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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Cuando la solidaridad internacional se construye desde cerca

La cooperación descentralizada reivindica su papel ante crisis como la del coronavirus

Barriada de Tegucigalpa (Honduras). El intercambio de experiencias entre ciudades puede convertirse en una poderosa arma contra la covid-19.ORLANDO SIERRA (AFP)

En otoño de 2018 la ciudad extremeña de Mérida acogió el primer Congreso Internacional de Periodismo de Migraciones. Por primera vez, profesionales de la información que tratan uno de los asuntos más relevantes del debate público tuvieron la oportunidad de reunirse, formarse, compartir experiencias y consolidar redes de trabajo. El congreso volvió a repetirse en 2019 y en el mismo lugar, con muchos más participantes internacionales, una agenda endiablada y la certeza de haber contribuido a mejorar una disciplina tan delicada como maltratada.

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Quien apostó desde el primer momento por este intento tan poco convencional de contribuir al progreso global no fueron las grandes ONG y fundaciones que trabajan en el tema migratorio, sino una agencia de cooperación regional –la extremeña (AEXCID)– y un ayuntamiento –el de Mérida–. Sus responsables lo contaban en este post esta misma semana, citando también otros ejemplos de su trabajo. Lo que no contaban, y les cuento yo, es que en el mundo de la cooperación española este tipo de iniciativas son poco habituales. Es mucho más fácil aprobar cada año una retahíla de proyectos más o menos asistencialistas que dejen tranquila a la parroquia y rellenen un par de páginas, que asumir riesgos y arrastrar además a tu opinión pública en el intento.

El ejemplo de Extremadura ilustra dos características de la cooperación descentralizada. La primera es su capacidad de construir redes de solidaridad desde abajo y desde cerca. Es posible que las comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos no tengan el músculo financiero de las agencias estatales –aunque, al paso que van estas últimas, eso puede cambiar pronto–, pero ofrecen un capital anímico sin el cual ninguna política de cooperación podría resistir. Desde las movilizaciones por el 0,7% en 1995, España contribuye con este modelo tan excepcional a sostener una simpatía social por las políticas de ayuda al desarrollo que es poco activa, pero generalizada y constante (aquí el último informe del CIS, elaborado en plena salida de la crisis).

La segunda característica resulta aún más atractiva en este momento. En un contexto de transformación de los modelos de cooperación, la descentralizada ofrece potenciales indudables en forma de agilidad, capacidad de innovación y capilaridad de sus actores. Durante los últimos cinco años hemos sido testigos del modo en que las ciudades, por ejemplo, dejaban muy atrás a otros actores a la hora de interpretar y aplicar la Agenda 2030. Los nuevos modelos de urbanismo, movilidad, abastecimiento energético o equidad social se extienden a través de redes internacionales como la Unión de Ciudades de Capitales Iberoamericanas (UCCI) o la Red Española de Desarrollo Sostenible. Más que el dinero, en estos programas importa el intercambio de conocimiento y la oportunidad de llevar a escala prototipos de políticas que han funcionado en otros lugares. Y lo hacen involucrando a ONG, universidades, empresas e instituciones públicas.

Les cuento todo esto porque la cooperación descentralizada celebra estos días su particular semana del orgullo, bajo el lema #DeLaCrisisSeSaleCooperando. Y creo que aciertan con la idea, que recoge este manifiesto. La respuesta a la covid-19 –la capacidad de amortiguar sus costes y aprovechar sus oportunidades– puede beneficiarse mucho de actores como ellos. Así al menos lo ha entendido la comunidad de cooperación de El Día Después, en la que varias agencias y fondos de la descentralizada contribuyen a definir el mundo que podemos ser tras este trauma colectivo.

La Cooperación Española necesita una reforma a fondo que le dote de espacio político y narrativo en el proyecto de país para las próximas décadas. Muchas cosas deben cambiar, pero confío en que esta forma tan aterrizada de responsabilizarse de lo global y común no sea una de ellas.

Este es el segundo artículo de una serie sobre el valor de la cooperación descentralizada y su aportación a la consecución de la Agenda 2030 de la ONU.

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