Editorial

Por correo, no

La intención del Gobierno polaco de celebrar elecciones presidenciales por correo no cumple los estándares de transparencia e igualdad necesarios

El primer ministro polaco, Jaroslaw Kaczynski. LESZEK SZYMANSKI (EFE)

La pretensión del Gobierno ultraconservador polaco de celebrar por correo las elecciones de mayo es una preocupante iniciativa que —lejos de garantizar el normal funcionamiento de las instituciones— muestra un peligroso intento de aprovechar la situación de emergencia sanitaria y confinamiento de la población para continuar reteniendo una institución fundamental para el respaldo de la deriva iliberal en la que el partido Ley y Justicia (PiS), liderado por Jaroslaw Kaczynski, ha embarcado al país.

A pesar de las contundentes denuncias de la oposición, el Gobierno ha hecho aprobar en la C...

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La pretensión del Gobierno ultraconservador polaco de celebrar por correo las elecciones de mayo es una preocupante iniciativa que —lejos de garantizar el normal funcionamiento de las instituciones— muestra un peligroso intento de aprovechar la situación de emergencia sanitaria y confinamiento de la población para continuar reteniendo una institución fundamental para el respaldo de la deriva iliberal en la que el partido Ley y Justicia (PiS), liderado por Jaroslaw Kaczynski, ha embarcado al país.

A pesar de las contundentes denuncias de la oposición, el Gobierno ha hecho aprobar en la Cámara baja una medida inédita y que en la práctica presenta dudas razonables sobre su posibilidad práctica en las debidas condiciones de transparencia exigidas a toda democracia y más a una perteneciente a la Unión Europea. Previamente había puesto sobre la mesa una reforma constitucional para dar dos años más de mandato al actual presidente y posponer las elecciones, aunque no dispone de la mayoría cualificada suficiente en las Cámaras.

Aunque Polonia está siguiendo las mismas medidas que la mayoría de los países de la Unión Europea en su lucha contra el coronavirus —confinamiento, suspensión de las clases escolares, cierre de fronteras…—, el primer ministro Mateusz  Morawiecki,  se ha negado a declarar el estado de emergencia por una razón de estrategia electoral: estaría obligado constitucionalmente a aplazar las elecciones al menos tres meses. Las autoridades sanitarias polacas esperan que el pico de infecciones y fallecidos llegue precisamente en mayo. Si hubiera un aplazamiento electoral más allá de esa fecha, el Gobierno podría recibir un aluvión de críticas ante las inmensas dificultades del sistema sanitario nacional —cuyo colapso no es en absoluto descartable— y su gestión de la crisis.

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Pero en vez de aceptar la fuerza de los hechos impuestos por la pandemia -—tal y como han hecho Francia con la segunda vuelta de las elecciones municipales; Rusia con el referéndum constitucional; España con las elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia; Serbia, Rumania y Macedonia del Norte, con sus respectivas citas electorales—, Kaczynski ha optado por una solución cuestionable y muy complicada de llevar a la práctica. Polonia no tiene experiencia en voto postal y dispone de menos de un mes para levantar todo desde prácticamente cero, incluyendo el operativo de reparto y recogida de papeletas, así como el mecanismo —cómo y quién— de recuento y contabilización de votos. Demasiadas lagunas en una elección que reclama ante todo transparencia. Además, los mítines políticos están prohibidos por razones sanitarias, lo que otorga una ventaja desproporcionada al oficialismo.

Los modos democráticos no pueden ser otra víctima de la Covid-19. Kaczynski haría bien en recordarlo y la Unión Europea en vigilarlo y no consentirlo.

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