Isla Mujeres, la feminidad integradora en el Caribe mexicano

Personas de todo el mundo llegan aquí en busca de sus playas coralinas de arena blanca y fina y de su paz. Muchas son mujeres que, solas o acompañadas, descubren un lugar marcado por la estela de la diosa maya Ixchel

Una de las estatuas ubicadas en Punta Sur, en Isla Mujeres (México).Artur Widak (NurPhoto / Getty Images)

Isla Mujeres es —y fue— un término descriptivo. Cuenta la leyenda que en 1517 Francisco Hernández de Córdoba encontró estatuillas femeninas al desembarcar en ella y por eso la bautizó así, y que las jóvenes mayas arribaban aquí en busca de los templos de Ixchel, diosa madre maya, diosa de la gestación y la fertilidad. Lo que pocos cuentan es que hay mujeres —madres, hijas, abuelas, adolescentes solas y acompañadas— que hoy llegan a esta isla caribeña atraídas por el mismo magnetismo.

En Isla Mujeres —4,5 kilómetros cuadrados, 7 de largo y 650 metros de ancho— muchas mujeres concatenan la salida del sol con el ocaso desplazándose de una playa a otra como el pequeño príncipe de Saint-Exupéry o deciden quedarse a vivir. Situada en pleno Caribe mexicano y colocada en un lugar estratégico frente a Cancún —la turística ciudad queda a una media hora en ferri—, cerca de Estados Unidos y América Latina, la isla tiene un poder magnético y es puerta para un realismo mágico literario pero conjugado en femenino. Aquí, dicen, toda mujer podría cumplir sus deseos o, al menos, lo tiene más fácil.

“Isla Mujeres es un lugar de mujeres para mujeres. Tengo amigas que dicen que aquí se han curado de la tristeza. Una dice que cuando vio la isla desde el ferri sintió que toda la vida había estado esperando llegar sin saberlo”, explica Marguerite, mujer alta de pelo blanco y ojos azules que vive la mitad del año en la isla y la otra mitad en Estados Unidos. “La isla cura por lo que te hace sentir. ¿Cómo? Nos cuidamos entre nosotras. ¡Es un lugar muy especial! También hay gente que dice que es la energía de Ixchel que llena de bendiciones”, aclara mientras dirige su mirada sobre finas cuentas azules que enhebra en un collar. Junto a ella, otras Rocío y María, que llegaron hace muchas décadas desde Yucatán, también componen collares, anillos, brazaletes y pendientes que la cooperativa de mujeres Isla Mujeres Women’s Beading Co-op vende aquí mismo. Ellas forman parte de una red femenina con mujeres americanas e isleñas que se ayuda entre sí. Algunas de ellas danzan cada domingo en el extremo sur de la isla con los primeros rayos de sol a la puerta de uno de los templos femeninos mayas de la isla, y también hay hombres porque el carácter femenino es inclusivo.

Una mujer bailando al atardecer en una playa de Isla Mujeres.Alamy / Cordon Press

En Punta Sur, cerca de las grandes casas habitadas en gran parte por una rica y efervescente colonia norteamericana, y por güeros —rubios y blancos mexicanos, las ruinas del templo de la diosa Ixchel se levantan sobre el horizonte del mar esmeralda entre coloridas estatuas modernas. Frente al templo hay un escriba, una mujer con ofrendas y otros personajes míticos masculinos y femeninos colocadas sobre templetes. Una escalinata y un camino tallados en la piedra zigzaguean junto al acantilado. Después, el mar infinito. Aquí y allí hay iguanas; unas hacen coreográficas carreras y las otras observan el mar. El riesgo de tanta belleza es caer en lo fantástico. “Yo creo que un día voy a ver sirenas aquí”, confiesa Bella. Ella trabaja en los lavabos de Punta Sur. “Mira si esto es especial que vienen a danzar aquí”, explica sonriente la mujer mientras abre la carpeta de imágenes de su móvil y muestra al hombre del que se enamoró, pero que es inalcanzable porque ama a otro hombre. “La gente de la isla es muy abierta, gente buena y acogedora”, insiste Bella. Y lo son, esa es la fama y los hechos lo prueban.

Una de las muchas iguanas que esperan en Punta Sur.Alamy / Cordon Press

Fidel Villanueva Madrid, cronista de la isla por voluntad propia, protege su corazón histórico y su memoria con decisión tenaz. “Soy guardián de la memoria”, aclara al abrir la puerta y adentrarse en el interior de la Hacienda Mundaca que, cerrada ahora a cal y canto, explica la historia del lugar a golpe de vista. El olor a selva, hierba y Caribe retrotraen a otro tiempo en el interior de la isla; el silencio rodea el templo dedicado a la diosa de la fertilidad maya. “Necesita una buena excavación; este sitio es muy importante y tiene que cuidarse”, afirma Villanueva al adentrarnos en la casa colonial construida con las piedras del templo por Fermín Antonio de Mundaca, pirata español que puso su impronta aquí. Su historia es también leyenda y tiene heroína isleña. Cuentan que Mundaca se enamoró de la joven a la que dedicó la finca. Él era muy rico y mayor, ella muy joven. La mujer se casó con un isleño, y el hacendado abandonó el lugar. “Las isleñas no se venden por dinero. Tienen carácter”, aclara Villanueva.

La Hacienda Mundaca, la casa colonial construida por el pirata Fermín Antonio de Mundaca en Isla Mujeres.Alamy / Cordon Press

El carácter de las mujeres isleñas, muchas de las cuales son fervorosas de vírgenes como la de Guadalupe en las que se sincretiza lo femenino del lugar, es famoso. Sin el coraje femenino la isla no sería lo que es. El de Hilda, dueña del hotel Bucaneros, es un ejemplo. Ella arribó sola hace más de 50 años. Aquí se casó, tuvo tres hijos, enviudó y pocos meses después nació su cuarta hija; sacó su restaurante y su hotelito adelante, viajó para innovar a cada rato su carta con nuevas recetas. Su menú y su negocio crecieron con la familia. Hazel, su hija más pequeña, quiso ser diseñadora de lujo en Europa, y lo fue. “En París decían que tenía más carácter por ser isleña, que no había obstáculos para mí”, cuenta Hazel, que tras vivir 11 años en la capital francesa decidió dejar todo lo conseguido para regresar a Isla Mujeres en busca del mismo sentido de vida en el que creció. Ahora expone su obra pictórica en una sala del hotel y a veces trabaja en el negocio familiar. “Mi madre nos enseñó a salir adelante y a valorarnos”, confiesa.

Para hablar del coraje isleño y de sus recetas otras dos hoteleras se citan a media mañana en torno a un suculento desayuno en el hotel Posada del mar, frente a la arena coralina de Playa norte. Se llaman Lupita y Sol, son competencia y amigas, y gozan de una gran memoria gastronómica. “Mi abuela me daba de comer huevos de tortuga. Yo ponía sal, limón y orégano. Comíamos también bistec de tortuga”, recuerda Sol, que está sentada frente a una delicia de jugo, unos huevos con tomate sofrito, plátano y quesadillas. Ambas saben lo que es hacer fortuna de la nada, y ambas cierran los ojos al hablar de los sabores originales que cuentan la historia de la isla, como son el del pescado Tkix pil o el ceviche de caracol. “Nuestros sabores son diferentes también porque venían por ejemplo quesos de bola rojos de Holanda, y hay platitos cocinados con ese queso. Hay buen marisco, mejores pescados; pero la mayoría de los ingredientes se traen de la península”, comentan. “Pese a todo el turismo que llega no hemos perdido el carácter isleño”, se enorgullecen.

Un paseo con escultura rodea Punta Sur.Artur Widak (NurPhoto / Getty Images)

No lo han perdido, aunque los turistas desembarquen cada día por cientos, aunque las construcciones crezcan desbocadas, aunque la carretera rompa el equilibrio necesario que las lagunas salinas y manglares necesitan. Isla Mujeres sigue siendo lo que es y lo que hace sentir; esa serena fortaleza que el viajero, pasados los días, nota porque eso único que tiene la isla y no se ve ya ha entrado en él; ya ha hecho su efecto.

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