar en un cuento de hadas africano. Hace unas décadas se convirtieron en un hito turístico en cualquier viaje por esta parte del continente africano. Hoy, se puede ir por Bandiagara o Douentza, pero antes hay que conocer bien la situación de seguridad de la zona (en la actualidad, la web del Ministerio de Exteriores desaconseja totalmente viajar a Malí debido a la amenaza yihadista) .
El órgano de olas de San Francisco (California, EE UU)
Todo el mundo ve la bahía cuando visita San Francisco, pero, ¿cuánta gente la escucha? El órgano de olas (Wave Organ) es una obra de arte visual y auditiva instalada en un pequeño embarcadero en el Marina District, en un lugar con bonitas vistas del puente Golden Gate, la isla de Alcatraz, Fort Mason y hasta el otro lado de la bahía.
La idea fue del artista Peter Richards cuando escuchó una grabación de sonidos procedentes de un órgano de viento en un muelle de Sídney (Australia). Con la colaboración del interactivo museo de la ciencia de San Francisco, el Exploratorium, Richards construyó la pieza al alimón con el escultor George Gonzales.
La peculiaridad de los sonidos se aprecia mejor en pleamar, cuando el oleaje entra y sale del órgano de 25 tubos fijado al hormigón en varios niveles. El emplazamiento es precioso: un conjunto de diferentes plataformas de mármol y granito recicladas de un cementerio demolido. Los tubos emiten sonidos bajos muy sutiles, de modo que conviene darse un tiempo para respirar profundamente, calmar la mente y disfrutar de la música que emite el mar. El órgano de olas está cerca del St Francis Yacht Club.
Las escaleras al cielo de Haiku (isla de Oahu, Hawái)
Las Escaleras al Cielo constan de 3.922 peldaños que suben hasta la cima de la asombrosa cordillera de Ko’olau en Oahu, una de las islas de Hawái (EE UU). Se construyeron en 1943, durante la II Guerra Mundial para acceder a una secreta emisora de radio. Dicha base se desmanteló en los años cincuenta del pasado siglo, pero se dejaron las escaleras tentando hoy a fotógrafos y temerarios que buscan las vistas de algunas de las islas más espectaculares del planeta. Oficialmente está prohibido hacer esta ruta por su peligrosidad. Una asociación sin ánimo de lucro, Friends of Haiku Stairs, se dedica a su cuidado y mantenimiento. Se encuentra a 20 minutos al norte de Honolulú, capital de Hawái, por la autopista John A. Burns.
Los pozos iniciáticos de la Quinta da Regaleira (Sintra, Portugal)
Las escaleras de caracol de la Quinta da Regaleira no son solo imponentes, sino que representan un viaje iniciático. Esta residencia palaciega rodeada de jardines que se hizo construir el magnate del café António Carvalho Monteiro en los alrededores de Sintra es famosa, sobre todo, por sus dos misteriosos pozos, usados en ritos masónicos.
Uno de ellos, de 27 metros de profundidad, tiene nueve niveles que representan los nueve círculos del Cielo y el Infierno de Dante. El otro tiene una escalera recta, con escalones numerados según los principios masónicos, que desciende hasta una cruz templaria.
Campo de golf de Coober Pedy (Australia)
Si nos fiamos del estereotipo, las poblaciones mineras suelen ser lugares bastante inhóspitos habitados por tipos duros y hoscos y ejecutivos con el símbolo del dólar en los ojos. La mayoría de los turistas evitan estos lugares que, sin embargo, pueden ser un imán para curiosos y coleccionistas de extravagancias.
Coober Pedy, en medio del desierto australiano, es un lugar extraño donde es casi imposible encontrar la ciudad, como si se la hubiera tragado la tierra. Fue fundada en 1915 por un grupo de mineros en busca de fortuna. Allí hallaron ópalo y excavaron 250.000 pozos. En esas madrigueras humanas, que se conservaban a 22 grados frente a los 45 de la superficie, residen hoy sus cerca de 1.700 habitantes. Se calcula que el 80% de los ópalos del mundo procede de Coober Pedy, cuyo subsuelo está sembrado de piedras iridiscentes difíciles de encontrar. También cuenta con iglesias subterráneas y laberinticos hoteles bajo tierra. Sin embargo, su atracción más curiosa esté en la superficie: su campo de golf, el único en el mundo hermanado con el de Saint Andrews, la cuna del golf en Escocia. De día hace tanto calor que se suele jugar de noche con pelotas de golf luminosas.
La única hierba del green es el trozo de césped artificial que los jugadores llevan en la mano para clavar el tee y hacer el primer tiro. El resto del recorrido, de 18 hoyos, es como un paisaje lunar, dejando poco más que escombros y los enormes pozos mineros de los que se extraían ópalos. Se puede volar a Coober Pedy desde la ciudad de Adelaida.
Templo de cristal Arulmigu Sri Rajakaliamman (Johor Bahru, Malasia)
Con tantas cuentas brillantes y mosaicos de cristal, aquí conviene protegerse los ojos al entrar. Un simple rayo de luz fue inspiración suficiente para la construcción del primer y único templo de cristal de Malasia: mientras el gurú Bhagawan Sittar se planteaba cómo reconstruir uno de los templos más antiguos de Johor Bahru, un rayo del sol le dio en los ojos. Al darse cuenta de que la luz procedía del reflejo de un icono de cristal situado a casi dos kilómetros de distancia, a Sittar se le ocurrió crear un templo de cristal para atraer a los fieles a la luz. Lo más impresionante es el espectacular mosaico multicolor, realizado con 300.000 teselas de cristal.
El templo se encuentra se encuentra al norte de la estación central de Johor Bahru, en el extremo sur de la península de Malasia, y los turistas tan solo tienen la permitida la entrada por las tardes.
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