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Coordinado por Lola Huete Machado

La fiesta de los pueblos bereber del sur de Marruecos

‘Timitar, signos y cultura' se llama el festival que actualiza en Agadir el orgullo de pertenecer a una cultura periférica, a través de sus expresiones musicales y sus imperdibles invitados

El rais Aarab, en Agadir.Festival Timitar. Signes et cultures. Agadir
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El verano de Agadir –la ciudad del Atlántico marroquí situada enfrente a las islas Canarias– discurre en dos planos completamente ajenos el uno del otro. Sobre la costa, en la hilera inacabable de resorts, se atrincheran miles de turistas del norte de Europa: la vida con pulserita transcurre puntual, en desayunos tempranos, cenas con sol, y en alemán o en inglés; allí, los marroquíes constituyen discretísima minoría. Hacia el interior, al otro lado de las impecables avenidas llenas de restaurantes, la existencia magrebí va tomando impulso hasta hacerse realidad, y volverse bullicio y fiesta hasta la madrugada. En pleno centro de Agadir, se celebra el Festival Timitar, Signes et Cultures (signos y culturas), en el que los artistas amazighs (bereber) dan la bienvenida a otras “músicas del mundo”, en tres escenarios al aire libre y donde la alegría es multitudinaria y casi enteramente local.

Los nombres de las cosas hablan de dunas, pero hoy se ven balcones y ágoras de tumbonas en torno a las piscinas, junto a las playas. El océano se intuye por el tamaño de las gaviotas y una deliciosa brisa fresca de poniente. Los memoriosos dicen que antes del catastrófico terremoto de 1960, la vieja kasbah estaba en pie sobre la colina y Agadir era otra de las puertas desde el mar al gran desierto, que alberga miles de historias de cabilas nómades y sus músicas centenarias. Es la región del Souss marroquí, de orgullosos habitantes bereber, que hablan una de las lenguas de los pueblos originarios del norte de África (el tachelhit), llamados amazigh (en singular) e imazighem (en plural). Como los rifeños (bereberes del norte de Marruecos, que hablan tarifit) y los del Atlas medio (que hablan tanazight), estos imaziguem reivindican su nombre en alto cada vez que pueden, para neutralizar el silencio que ellos oyen pesado en los centros de poder arabófonos o francoparlantes de Rabat y Casablanca. Sienten que su cultura carece de matices a ojos ajenos y que el reconocimiento de su identidad está relegada a unos pocos gestos de tanto en tanto,  en el ámbito nacional, como es la reciente ley que oficializa el uso institucional del amazigh, que data de junio de 2019, o el anteproyecto para que el alfabeto tifinagh aparezca en los billetes marroquíes.

Con todo este telón de fondo histórico y político —sin contar los vericuetos que los extranjeros nos perdemos— lidia el Festival Timitar, que acaba de celebrar su 16º edición, con una programación que recoge la herencia ancestral bereber del Sahara junto a las expresiones pop más comerciales que llegan de las urbes. Este año, su director, el incansable Brahim El Mazned, buscaba aunar saberes y voluntades en torno al legado de los trovadores bereberes de la zona, llamados los ruais del Souss (en singular, rai, maestro, y raissa, maestra), para concluir una antología del género y presentar la propuesta a Unesco, a fin de que esta música quede protegida con el sello de patrimonio inmaterial de la humanidad. Sanae Alllam, la responsable de proyectos culturales de esa agencia de ONU para el Magreb, confirmó la toma de contacto para iniciar el trámite que, por ejemplo, ya se inició con el gnawa, otro ritmo tradicional y, en este caso, sagrado, cuyas técnicas también se transmiten de maestros a discípulos.

El género musical amazigh del Souss tiene unas características bien particulares que lo alejan de otras vertientes del folklore magrebí. Compuesto en una escala pentatónica, con cierto parentesco a las usadas por mongoles y chinos, e incluso la de la música tuareg, se trata de una música festiva, bailable (en las danzas tradicionales se ve a los intérpretes alzando repetida y rápidamente los hombros), con letras más paganas que las de otras canciones saharauis, y que aluden a todos los temas de la vida cotidiana. Se toca con un instrumento líder de la familia del violín, de una cuerda frotada con arco (el ribab), con laúd y percusión. En sus variantes de fusión, el ribab puede ser eléctrico y, a veces, se le suman sonoridades de otros instrumentos del pop. Los hombres están vestidos con chilabas blancas cruzadas por bandas de colores que culminan en una funda para un puñal de plata. Hay mucha presencia femenina, con atuendos coloridos y profusión de colgantes, que cantan con voces muy agudas.

El directora ha presentado una propuesta a la Unesco para que esta música quede protegida con el sello de patrimonio inmaterial mundial

De estas formas de expresión que hacen a la identidad del Souss, y quizá “fragilizadas” por la mundialización, en opinión de los expertos, hay testimonios grabados que se remontan a principios del siglo XX, y así lo atestiguan estudiosos como Mohammed Oualkach, autor de dos obras que compilan información sobre aquellos discos de pasta grabados en tiempos del protectorado francés. “El arma de resistencia de este pueblo fue la palabra”, explicaba Oualkach a Planeta Futuro con la esperanza de que la certificación de Unesco ayude a preservar la poesía comprometida y la obra de Hajj Belaïd, Mohamed Albensir, Ahmed Bizmawn y Fatima Tabaamrant. En los escenarios del festival de Agadir, mientras tanto, alternaban los maestros más tradicionales del género, como el rais Aarab Atigui o Mohammed Arakchi, con otras manifestaciones contemporáneas que recogen la tradición de la región y la hacen más asequible a los jóvenes, como la de Ribab Fusión.

Y toda la villa fue una fiesta familiar, con decenas de miles de personas asistiendo cada una de las cuatro noches de Timitar a animar a sus representantes y a corear plegarias con ellos; o mudos y boquiabiertos, con expectativa, para ver qué se traían los prestigiosos músicos llegados de más lejos. Como el brillante Ismaël Lö, que electrifica ritmos mandinga y contagia aire senegalés, en wolof, o los más serios pero encantadores beduinos de Tinariwen, que giran desde Mali, con sus turbantes y sus guitarras, siempre agradecidos al pueblo marroquí, que los acogió cuando su hogar se hizo invivible con las armas extranjeras apoderándose de la región para combatir al islamismo radical, unos años atrás. Decía su líder, Abdallah Ag Alhoussenyi que, en su idioma del Sahara (otra variante bereber), Timitar es la palabra para el “recuerdo”, mientras, en el Souss, significa “los signos (marcas) de una cultura”.

Desde Argelia, otro país vecino, se acercaron músicos de raï-pop como Reda Taliani, y de las ciudades del centro de Marruecos desembarcaron celebridades como las chicas Djs casablanquesas de Les insoumises (Las insumisas) o el cantante romántico Hatim Ammor, entre otros artistas que también ofrecieron talleres en los barrios y vinieron a sellar su alianza bereber. El grito compartido “Imaziguem” fue, sin dudas, el protagonista irrenunciable.

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