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17 paraísos en las afueras (uno por comunidad)

Otoño es buena época para explorar los espacios naturales que hay al lado mismo de las ciudades, cuando cesa el calor y se doran las alamedas del río Manzanares, del Júcar, del Duero… En alguna urbe se oye incluso la berrea de los ciervos

Sierra Nevada tiene el doble de altura y 100 veces más fama. Por eso, la sierra de Huétor es una perfecta desconocida en la mayor parte de España. No así en Granada, ciudad de la que está a solo 10 kilómetros al noreste y para la que es un recreo cómodo, habitual y tradicional, que ya en el siglo XI los reyes ziríes venían a pasar aquí la Pascua de los Alaceres, en tiempo de la vendimia, y celebrar añaceas, zambras y jolgorios varios. Alfaguara llamaron los musulmanes a la zona de la sierra más próxima a Granada, por su abundancia en aguas manantías. Testigo de ello es la milenaria Fuente Grande, en la localidad de Alfacar: un nacedero borboteante cuyas linfas cristalinas se remansan en un estanque monumental, de 30 metros por 15, en forma de lágrima. Se puede (y se debe) pasear por la acequia de Aynadamar, que desde este manadero surtía al barrio granadino del Albaicín y que el poeta e historiador Ibn al-Jatib describía rodeada de huertos deliciosos, jardines incomparables, mirtos y palacios. (turgranada.es/ juntadeandalucia.es) Elena Fernandez Cervera (Alamy /
En el Meandro de Ranillas, la última curva que traza el Ebro antes de cruzar Zaragoza, donde antaño había huertos y en 2008 se plantó la Exposición Universal, resplandecen y oxigenan el aire los 25.000 árboles y 40.000 arbustos del Parque del Agua, que en otoño, por motivos obvios, es cuando más bellos están. Este oasis de diseño de 120 hectáreas es un nuevo concepto de parque, cuyo objetivo principal, según la web del Ayuntamiento, es “reafirmar los lazos de la ciudad con su territorio, manteniendo los ambientes más naturales en el meandro”. Para ello, se ha conservado la vegetación autóctona (sauces, álamos, olmos, tamarices y fresnos) y se han creado 200 huertos ecológicos. Pero como no todos los zaragozanos son unos hippies obsesionados con lo natural y lo autóctono, se han introducido también cosas más del gusto de los modernos urbanitas: golf, canal de aguas bravas, playa fluvial, parque de aventura, centro termal… (zaragoza.es) Alvaro Bueno (Alamy / CORDON PRE
A siete kilómetros al oeste de Gijón, se yergue poderoso el cabo Torres. Y encima de él, rodeado de acantilados de 70 metros de altura, se extiende el Parque Arqueológico-Natural de la Campa Torres, el cual atesora los restos (foso, contrafoso, muralla…) del castro de Noega, donde vivían desde el siglo VI antes de Cristo los cilúrnigos, uno de los 22 pueblos que componían los astures, dedicados fundamentalmente a la metalurgia (la raíz céltica cilurnum significaba caldero). Con sol, desde el castro se domina un panorama bárbaro de la ciudad de Gijón, así como de las playas de Xivares, Perlora y Candás. Con niebla, aún es mejor: se ve un ejército fantasmal de barcos y grúas, los del puerto de El Musel, como quizá vieron los cilúrnigos, a principios del siglo I, llegar a los romanos con sus naves y sus ingenios, sin sospechar que era su fin. Más parecida a un campo de golf que a un yacimiento arqueológico, la verde campa que alfombra el cabo Torres cuenta con un agradable paseo y con un pequeño museo. (gijon.es) Jose Manuel Sanchez Guerrero (Al
Muchos suben en coche o en autobús a este monte de las vecindades de Palma, visitan el castillo de Bellver –una preciosa fortaleza circular del siglo XIV–, hacen una foto casi aérea de la ciudad, la publican en Instagram y salen pitando. El bosque de Bellver, casi ni lo huelen. Otros se lo toman con más calma y ascienden a esta cima de 112 metros de altura por la escalinata de Sa Pujada, saboreando en cada uno de sus 500 peldaños el aroma de los pinos carrascos, las encinas, los acebuches y los madroños. Y otros, conscientes de la inmensa suerte que es tener un bosque así a solo tres kilómetros de Palma, lo exploran sin ninguna prisa, disfrutando de todas las posibilidades que ofrece para hacer senderismo. En dar una vuelta de cinco kilómetros, bordeando por el interior la cerca que delimita este bosque de 126 hectáreas, se tarda una hora y media. (visitpalma.com). Matt Piotrzkowski (Alamy / CORDO
Vista desde el cielo, como se ve en los mapas, Tenerife tiene la forma de un jamón. El centro de ese inmenso pernil, la parte más abultada y apetitosa, corresponde al Teide. El extremo nororiental (la pezuña del jamón) es Anaga, península, macizo, parque rural y reserva de la biosfera situada en las vecindades de la capital insular, que, lejos de ser lo menos sustancioso e interesante de Tenerife, concentra más endemismos que ningún otro lugar de Canarias y del resto de Europa. La península de Anaga es un rompeolas de los vientos alisios y una de las zonas más lluviosas de la isla. Es una isla dentro de la isla que, en pocos kilómetros, reúne todos los paisajes posibles. Muchos endemismos y muchos paisajes, pero pocas carreteras. De hecho, aún hay pueblos a los que solo se llega a pie o en barco. En tres horas y media se pueden unir caminando los remotos caseríos y las playas salvajes de Benijo y Roque Bermejo, a través de una selva que haría gritar de placer a Tarzán. De allí se regresa a Santa Cruz en taxi acuático. (webtenerife.com/ reservabiosfera.tenerife.es) Jonathan Vandevoorde (Arterra /
Al norte de Santander, protegiendo la entrada de la bahía, se encuentra Cabo Mayor, donde los días de galerna golpean olas como montañas. Sobre este fabuloso rompeolas natural, luce desde el 15 de agosto de 1839 el faro más importante de Cantabria, con foco situado a 30 metros de altura sobre la tierra y a 91 sobre el mar. Una señora torre de desnuda sillería que, además de emitir dos destellos de luz blanca cada 10 segundos y dos pitidos largos cada 40 en caso de niebla, brinda un panorama acongojador de la costa acantilada y alberga un museo con cientos de faros pintados por Eduardo Sanz, Úrculo, Pérez Villalta, Eduardo Arroyo... Aunque tiene acceso en coche, una preciosa senda costera permite acceder a pie desde El Sardinero, bordeando el campo de golf y la playa salvaje de Mataleñas, siempre cerca de los cortados donde anidan el halcón y el colirrojo tizón. Una hora y media, sin parar, se tarda en llegar al faro. (turismo.santander.es) anderm (GETTY IMAGES)
En ninguna urbe española la naturaleza está tan próxima del centro, del casco histórico, como en Cuenca, donde las viejas casas se levantan haciendo equilibrios sobre una alta peña caliza rodeada de cañones: son las hoces del río Júcar y su afluente el Huécar, que abrazan la ciudad medieval como el foso de un castillo de gigantes. Para disfrutar de esa naturaleza tan repentina, tan brusca, nada como el sendero periférico de las Hoces de Cuenca (SL-CU 10), que traza un círculo de cuatro kilómetros alrededor del casco histórico, subiendo primero por el cañón del río Huécar y bajando después por el del Júcar. Señalizado con letreros y marcas de pintura blanca y verde, arranca en el Auditorio, donde hay un aparcamiento y un punto de información turística, y enseguida comienza a ganar altura por los cortados calizos de la margen derecha del Húecar, a los que se aferran las famosas Casas Colgadas. Un par de horas se tarda en dar la vuelta entera, haciendo frecuentes paradas contemplativas. (visitacuenca.es/ruta/hoces-de-cuenca) DCarreno (Alamy / CORDON PRESS)
Otras afueras bonitas y repentinas son las de Soria, ciudad que se acaba bruscamente al cruzar el viejo foso medieval del río Duero. Al otro lado del puente de Piedra hay un magnífico paseo que discurre por la margen izquierda del río, aguas abajo, entre el monasterio de San Polo y la ermita de San Saturio. Este camino de poco más de un kilómetro, bordado de árboles llenos de corazones e iniciales (los “álamos del amor”, como los llamaba Machado), es la postal eterna de Soria, la foto que todos los visitantes se han llevado como recuerdo de la ciudad desde que se inventó la cámara. En algún lugar del mundo, Google debe de tener un servidor específico, de muchos terabytes, para almacenar los millones de imágenes que hay de la ermita de San Saturio, arrebujada en el dorado manto otoñal de los chopos ribereños. Otro día, para variar, se puede caminar río arriba hasta Garray, el pueblo que custodia las ruinas de Numancia. (turismosoria.es) ANDRÉS CAMPOS
Delante, el Mediterráneo y cuatro kilómetros de playas, la Barcelona abierta al mar fresca, moderna y espontánea que sale en todos los anuncios, en todas las fotos, en todos los pensamientos. Detrás, a cinco kilómetros escasos del centro de la ciudad, la sierra de Collserola, uno de los mayores parques metropolitanos del mundo, 8.259 hectáreas de pinos, encinas, robles, vistas, silencio, oxígeno… ¿Y soledad? No, soledad es lo único que no hay ni puede haber en esta sierra, estando como está rodeada de nueve municipios y tres millones de personas. Pero hay 400 kilómetros de senderos (el más sencillo, panorámico y popular, la carretera de las Aigües, una antigua conducción de agua que abastecía a los barceloneses, de ocho kilómetros de recorrido). Y, ya que estamos en otoño, hay un montón de setas: desde el ubicuo, democrático y pinariego níscalo hasta la muy noble, muy codiciada y muy esquiva Amanita cesárea o huevo de rey, que solo crece, vaya usted a saber por qué, bajo ciertas encinas. (parcnaturalcollserola.cat) Sergi Boixader (Alamy / CORDON P
En El Pardo, justo antes de entrar en Madrid, el Manzanares aún es un río sorprendentemente natural. Ya no es el niño salvaje que brinca y berrea nada más nacer en la sierra de Guadarrama, pero todavía conserva un aire juvenil, sano y risueño. Así lo vamos a ver subiendo por su margen derecha desde el puente de los Capuchinos, en El Pardo. El sendero, muy sencillo y sin pérdida posible, porque discurre siempre al lado del río, nos va a llevar en una hora hasta la presa de El Pardo. Mirando a la derecha, hacia el Manzanares, descubriremos espléndidas alamedas y fresnedas, que el otoño pinta de vivo amarillo. Mientras que, mirando a la izquierda, tras la alambrada que protege la zona de reserva integral del monte de El Pardo, observaremos docenas de gamos triscando entre las encinas, cosa nada extraordinaria, pues hay miles de ellos y en esta época andan revueltos, de ronca que le dicen. (elpardo.es) Vali Lung (Alamy / CORDON PRESS)
A siete kilómetros al norte de Castellón, en un cerro del parque natural del Desierto de las Palmas, se encuentran las ruinas del musulmán Castell Vell, donde habitaron los primeros castellonenses hasta 1251, cuando se trasladaron a La Plana, al llano. Hay unas magníficas vistas de la ciudad y del mar, así como un entorno de pinares y merenderos ideal para hacer un pícnic. Siguiendo por la misma carretera que lleva al Castell Vell, la CV-147, nos adentraremos en el parque natural del Desierto de las Palmas, que de desierto solo tiene la soledad, porque es una selva de alcornoques, carrascas, madroños, durillos, brezos, torviscos, aladiernos, ruscos, enebros, lentiscos y palmitos. Aquí se emboscaron los carmelitas descalzos a finales del siglo XVI y aquí siguen, en un bonito monasterio rodeado de ermitas, exuberantes verdores y montes como el pico Bartolo, máxima altura del parque (736 metros), al que se puede subir y bajar en un par de horas para otear desde la cima las islas Columbretes, a 59 kilómetros de distancia. (desiertodelaspalmas.com / turismodecastellon.com) Vicente Soler Marmaneu Vicenfoto
Peñas graníticas que parecen esculturas, un centenar largo de cigüeñas y las obras vanguardistas del Museo Vostell conviven en los campos encharcados del Monumento Natural Los Barruecos, en Malpartida de Cáceres, a 14 kilómetros de la capital provincial. Mejor maridaje entre naturaleza y arte, difícilmente se hallará en España. Ni mejor forma de escapar de una ciudad, más rápida y original. De las cuatro sendas autoguiadas que recorren Los Barruecos, la más completa es la ruta azul, de dos horas de duración, que permite ver las peñas más curiosas, tumbas antropomorfas, un asentamiento romano, un poblado neolítico, grabados y pinturas rupestres y las esculturas al aire libre del hispano-alemán Wolf Vostell (1932-1998), pintor, escultor, pionero de la instalación y el videoarte y figura destacada del movimiento Fluxus, que nada más contemplar este paisaje, en 1976, lo declaró “obra de arte de la naturaleza” y decidió crear allí un museo donde se combinaran las creaciones naturales con las humanas. (malpartidadecaceres.es/ museovostell.juntaex.es) Kemedo / Alamy / CORDON PRESS
No hace falta viajar a Islandia para disfrutar de un baño termal al aire libre. Tampoco a Japón, ni a Budapest, ni a los Alpes. A orillas del Miño, junto a la capital orensana, pozas gratuitas y spas económicos ofrecen este placer natural todo el año, aunque nieve a capazos. Al oeste de la ciudad, río abajo, se suceden durante cuatro kilómetros las pozas y termas de Chavasqueira, Muíño da Veiga, Outariz y Burgas de Canedo, además de las fuentes de O Tinteiro y de Reza. Algunas son instalaciones privadas, spas de estilo japonés donde lógicamente hay que pagar (tampoco mucho: 6,40 euros), pero otras son baños públicos acondicionados como áreas recreativas de país rico, con vestuarios, cuidado césped y piscinas naturales de granito, donde uno puede pasar el día en remojo gratuitamente. Se puede ir andando o pedaleando por el paseo asfaltado que discurre por la orilla del río o tomar el tren turístico que sale cada hora (cada dos, en invierno) de la Plaza Mayor de Ourense. (turismodeourense.gal/termalismo) Andrés Campos
Andando o pedaleando por el Camino de Santiago, se llega enseguida desde Logroño al parque de La Grajera, un espacio natural de 87 hectáreas (32 de las cuales corresponden a un embalse) que dista solo seis kilómetros del centro de la ciudad. Una vez allí, si hay ganas de quemar más calorías, se puede rodear el embalse o seguir las flechas amarillas de la ruta jacobea hasta el alto de La Grajera, desde donde se divisa todo el parque y la capital riojana. Pero muchos de los que vienen a La Grajera no quieren quemar nada: si acaso, algunas chuletillas a la brasa. Llegan en coche con su nevera llena de refrescos y vituallas, las gavillas de sarmientos, el balón para dar unas pataditas, el periódico, la baraja… Para ellos hay mesas y asadores al aire libre. Como es lógico, en verano, para evitar los incendios, estos últimos se precintan. (lariojaturismo.com) Nick Hatton (Alamy / CORDON PRES
En las mismas afueras de Pamplona no está la Valdorba, pero solo hay que viajar 20 kilómetros hacia el sur para descubrir esta comarca intacta e ignota, puramente medieval. Nada de verdores exagerados. Por doquier, campos de cereales, montecillos tapizados de carrascas y preciosos templos románicos, como la ermita de San Pedro de Echano o la iglesia del Santo Cristo de Kataláin. En lo alto de Iratxeta hay otro edificio románico sorprendente: un granero aupado sobre 10 arcos de medio punto, que es el hórreo más antiguo de España. Y en lo alto de la sierra de Guerinda, un molino de viento como los de La Mancha. Poco ha cambiado en 1.000 años este rincón de Navarra. En realidad, la Valdorba se parece muy poco a la Navarra que todo el mundo conoce o cree conocer. (valdorba.org) ANDRÉS CAMPOS
Solo se tarda 15 minutos en coche. O una hora y media a pie. Avanzando seis kilómetros hacia el sur desde el centro de la capital, nos plantamos en el parque regional El Valle y Carrascoy, que es grandecito (17.410 hectáreas) y está formado por las sierras prelitorales que separan el valle del Segura y la cuenca del Mar Menor, la Huerta de Murcia y el Campo de Cartagena. Imprescindible, para abrir boca, el Centro de Visitantes de El Valle, que dispone de un servicio de visitas guiadas con cuatro recorridos (tres exteriores, de una hora de duración, y uno en el propio recinto). Otros dos lugares recomendables son el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre y el Arboretum, un jardín botánico de 1,5 hectáreas con más de 600 plantas de 108 especies diferentes. El paisaje más curioso del parque, ideal para caminar alrededor y escalar arriba y abajo, es la Cresta de Gallo, unos riscos pelados de roca colorada que parecen eso mismo. (turismodemurcia.es) Marlene Vicente (Alamy / CORDON
A solo dos kilómetros en línea recta de la almendra medieval de Vitoria, al este de la ciudad, deslumbra a propios y extraños el parque de Salburua, Humedal Ramsar de importancia internacional, incluido en la Red Natura 2000, donde habitan el visón europeo e infinidad de aves (ánades, ánsares, silbones, cucharas, cercetas, porrones, fochas, somormujos, zampullines, gaviotas, garzas, garcetas…) y donde es fácil tropezarse con alguno de los 140 ciervos que triscan y berrean a orillas de sus lagunas. Si el rey Sancho IV de Navarra, que fundó Vitoria en 1181, levantara la cabeza y viera y oyera lo que se ve y se oye en el parque de Salburua, pensaría que nada ha cambiado. Este paraíso acuático de 200 hectáreas se puede visitar a pie o en bici, por libre o participando en las actividades que organiza el Centro de Interpretación Ataria: rutas guiadas, talleres, charlas, anillamiento de pájaros... (vitoria-gasteiz.org∫) ALFREDO RUIZ HUERGA (Alamy / COR