Rufus Wainwright: “Cuando llegué a Hollywood apenas había famosos abiertamente gais, ¡no tenía con quien enrollarme!”

Durante años, siempre tuvo un buen disco que ofrecer y una anécdota mejor para promocionarlo. Aparcó el pop y ordenó su vida. Ahora vuelve a casi todo lo que le hace único: grandes canciones, amigos famosos y autoparodia

Rufus Wainwright nunca ha sido de mirar al frente.(Gianfranco Tripodo)

Pocos días antes del fin del mundo, Rufus Wainwright volaba a Madrid para promocionar su nuevo disco, Unfollow the rules, un retorno a lo que sus fans podrían denominar como el Rufus clásico. Todavía estábamos en la fase del chiste con el coronavirus y el músico estadounidense de origen canadiense se sumaba: “Me han cancelado el viaje a Italia, espero que mis fans italianos no dejen de escucharme… De todos modos, allí nunca he tenido mu...

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Pocos días antes del fin del mundo, Rufus Wainwright volaba a Madrid para promocionar su nuevo disco, Unfollow the rules, un retorno a lo que sus fans podrían denominar como el Rufus clásico. Todavía estábamos en la fase del chiste con el coronavirus y el músico estadounidense de origen canadiense se sumaba: “Me han cancelado el viaje a Italia, espero que mis fans italianos no dejen de escucharme… De todos modos, allí nunca he tenido muchos”. Por fortuna, regresó de Europa a EE UU antes de cualquier restricción. Aunque ha tenido que retrasar la salida del álbum hasta el 10 de julio. Su miguita musical a este delirio la pone cada día en su Instagram, con la iniciativa #SongADay (una canción al día), a la que se han sumado músicos de todo el mundo. Con su colección de batas abiertas y el pecho plateado por los años (en julio cumple 47), nos canta desde su confinamiento en su nuevo casoplón en Laurel Canyon, el barrio de Los Ángeles que ha alojado a la realeza jipi, de Frank Zappa a su ahora íntima Joni Mitchell (inspiradora del single Damsel in distress).

"Hoy tengo la suerte de ser un hombre sobrio, VIH negativo, enamorado desde hace 13 años y padre de familia. Pero a cada momento me recuerdo a mí mismo que el viaje para llegar hasta aquí ha sido muy salvaje"

Han pasado seis años desde lo que él llama su autoexilio del pop. Tiempo en que ha estrenado su segunda ópera como compositor, Hadrian (el emperador romano); ha reafirmado que su marido, Jörn Weisbrodt (gestor cultural y exasistente del dramaturgo Robert Wilson), es el hombre de su vida y, sobre todo, ha asumido con firmeza su rol como padre de Viva, la niña de nueve años que tuvo con su amiga Lorca Cohen (progenie de Leonard Cohen). “Y esto pasaba por abandonar mi vida entre Nueva York y Montreal y mudarnos a Los Ángeles. Me lo dijo Chrissie Hynde [cantante de The Pretenders] en un viaje de lujo que nos pegamos junto a otros amigos por Vietnam. Allí, en la cubierta de un barco en una escena como de Fellini, contemplando la Luna en los mares del Sur, me abrió los ojos: ‘No busques más excusas y ve a criar a tu hija’. Ahora estoy deseando que Viva tenga un gran recital en el cole para así tener el pretexto de no asistir yo a mi propio concierto. Cuando eres padre, todo se simplifica”, comenta divertido.

Confiesa que esa es la filosofía que ha guiado su décimo álbum de estudio, el que le ha llevado de vuelta a la casilla de salida. Aterrizó en Los Ángeles con 23 años para grabar el que sería su debut homónimo. Costó tres años y casi un millón de dólares. “Pensaba que estaba gastando el dinero de otros, estúpido de mí [risas]. Fui un quebradero de cabeza para el productor, quería meter mil ideas en cada canción. Lo que entonces me tomaba un año ahora lo resuelvo en un día”. A pesar de su innegable encanto, aquel Rufus era una pesadilla. Lo reconoce. “Me fichó un sello grande, me volaron a Hollywood, me alojaron en el Chateau Marmont… Y me di la vida padre. Me presenté como un pequeño príncipe aterrizado en la corte del star system, mi propio Versalles en el que intrigar [risas]. Hoy diría que lo he amortizado”. Desde luego, pocos han tenido a Helena Bonham-Carter protagonizando canciones y vídeos o a la difunta Carrie Fisher recitando sonetos de Shakespeare.

Rufus Wainwrigth fotografiado en Madrid para ICON.(Gianfranco tripodo)

Le encanta presumir de amigos célebres. La nota de prensa de este disco incluye valoraciones de fans como Sting, Cyndi Lauper o Cameron Crowe. Cualquiera diría que responde al estereotipo de acosador. “A lo mejor son ellos los que me rondan a mí”, se ríe. “Es una constante en mi carrera: mi trabajo ha sido particularmente apreciado por la intelligentsia. Y lo confieso: siempre me ha fascinado el Hollywood clásico, en el que los famosos solo salían con otros famosos, da igual que fueran relaciones estratégicas forzadas por los estudios. Mi desgracia fue que cuando llegué no había apenas famosos abiertamente gais. A Rupert Everett yo no le interesaba y Alan Cumming está mucho más guapo ahora… ¡No tenía nadie con quien enrollarme! [risas]. De hecho me sorprende que aún haya tan pocos hombres abiertamente gais en Hollywood. Me refiero a gente de la altura de Brad Pitt o Ben Affleck”.

“Con 13 años pensé que me iba a morir por el sida. En serio. Estuve como una década pensándolo. Que me violara un desconocido a los 14 en un parque de Londres aumentó mi ansiedad"

Se siente responsable, dice, de representar ese rol de gai adulto que él no tuvo en su infancia y adolescencia. Rufus Wainwright proviene de una de las grandes estirpes musicales de Canadá. Su madre, la cantante folk Kate McGarrigle, se divorció de su padre, el cantautor Loudon Wainwright III, cuando él apenas contaba tres años. “Y respondo totalmente al tópico: ella fue mi mejor amiga hasta que falleció de cáncer hace diez años, y con él llevo toda la vida peleado”. Su precocidad en el sexo le trajo traumáticas consecuencias. “Con 13 años pensé que me iba a morir por el sida. En serio. Estuve como una década pensándolo. Que me violara un desconocido a los 14 en un parque de Londres aumentó mi ansiedad. Viví experiencias mucho más oscuras de las que puede afrontar un gai adolescente hoy. Me convertí en alguien muy decadente, incapaz de controlar mi hedonismo. Y me entregué a las drogas. Fue como un antídoto a la era del sida: ‘Que le follen, voy a pasármelo bien’. Así acabé, que me tuvieron que recoger del suelo ciego [literalmente, estuvo una hora sin ver ni poder hablar] de metanfetamina”.

Tras aquel tremendo episodio se rehabilitó siguiendo los consejos de su amigo Elton John. “Hoy tengo la suerte de ser un hombre sobrio, VIH negativo, enamorado desde hace 13 años y padre de familia. Pero a cada momento me recuerdo a mí mismo que el viaje para llegar hasta aquí ha sido muy salvaje. Por eso este disco me lo he tomado como un cierre, una parada para reflexionar sobre todo lo que me ha convertido en el hombre que soy: un gai lo más cuerdo posible en la era más loca de la historia”. Y lo dice cuando aún no nos tomábamos en serio el coronavirus.

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