Alcazarquivir, campos de fresas y leyendas de reyes
El nombre de esta ciudad marroquí está asociado a la batalla que tuvo lugar aquí el 4 de agosto de 1578. Una ciudad histórica por la que merece la pena adentrarse y descubrir los restos de su muralla romana, la Mezquita Grande o el llamado Callejón de los Negros
Alcazarquivir, en árabe Ksar el-Kebir, significa palacio grande o alcázar grande. Con más de 126.000 habitantes es la mayor ciudad de la provincia marroquí de Larache, en el suroeste de lo que fue el protectorado español. Encabeza hoy una comarca, en la planicie del Gharb, cerca del Atlántico, donde no falta el agua. El río Lucus y sus afluentes abastecen, además, a un gran pantano: el Oued Al Makazhine. ...
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Alcazarquivir, en árabe Ksar el-Kebir, significa palacio grande o alcázar grande. Con más de 126.000 habitantes es la mayor ciudad de la provincia marroquí de Larache, en el suroeste de lo que fue el protectorado español. Encabeza hoy una comarca, en la planicie del Gharb, cerca del Atlántico, donde no falta el agua. El río Lucus y sus afluentes abastecen, además, a un gran pantano: el Oued Al Makazhine. Y eso supone riqueza agrícola. Y a la postre frutos rojos, con la esperanza de que se cumpla la canción de los Beatles Strawberry Fields Forever (Campos de fresas para siempre). En esa zona ya han dado un paso más hacia los cultivos tropicales. Mangos y aguacates son mercancía abundante en los zocos alcazareños.
Aparte de restos de muralla romana, la villa se esparce en barrios donde la apariencia moderna es la dominante. La alcazaba de los Ghailan, la familia que mandaba en el siglo XVII, conserva pocas antigüedades, aunque paseos evocativos no faltan. En el llamado Callejón de los Negros se alojaban las tropas guenagua (gnawa), antiguos esclavos de origen subsahariano. Hoy nutren cofradías que, a veces, ejecutan músicas de trance. En el barrio de Bad el Oued se alza la restaurada Gran Mezquita, de tiempos almohades. Abundan las zauias o escuelas coránicas. No hay ya sinagogas en la vieja judería y la iglesia del Sagrado Corazón del barrio Xerea, el más español cuando el protectorado, aloja un centro social. La Puerta de Regulares, de estilo neonazarí, es casi el mayor icono urbano. Es la puerta que antaño daba acceso no solo a un cuartel, sino a una pequeña ciudad cuyo epicentro radicaba en la Sala de Banderas, aún visible con sus columnas azules y capiteles encalados.
Con todo, el nombre de esta ciudad se asocia al 4 de agosto de 1578, cuando se libró la batalla de Alcazarquivir, también conocida como la batalla de los Tres Reyes. Porque aquí, o cerca, lucharon y murieron tres reyes, dos sultanes y un monarca portugués, Sebastián I. La muerte de este último originó leyendas y mitos de fuste, dando pie al sebastianismo o la esperanza de que el joven rey derrotado volviese entre los vivos. Para reconquistar todo lo que tenía Portugal y aún más.
La histórica batalla tiene un tercer nombre, el del río El-Makhazen (o de la Podredumbre). Saliendo de la ciudad hacia el sur se encuentra ese cauce famoso que también presta su nombre a uno de los mayores pantanos de Marruecos, con sus 700 hectómetros cúbicos. Antes de cruzar el río de marras se ubica la aldea de Mehacen, en cuyo cementerio hay una modesta tumba donde se cree que está enterrado el ganador de la batalla, el sultán Abu Marwan Abd al-Malik. Lo cierto es que este murió antes de que terminase la contienda y el verdadero ganador fue su hermano, Ahmad Al-Mansur Eddahbi, sultán que está enterrado en las tumbas reales saadíes de Marraquech. Respecto al otro sultán en liza, el derrocado Ahmad Al-Mutawakil, aliado del rey portugués, se ahogó tratando de cruzar el río El-Makhazen. Memorias escritas en el agua hoy junto a un pantano que desde su construcción, en 1978, ha generado una sucesión de islas y lagos artificiales en medio de un paisaje rifeño, fresco y verde, donde a veces se ven piragüistas.
Pero a una veintena de kilómetros de Alcazarquivir, en dirección a la ciudad de Larache, al norte, se abre la gran campa de Suaken, un pueblo donde lo que más se oye es cómo peina el viento los cañaverales de azúcar, o cómo balan las ovejas. En el centro de este pueblo de unos 12.000 habitantes han puesto un pequeño monumento con dos lápidas de mármol escritas una en árabe y otra en francés. Sus letras un tanto roídas por la intemperie dicen: “La epopeya del Oued Al-Makhazine, que es conocida como la batalla de los Tres Reyes, se desarrolló en este lugar el 4 de agosto de 1578″. A pocos pasos hay un recinto sin puertas, con muros blancos llenos de pintadas, y una tumba sin inscripciones. La cual sería también la de Abd el-Malik. Un empleado del Ayuntamiento nos comenta que una fundación, tal vez saudí, quiere restaurar estos monumentos locales.
Pues eso no es todo en Suaken. Frente a la escuela se alza apenas un metro sobre la rala hierba un cenotafio blanco, sin inscripciones, que se da como el lugar donde se enterró al rey portugués. Quién lo diría, que ahí habría estado, aunque fuera un corto tiempo, el primer y último rey de la dinastía de Avís, el sobrino de Felipe II, el que montó toda una cruzada con decenas de miles de infantes y jinetes. Don Sebastián, a sus 24 años, quiso conquistar no solo Marruecos, sino África, y desde ahí el resto del orbe. Pero todo acabó como en las mejores leyendas artúricas. El cadáver pudo ser llevado a Ceuta, entonces en manos portuguesas, y luego a los Jerónimos de Belém, en Lisboa. Al mismo tiempo se difundió la idea de que el rey Sebastián no había muerto. Y que reaparecería para dar a Portugal justicia, brillo mayor y orgullo renovado. Hasta Fernando Pessoa lo trata en su primer poemario Menssagem (1934): “Loco, sí, loco por querer grandeza/que la Suerte no da”.
El caso es que el sebastianismo, con su contradicción a cuestas, prendió en la imaginación de muchos portugueses. Mientras, en las juderías de Alcazarquivir, Tetuán, Tánger y otros lugares donde se establecieron los hebreos tras haber sido expulsados de Portugal, celebraron la muerte del rey luso con la fiesta del Purim Sebastiano, en el mes de Elul. Se regalaban monedas a los niños y se comían higos chumbos. Porque otra leyenda decía que el rey Sebastián cayó muerto junto a una chumbera, la que debía de haber en Suaken, el espinoso cogollo de la batalla de Alcazarquivir.
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