Columna

La fuerza de España

Nuestro país está lleno de amplificadores emocionales, como la familia o los amigos, grupos que transmiten la urgencia y la contundencia de las acciones a tomar

Varios sanitarios aplauden a las puertas del hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid.Albert Garcia

Desde dentro, quizás no la veis. Desde dentro, podéis sentir un país atemorizado, dividido entre quienes reprochan al Gobierno no haber actuado antes, y quienes amonestan a los críticos por su deslealtad en esta hora oscura; o entre quienes alaban a los medios de comunicación por su despliegue y quienes les regañan por su sensacionalismo.

Pero, desde fuera, percibimos la fuerza de España. Los españoles que vivimos en países más poderosos (como EE UU), más ricos (como Australia), más científicos (como el Reino Unido), más tecnológicos (como Alemania) o más igualitarios (como Suecia), env...

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Desde dentro, quizás no la veis. Desde dentro, podéis sentir un país atemorizado, dividido entre quienes reprochan al Gobierno no haber actuado antes, y quienes amonestan a los críticos por su deslealtad en esta hora oscura; o entre quienes alaban a los medios de comunicación por su despliegue y quienes les regañan por su sensacionalismo.

Pero, desde fuera, percibimos la fuerza de España. Los españoles que vivimos en países más poderosos (como EE UU), más ricos (como Australia), más científicos (como el Reino Unido), más tecnológicos (como Alemania) o más igualitarios (como Suecia), envidiamos un hecho diferencial de España: la enorme tensión social. España se lo está tomando en serio. Obviamente, el número de casos en el resto de países avanzados todavía no ha alcanzado los niveles de España e Italia. Pero, si acaso, eso debería servir de acicate para intentar contener el virus cuanto antes. Sin embargo, las medidas en muchos países son suaves (en Suecia, los colegios de mis hijos siguen abiertos), o incluso temerarias (Reino Unido y Holanda han jugado hasta hace nada con la idea de dejar que la población se contagie para inmunizarse). Y, donde se imponen restricciones, de Alemania a EE UU, demasiada gente mantiene poca distancia social.

España está tensa, desde La Moncloa hasta el pueblo más remoto de la meseta. Esto saca lo mejor de nosotros. Y también lo peor: amarillismo de las televisiones, insultos a transeúntes sospechosos del saltarse el confinamiento, o a Torra riñendo al Gobierno en la BBC. Pero incluso esto es bueno en tiempos de crisis, porque indica que las energías de todos están concentradas en el reto colectivo. España está llena de amplificadores emocionales, como la familia o los amigos, grupos que transmiten la urgencia y la contundencia de las acciones a tomar. Somos una nación de “pequeños pelotones”, que diría Edmund Burke.

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Otras sociedades occidentales son más individualistas. Eso les da casas más grandes, pero familias más pequeñas. Sus pelotones se han desintegrado más y muchos temen escalar la montaña en solitario. Sus dirigentes siguen viendo la crisis como una política pública estándar, calculando los costes y beneficios económicos, y no como lo que es: una guerra. Y en la guerra solo importa ganar, no el precio. España, sigue luchando así. Mantengamos la distancia social y la cercanía emocional. @VictorLapuente

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