Literatura, vino y naturaleza: siguiendo a Miguel Torga, Eça de Queiroz y Castelo Branco en Portugal
Una tierra privilegiada para el cultivo de las vides también favoreció la inspiración para el gran cultivo de las letras portuguesas. Un viaje del Alto Duero a Oporto para descubrirlo
“Trabajo hercúleo” denominó Miguel Torga a la producción del vino. Doce horas los siete días a la semana. El escritor lo sabía bien, poseyó una de las grandes conciencias (y amor) por la naturaleza, y había nacido en la provincia de Trás-os-Montes, en el Alto Duero, microclima privilegiado para el cultivo de las viñas. “Geófago insaciable” escribió de sí mismo en Diario, devorador de horizontes y de kilómetro...
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“Trabajo hercúleo” denominó Miguel Torga a la producción del vino. Doce horas los siete días a la semana. El escritor lo sabía bien, poseyó una de las grandes conciencias (y amor) por la naturaleza, y había nacido en la provincia de Trás-os-Montes, en el Alto Duero, microclima privilegiado para el cultivo de las viñas. “Geófago insaciable” escribió de sí mismo en Diario, devorador de horizontes y de kilómetros por la provincia, una defensa de los espacios montañeses que le acompañó de por vida. Era como el granito, escribió António José Saraiva de él, tenía la misma rudeza y ductilidad, la piedra preferida para que crezcan los vinos espumosos, frente a la pizarra, la mejor para los vinos de Oporto.
Delicado y complejo
Torga, nombre literario de Adolfo Correia da Rocha (1907-1995), nació en São Martinho de Anta. A los 13 años fue enviado a trabajar a Minas Gerais, en Brasil, con unos familiares. Emigrante se consideró desde entonces, una forma de ver y sentir que dijo no abandonar jamás. Con esa alma, viajaría a Europa, y visitaría varias veces España, que describió en diario, La creación del mundo, Bichos, Portugal y Cuentos de la montaña. Iberista convencido, el comienzo de su relación literaria con el país es dramática. En 1939 publicó El cuarto día, del ciclo La creación del mundo, sus impresiones del viaje a España al final de la Guerra Civil, en el que criticaba a Franco. Nicolás Franco, embajador en Portugal y hermano del dictador, lo denunció al otro dictador, Salazar. Torga fue detenido en su consulta médica y encarcelado en Lisboa. El libro fue confiscado y no se reeditó hasta 1971. “Le causó una gran tristeza no ejercer su profesión de médico”, cuenta el director del espacio Miguel Torga en su localidad natal, y recuerda también la admiración por Unamuno y el sentido religioso, intuición de lo sagrado y mítico, de los escritos. Torga fue una hierba erradicada de Trás-os-Montes, el reino maravilloso, como él mismo lo definió.
Paseamos por el edificio dedicado a él, diáfano, casi cristal, construido por Eduardo Souto de Moura (otro motivo para hacer el viaje) y seguimos los 27 paneles con su vida y obra. Las viñas se transparentan a través de unos ventanales enormes y recuerdo los adjetivos nuevos que aprendo respecto al vino en este viaje por Portugal. La casa natal está cerca. La recibió en herencia tras la muerte de sus padres y con Andrée Crabbé Rocha, su esposa, la encalaron y ajardinaron para hacerla casa de vacaciones. Me hago una foto con un ejemplar de Bichos entre las glicinias: aún no imagino cómo me va a sorprender la forma en que Torga se identifica con los animales en 1940.
Rústico, seco y ‘encorpado’
El camino que lleva a la Casa de Tormes en la parroquia de Santa Cruz de Duero, en el Ayuntamiento de Baião, es sinuoso, escarpado y da gusto verlo. Las viñas ordenan el paisaje y los valles se dulcifican entre castaños y robledos. Allí está la Quinta de Vila Nova, la propiedad que heredó Emília de Castro, la esposa de José Maria Eça de Queiroz, hoy fundación del escritor. El diplomático no llegó a vivir aquí, pero su visita en 1892 le llevó a conocer las sierras y hacer de la casa objeto de algunos textos.
Al autor de las novelas realistas El primo Basilio y El crimen del padre Amaro, la casa le pareció muy fea, pero el lugar, muy bonito. Solo su hija María la habitó finalmente; los enseres actuales son los que tenía el escritor en París cuando ejerció como cónsul. Queiroz escribía de pie, como Hemingway, y allí está su mesa alta y erguida, y un mueble curioso de cajones. Dentro dejaba sus reflexiones, y las elaboraba luego para sus libros, como si fuera un cajón de almohadas japonés. En la biblioteca está la túnica china con la que aparece ataviado en una fotografía. Quizá le traía recuerdos de su estancia en el país. Autor de El mandarín, intentó dar forma a Oriente dentro del contexto japonizante de la época. Los ventanales del salón miran al sur, tienen dos bancos de piedra en los laterales para disfrutar de los verdes entrelazados de las copas. Más allá, y no se ven, están los viñedos de Tormes, y a una treintena de kilómetros la bodega Quinta da Pacheca. Allí me cuentan sobre la astringencia y los finales equilibrados de los vinos. Y en el Museo del Duero, en Peso da Régua, que a las mujeres les hacían cantar durante la vendimia para que no se comieran las uvas y que el vino lo mandaban a envejecer a Vila Nova de Gaia, pues en Régua hay “nueve meses de invierno y tres de infierno”, óptimo para que crezcan, pero en Gaia hay un clima más templado y envejecen mejor.
Afrutado y versátil
Amor de perdición es una de las novelas más queridas por los portugueses. Su autor es Camilo Castelo Branco. La escribió mientras estaba encarcelado en el hoy Museo de Fotografía de Oporto, antigua prisión de la ciudad. En la segunda planta, destinada a los nobles, estuvo encerrado por su adulterio con Ana Plácido, con la que luego se casaría y viviría casi 30 años en São Miguel de Seide. En la cárcel escribió la historia de amor de su tío, Simão Botelho, preso por matar a un rival en una relación amorosa.
En Oporto se puede aprovechar para ver el emporio que ha creado la librería Lello, recorrer el barrio judío y acabar con una degustación de chocolates y oportos en la Chocolatería Equador (con ese nombre porque la línea del Ecuador pasa por Santo Tomé, antigua colonia portuguesa y productora de cacao). Los primeros años que vivió Castelo en su ahora Casa Museo en Seide escribió 22 novelas, incluidas las Estrellas funestas y Estrellas propicias, títulos representativos de su voz, una escritura realista de quien no dejó de ser romántico. De enorme corazón y vida apasionada, su vida, recuerda el director de su casa, fue un libro cuyos episodios eran él mismo. Enfrente, está el Centro de Estudios Camilianos, un edificio del arquitecto Álvaro Siza. Pero no voy a verlo, prefiero quedarme mirando el monte Córdoba (objeto de una novela camiliana) desde la ventana de su dormitorio. Pienso en los tres escritores. En un encuentro entre Torga, Queiroz y Castelo departiendo y caminando por las sierras que tanto amaron, y me vienen a la cabeza las palabras de la sumiller de la Quinta Nova de la Señora del Carmen: los mejores vinos son los que son capaces de retener durante más tiempo el clímax de su sabor y aroma.
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