Por qué deberíamos leer ahora las novelas eróticas que excitaron a nuestros abuelos

Abordan el sexo con crudeza y sin complejos. Estos clásicos de la literatura no han perdido su vigencia y este retiro forzoso es, tal vez, el momento ideal para recuperarlos

Imagen promocional de unas guías vacacionales editadas por British Railway en 1951. Getty Images

La primera novela erótica de occidente, una colección de cuentos obscenos escritos por encargo, la autobiografía sexual de uno de los padres de la nueva novela norteamericana, las falsas memorias de juventud de una prostituta, la historia de sumisión fetichista que inspiró la moderna subcultura BDSM… Del Londres decrépito de Fanny Hill a la Alejandría pagana de Pierre Louÿs pasando por la Barcelona lasciva de George Bataille o el Pa...

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La primera novela erótica de occidente, una colección de cuentos obscenos escritos por encargo, la autobiografía sexual de uno de los padres de la nueva novela norteamericana, las falsas memorias de juventud de una prostituta, la historia de sumisión fetichista que inspiró la moderna subcultura BDSM… Del Londres decrépito de Fanny Hill a la Alejandría pagana de Pierre Louÿs pasando por la Barcelona lasciva de George Bataille o el París libertino y electrizante de Historia de O.

Estos diez clásicos del erotismo literario, en su mayoría muy antiguos, abordan el sexo en todo su esplendor y su crudeza, sin miedo a cruzar esa barrera invisible que separa lo sugerente de lo obsceno, el erotismo de la pornografía. Hemos querido recuperarlas como lecturas de cabecera para estos días de reclusión forzosa en los que las autoridades sanitarias nos recomiendan que, puestos a practicar el sexo, intentemos hacerlo rozándonos lo menos posible.

Leticia Roman interpretó a Fanny Hill en la versión cinematográfica de 1964.Getty Images

'Fanny Hill: Memorias de una mujer de placer', de John Cleland

¿De qué va esto? Una novela hija, como tantas otras, del confinamiento forzoso. Encarcelado por deudas en la prisión londinense de Fleet Street en invierno de 1748, el aventurero, diplomático y hombre de negocios británico John Cleland pidió pluma y papel y escribió en cuestión de semanas esta novelita gamberra y obscena, a medio camino entre la pornografía y la picaresca. Es la historia de una joven campesina, Fanny, que emigra a Londres tras quedarse huérfana. Allí acaba enrolada en un prostíbulo y encadenando orgasmos, amoríos y desventuras a un ritmo frenético, sin pausa y sin tregua. Aunque en la tradición británica hay antecedentes de literatura erótica tan ilustres como alguno de los sonetos de William Shakespeare o los dramas procaces de John Ford (lean si la encuentran su desvergonzada apología del incesto ¡Qué pena que sea una puta!), Fanny Hill es la primera gran novela libertina, un subgénero de cierto éxito en la Europa del siglo XVIII. Un contemporáneo de Cleland, el intelectual escocés James Boswell, habló del libro como “la sucia fantasía de un tipejo perverso y amargado”.

¿Por qué vale la pena? Su autor lo consideraba un simple capricho, “fruto de las divagaciones de una mente ociosa”. Pero lo cierto es que nada de lo que escribió en años posteriores, ni sus tragedias históricas, ni su plomizo Diccionario del amor ni sus ensayos sobre el idioma gaélico, supo estar a la altura de esta divertida crónica de supervivencia y arribismo sexual en un Londres mugriento y cínico. Cleland se propuso demostrar que era perfectamente posible escribir una novela trufada de sexo explícito sin incurrir en la vulgaridad ni en el lenguaje obsceno. De ahí la deliciosa acumulación de metáforas y eufemismos, algunos francamente divertidos, con las que describe los genitales, el acto sexual y las rutinas del oficio más antiguo del mundo. De la novela emerge, además, el retrato de una protagonista muy moderna, con sustancia y matices. Pariente lejana de la prostituta de buen corazón que interpretó Julia Roberts en Pretty woman, Fanny es una libertina a su pesar, que disfruta del sexo sin hipocresía y con una cierta candidez, pero no se resigna del todo a ser instrumento y víctima de las pasiones ajenas. En cierto sentido, la suya es la historia de una heroína de clase obrera capaz de atravesar el abismo de la mala vida sin perder la dignidad ni la inocencia.

La soprano Cristina Zavalloni dio vida a Anaïs Nin en la ópera que le dedicó el compositor Louis Andriessen.Getty Images

'Delta de Venus', de Anaïs Nin

¿De qué va esto? Una obra maestra de la literatura por encargo. A principios de la década de 1940, la escritora francesa Anaïs Nin entró en contacto con un misterioso mecenas, conocido como el Coleccionista, que le encargaba relatos eróticos y se los pagaba a peso, a un puñado de dólares la pieza. Como el Coleccionista resultó un consumidor insaciable de casquería erótica, Nin empezó a compartir su pequeño negocio con otros escritores tan necesitados como ella, empezando por Henry Miller y el poeta británico George Baker. Eso la convirtió, según sus propias palabras, “en la madame de un pequeño burdel literario”. Una selección de esos relatos fue recopilada por la propia autora y publicada pocos meses después de su muerte, en 1977.

¿Por qué vale la pena? A Nin la exasperaban las exigencias de su cliente, que se declaraba en general satisfecho con los relatos y siempre volvía a por más, pero insistía en pedirle una y otra vez “más sexo” y “menos poesía”. Años después, la escritora reconoció que el Coleccionista y su preferencia por el erotismo más crudo la habían forzado a depurar su estilo, a ir al grano y esforzarse por ofrecer sexo químicamente puro, sin aditivos ni ingredientes superfluos, mejorando así el resultado. Alguno de los 15 relatos, empezando por El aventurero húngaro, sorprenden hoy, en esta época tan enferma de literalidad y mojigatería, por su audacia y su alto grado de incorrección política. Otros, como Mathilde, demuestran que incluso en los estrechos márgenes de la literatura erótica hecha por encargo queda espacio para el talento y la capacidad de sorpresa. Y alguno, como Elena, deja claro que una escritora de raza como Nin podrá rebajar la dosis de poesía hasta hacerla pasar casi inadvertida para un lector poco atento, pero nunca conseguirá eliminarla por completo.

'Dafnis y Cloe', de Longo

Portada de una edición de 'Dafnis y Cloe' de la editorial Gredos.

¿De qué va? Una novela pastoril de apenas 100 páginas escrita, presuntamente, en la isla griega de Lesbos durante el siglo II de nuestra era por un autor llamado Longo y del que nada sabemos, aparte de que escribía de manera sencilla y directa, sin dejarse arrastrar en exceso por los cerros de la retórica. La obra cuenta la historia de amor entre dos pastores jovencísimos, la huérfana Cloe y el huérfano Dafnis, abandonados al nacer, amamantados por cabras y corderos y después criados juntos entre rebaños y montañas, cerca de la ciudad lesbia de Mitilene. Tras un telegráfico repaso a sus primeros años, la novela nos cuenta cómo Dafnis y Cloe llegan a la pubertad y descubren juntos el amor y el sexo.

¿Por qué vale la pena? Gran parte de la literatura grecorromana, de la Metamorfosis de Ovidio a los poemas de Safo o los mucho más tardíos versos del alejandrino Calímaco, está impregnada de un sutil erotismo. Lo que ya no resulta tan frecuente es que una novela escrita hace 1900 años aborde el sexo de manera tan explícita y festiva, con semejante falta de pudor y de complejos. Juzguen ustedes. En el que tal vez sea el fragmento más célebre de esta crónica de iniciación sexual, Dafnis y Cloe, tras días contemplándose el uno a la otra con inquietud y alegría, sienten la embriaguez de los cuerpos “desnudos y fragantes”, el calor de los “dulces besos” y el aguijón insoportable del deseo. Con entusiasmo silvestre, intentan aparearse como han visto hacer una y otra vez a sus animales, pero su ansiedad y falta de experiencia hacen que el cuerpo de Dafnis “resbale” una y otra vez sobre el de Cloe sin que les resulte posible encajar y “saciarse”, dejando a los muchachos frustrados y “consumidos por la pena”. Cuando Cloe es secuestrada por piratas y Dafnis se impone la tarea de rescatarla con la ayuda de sus amigas, las ninfas del bosque, esta distracción novelesca casi supone un alivio para tanta torpeza y tanta calentura adolescente. Hay que ver lo poco que ha cambiado el sexo en el último par de milenios.

Versión en cómic, de la mano del gran ilustrador italiano Guido Crepax.

'Historia de O', de Pauline Réage

¿De qué va esto? Un juego de seducción convertido en novela. La escritora francesa Dominique Aury sospechaba que su amante, el también escritor Jean Paulhan, estaba perdiendo el interés en ella, así que escribió para él un relato erótico en el que quiso mostrarse incluso más atrevida, lasciva y sin prejuicios de lo que en realidad era. La obra acabó publicándose en 1954 bajo seudónimo (Pauline Réage) y fascinó y escandalizó a la sociedad francesa de la época, obteniendo premios literarios tan prestigiosos como el del café Les Deux Magots, pero recibiendo también una demanda gubernamental por obscenidad y atentado contra las buenas costumbres. Historia de O narra la historia de una fotógrafa de moda parisina, mujer moderna y emancipada, que acepta convertirse en objeto sexual de su amante y se embarca así en un proceso de degradación y autodestrucción que le resulta tan doloroso como placentero.

¿Por qué vale la pena? Porque está muy bien escrita, con delicadeza, profundidad psicológica y un sentido del sobreentendido y la elipsis muy sugerente. Y porque es un magnífico retrato del París de los primeros cincuenta, la que por entonces era la capital cultural del planeta, el entorno en que germinaron la chanson francesa de vanguardia, la segunda hornada de novelas existencialistas, el situacionismo o el cine de la nouvelle vague. También por el desgarro y la precisión clínica con la que describe relaciones sexuales de un alto nivel de toxicidad, basadas tanto en la excitación y el deseo como en la crueldad mental. Y, por último, por ese retrato tan complejo y verosímil de una mujer (inspirada hasta cierto punto en la propia autora, o en una versión patológica y disminuida de sí misma) que lo tiene todo para ser dueña de su destino y aspirar a una felicidad saludable y convencional, pero prefiere ceder a un impulso autodestructivo y convertirse en la esclava y el juguete de un depredador sexual, su maestro.

'El amante de Lady Chatterley', de D.H. Lawrence

Edición en inglés de 'El amante de Lady Chatterley' de la colección Classics To Go.

¿De qué va esto? La más popular de las novelas de D.H. Lawrence, hombre de múltiples talentos, escritor, pintor, traductor, crítico y apóstol de estilos de vida alternativos además de, según su propia descripción, “místico, viajero y profeta”. Fue su última gran obra de ficción, publicada en 1928, apenas dos años antes de su muerte, y resultó incluso más controvertida que El arco iris o La virgen y el gitano, su otro par de novelas que tropezaron con la censura por ser consideradas obscenas. En El amante de Lady Chatterley, Lawrence se recrea en los más sórdidos aspectos de la relación sexual entre la joven esposa de un tetrapléjico de alta clase y un hombre de clase obrera.

¿Por qué vale la pena? Porque Lawrence, antes de entrar en harina e incurrir sin complejos en la obscenidad de que solían acusarle, describe los prolegómenos de una relación sexual con frases con tanta sustancia como estas: “Le miró fijamente, deslumbrada y transfigurada, y él se acercó y se arrodilló a su lado, apretó sus dos pies entre las manos y enterró la cabeza en su regazo; así permaneció, inmóvil. Ella estaba completamente fascinada, mirando la tierna forma de su nuca con una especie de confusión, sintiendo la dulce presión de su rostro contra sus muslos. En su ardiente abandono, no pudo resistirse a colocar su mano, con compasión y ternura, sobre su nuca indefensa, y él tembló con un profundo estremecimiento”. Y porque, como con frecuencia ocurre en las mejores novelas sobre sexo, esta trata en realidad de muchas otras cosas: de diferencias de clase, de roles de género o del peso asfixiante de las convenciones sociales, de las razones del cuerpo que la razón no entiende y del amor entendido como un perverso juego de suma cero en el que quien más se entrega es, siempre y necesariamente, quien menos recibe.

'Afrodita', de Pierre Louÿs

Ilustración del acuarelista Antoine Calbet para una edición de lujo de 'Afrodita'.Getty Images

¿De qué va esto? De una cortesana de origen galileo que se prostituye en el templo de Afrodita, la diosa del amor, en la Alejandría del siglo I a.C. Al convertirse en objeto de deseo para el escultor Demetrio, un donjuán sin escrúpulos al que ninguna mujer se resiste, la cortesana Chrysis le pide a su pretendiente que le haga tres regalos, tres pruebas de amor que implican un robo, un asesinato y un sacrilegio. Publicada en 1896, en un periodo de intensa fascinación literaria por la antigüedad pagana, Afrodita es la obra maestra del novelista y poeta francés de origen belga Pierre Louÿs, autor también de una falsa antología de poesía erótica de la Grecia arcaica, Las canciones de Bilitis, o de travesuras pornográficas que acabarían publicándose de manera clandestina, como Diálogos de cortesanas y Manuel de urbanidad para jovencitas.

¿Por qué vale la pena? Porque, en palabras de uno de sus lectores más entusiastas, el también escritor George Bataille, es una novela “desmesurada, radical y violenta, de una turbia belleza”. Una fábula perversa que, para empezar, propone una ética del placer y el amor situada mucho más allá del bien, del mal y de cualquier código moral normativo, y lo hace sin tapujos, hasta las últimas consecuencias. La prosa de Louÿs, pulcra y precisa, ya tenía un cierto regusto añejo cuando se dio a conocer, hace siglo y pico, en la Francia de los parnasianos obsesionados por el ideal helenístico. Hoy nos sabe a un buen brandy envejecido en barrica que hay que paladear con cuidado para que su alto grado de toxicidad no nos impida apreciar su sabor y sus múltiples matices. Vale la pena buscar alguna edición que incluya las estupendas ilustraciones del acuarelista Antoine Calbet.

Fotograma de 'La venus de las pieles', dirigida por Roman Polanski.

'La Venus de las pieles', de Leopold von Sacher-Masoch

¿De qué va esto? Publicada por vez primera en 1870, esta novela del escritor, periodista y miembro menor de la aristocracia austríaca Sacher-Masoch forma parte de El legado de Caín, una saga narrativa que iba a constar de seis partes y al final acabó siendo una trilogía. En ella, el aristócrata se basó en sus propias experiencias en el resbaladizo terreno de los fetichismos sexuales. En especial, en su breve pero muy intensa relación con la baronesa y aspirante a escritora Fanny Pistor, que se puso en contacto con él para pedirle consejo literario y acabó convirtiéndolo en su amante y su esclavo. En el contrato de sumisión que firmaron ambos, uno de los primeros ejemplos documentados de relación sadomasoquista tal y como hoy la entendemos, Fanny se declaraba ama incondicional de Leopold, responsable incluso de su vida y su muerte: “Desde hoy me pertenecéis por completo. Pero no seréis para mí ni mi hijo, ni mi hermano, ni mi amante ni mi amigo, sino tan solo mi esclavo que yace en el polvo. Si os exijo que cometáis crímenes, los cometeréis por obedecer a mi voluntad”.

¿Por qué vale la pena? Ha inspirado canciones excepcionales, películas notables y, sobre todo, lleva ya siglo y medio nutriendo las fantasías fetichistas de los que asocian el placer sexual con la dominación, la sumisión o el dolor. Casi todo lo que ofrece el moderno BDSM, de la devoción malsana a la humillación pasando por el cuero y el látigo, ya estaba en esta perturbadora fantasía de Sacher-Masoch. Tal y como explicaba el crítico literario Hilton Als en un artículo publicado en The New Yorker, “más que del sexo y de las servidumbres que impone el deseo, esta fábula cruel habla de la erótica de las relaciones de poder y de cómo la vida es una sucesión de paisajes mentales en los que la fantasía derrota una y otra vez a la realidad”. Más allá del desarrollo de su intriga, un tanto convencional y previsible, la novela debe su capacidad de fascinación y su impacto emocional a frases como estas: “La quiero con locura, con pasión, con la intensidad febril que solo pueden merecer las mujeres que contestan a nuestro amor con una sonrisa de petrificado desdén que nunca cambia, nunca se altera. La adoro. Algunas noches me decido a visitar a mi frío y cruel objeto de deseo, me someto a su látigo y, apretando la cara contra su gélido pedestal, le rindo culto”.

'Juliette o las prosperidades del vicio', del Marqué de Sade

¿De qué va esto? De las atroces aventuras de Juliette, libertina y asesina en serie. Una mujer de una voracidad sexual, crueldad y falta de escrúpulos fuera de toda medida, lo que la convierte en la   más depravada de las heroínas de ese grafómano compulsivo y patológico que fue Donatien Alphonse François, marqués de Sade. El marqués escribió gran parte de su obra en cautividad, primero en la prisión de Vincennes y después en el manicomio de Charenton, y se esforzó en divulgarla en ediciones anónimas y clandestinas que ya crearon una considerable polémica en su época, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Napoleón Bonaparte, lector voraz en sus años de exilio en la isla de Santa Elena, llegó a afirmar que las novelas del ínclito Sade eran “las obras más abominables jamás engendradas por una mente depravada”.

¿Por qué vale la pena? En realidad, el debate sobre si vale la pena o no permanece abierto. Por cada partidario entusiasta de esta novela feroz y sin límites, como Jean-Paul Sartre o Henry Miller, que consideraban a su autor un apóstol del poder del subconsciente y “el último hombre libre sobre la faz de la Tierra”, hay al menos un detractor tan encarnizado como el filósofo Michel Onfray, que definió a Sade como un “delincuente sexual” que solo entusiasma a intelectuales parisinos dispuestos, por arrogancia y esnobismo, a hacer “apología del crimen”. Digamos que, como casi todo lo que salió de la pluma del marqués, empezando por La filosofía en el tocador y Las 120 jornadas de Sodoma, la lectura de Juliette puede no ya escandalizar, sino horrorizar e incluso traumatizar a quien se la tome demasiado al pie de la letra y se deje arrastrar por su espiral de depravación grotesca. La protagonista empieza siendo una joven huérfana que va a parar a un convento. Allí se inicia en el libertinaje sexual y en una versión radical (léase también amoral, egoísta y mezquina) de la filosofía ilustrada. A medida que se suceden los capítulos, Juliette va entrando en contacto con otros libertinos junto a los que se embarca en una sucesión de orgías y crímenes cada vez más exacerbada y delirante. Los últimos capítulos vienen a ser un inmisericorde baño de sangre y secreciones sexuales, del incesto al genocidio sin olvidar el infanticidio o el parricidio, todo ello, sazonado con reflexiones filosóficas tan minuciosas como inquietantes. Avisados quedan.

'El azul del cielo', de George Bataille

Edición de bolsillo de Tusquets Editores.

¿De qué va esto? Bataille fue bibliotecario, ilustrador, antropólogo, editor y filósofo, colaboró durante la Segunda Guerra Mundial con la resistencia francesa, tuvo una vida sexual intensa y accidentada y, entre unas cosas y otras, encontró tiempo para escribir novelas eróticas tan extrañas, virulentas y lascivas como Madame Edwarda, Mi madre, la muy célebre en su día Historia del ojo o esta, la mejor de todas, El azul del cielo. Historia de una peregrinación sexual por Londres, París y Barcelona, de madrugadas de alcohol y coitos viscerales y culpables, de personajes que se desean y se detestan, que buscan la plenitud y la felicidad en la depravación y la muerte, esta especie de obsceno poema en prosa fue escrito en 1935, pero permaneció inédito durante más de 20 años porque su autor, sencillamente, se olvidó de él en cuanto estalló la Guerra Civil española y las catástrofes de la historia hicieron que el erotismo perdiese todo su sentido.

¿Por qué vale la pena? Bataille fue hace décadas el ídolo intelectual de la juventud descarriada de Occidente, el pensador de cabecera para varias generaciones de rebeldes y de malditos. Solía decir que los burdeles de París habían sido su mejor escuela, pero lo cierto es que incluso sus novelas pornográficas (por no hablar de sus tratados de economía política, antropología o crítica literaria) parecen la obra de un intelectual de erudición deslumbrante, no de un vividor ni un golfo. Gran parte de lo que dejó escrito, empezando por la en su día muy influyente Historia del erotismo, ha envejecido mal y hoy se lee con cierta perplejidad, como si nos hablase de un mundo que nada tiene que ver con el nuestro. No es el caso de El azul del cielo, una novela arrebatada, que parece escrita a brochazos, recorrida por una corriente eléctrica subterránea, y nos asoma al abismo de la sexualidad entendida como una energía fértil y devastadora.

Maria de Medeiros y Uma Thurman, en 'Henry and June', basada en los escritos de Miller.

'La crucifixión rosada', de Henry Miller

¿De qué va esto? Un tríptico de novelas autobiográficas (Sexus, Plexus y Nexus) publicadas entre 1949 y 1959 en las que Henry Miller repasa desde otro ángulo gran parte de los recuerdos de juventud que ya había abordado en Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio o Primavera negra. En total, alrededor de 1.500 páginas de literatura torrencial y desbocada que sirvieron al escritor de Brooklyn para abrumarnos, deslumbrarnos y extenuarnos hablando de sus temas preferidos: de Nueva York, de París, de libros y epifanías vitales, de hambre, de vértigo, de histeria, de los rigores y servidumbres del trabajo y, sobre todo, de mujeres y sexo.

¿Por qué vale la pena? Aunque lo mejor de Miller tal vez esté en ese viaje por la Grecia eterna que es El coloso de Marusi, hay que leer tanto los Trópicos como La crucifixión rosada para entender lo mucho que le debe a este escritor la moderna novela norteamericana. Miller es Bukowski antes de Bukowski, Kerouac antes de Kerouac y un Fante mejor, menos divertido pero más nutritivo, que el propio Fante. Escribe con el ímpetu y la violencia del Nuevo Mundo. Se nutre de sus experiencias y recuerdos y los transforma en autoficción descarnada, en lingotes de cochambroso realismo. Nos da acceso a sus procesos mentales en tiempo real y se muestra tal cual es, con frecuencia brillante genuino y libre, a ratos egoísta, desconsiderado, caprichoso y mezquino, embarcado siempre en una hemorragia de sinceridad dolorosa. En Sexus, la descripción de sus primeros encuentros sexuales con Mona, personaje inspirado en su esposa June, es un prodigio de concisión, energía y crudeza, una impúdica exhibición de la propia intimidad que sorprende, excita e incomoda. Como dijo en cierta ocasión su amigo Lawrence Durrell, Miller no nos convierte en simples testigos de su vida sexual, sino que nos invita con pornográfico descaro a participar en ella.

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