Columna

La Cataluña necesaria, la flexible y compleja

A veces toca desprenderse de visiones del mundo que se han convertido en corsés, y que impiden cualquier avance

Una senyera, una bandera española y una estelada, en una manifestación en Barcelona en 2017. JOAN NAZCA (REUTERS)

El acuerdo alcanzado por los socialistas y Esquerra, que facilitó la investidura de Pedro Sánchez, va a traducirse en una mesa bilateral en la que van a sentarse representantes del Gobierno español y del Govern para buscar la manera de desatascar un conflicto político que se ha agravado en los últimos años. En 2006 se celebró en la Universidad Pompeu Fabra y en la Fundación Carles Pi i Sunyer de Barcelona un encuentro entre intelectuales y académicos con el título Catalunya/España, y el talante que r...

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El acuerdo alcanzado por los socialistas y Esquerra, que facilitó la investidura de Pedro Sánchez, va a traducirse en una mesa bilateral en la que van a sentarse representantes del Gobierno español y del Govern para buscar la manera de desatascar un conflicto político que se ha agravado en los últimos años. En 2006 se celebró en la Universidad Pompeu Fabra y en la Fundación Carles Pi i Sunyer de Barcelona un encuentro entre intelectuales y académicos con el título Catalunya/España, y el talante que reivindicó uno de los participantes, el historiador José Álvarez Junco, debería marcar también las citas próximas de los políticos: “La comprensión y el acercamiento tiene que venir de las dos partes”, dijo entonces, y sugirió: “Todos deberíamos reflexionar sobre nuestras propias posiciones”.

Su intervención, que no tiene desperdicio, se centró en analizar el espíritu nacionalista que emanaba del proyecto de Estatut que había aprobado el Parlament el 30 de septiembre de 2005, y que estaba lleno de referencias a “una Cataluña esencial, siempre idéntica a sí misma, cargada de derechos históricos, siempre agraviada por España”. Se preguntaba si en la plaza de las Cortes de Madrid hubiera pasado un texto con “alusiones a un carácter español milenario, fieramente celoso de su independencia frente a toda injerencia extraña, como demostraron Numancia y Sagunto, Zaragoza y Girona...”. Le resultaba difícil imaginarlo porque entendía que, además de los centralistas de toda la vida, había cada vez más gente dispuesta a “aceptar, incrementar y consolidar la organización autonómica del país”. Los llamaba nacionalistas flexibles o complejos.

En aquella ponencia, Álvarez Junco recordaba una observación de Maragall —“algo huele a enmohecido en ciertos rincones del nacionalismo español más cerril”— y, después de darle toda la razón, le contestaba: “Algo huele a enmohecido en todos los nacionalismos. No necesariamente es siempre España la enmohecida, ni Cataluña el paradigma de pluralidad, multiculturalidad y modernidad. Este texto que han suscrito los diputados catalanes destila mucho nacionalismo mohoso. Y al alinearse tantos representantes de Cataluña en esas posiciones provocan la reactivación del nacionalismo español de similar vetustez y catadura”. Más de diez años después, ha entrado con fuerza en el Congreso un partido, Vox, que no duda en mirarse en el espejo de Viriato, el Cid y los Reyes Católicos.

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España plural, Cataluña plural, el trabajo de Álvarez Junco para aquel encuentro, está incluido en A las barricadas, un libro publicado el año pasado y que reúne textos dispersos que ha ido publicando el historiador a lo largo de su carrera. “Tratándose de mi generación, se podría escribir nuestra autobiografía intelectual como una sucesión de liberaciones, de rupturas con visiones del mundo que en su momento fueron nuestra herramienta para interpretar la realidad pero que con el tiempo se convirtieron en corsés opresores para el conocimiento”, confiesa en el prólogo.

A quienes vayan a hablar de la relación entre Cataluña y el Estado español no les vendría mal esa lección. Hay momentos en que resulta necesario desprenderse o liberarse o poner en cuestión o entre paréntesis esas visiones del mundo que terminan convirtiéndose en corsés, y que bloquean cualquier avance. Aceptar la complejidad es el primer paso, y la flexibilidad, la mejor receta. Suena ingenuo, pero no hay otra.

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