El acento

La distopía se ha hecho realidad en Nicaragua

La literatura latinoamericana está pintando verazmente los territorios más terroríficos del continente

Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017 y creador de Centroamérica Cuenta, en la inauguración del festival el lunes en San José de Costa Rica.Daniel Mordzinski

En las novelas distópicas nos asustaba que pudieran gobernarnos cerdos (Rebelión en la granja), seres que decidían por nosotros mientras nos envolvían de una carcasa de realidad inventada (1984) o capataces que nos obligaban a engendrar hijos para los elegidos (El cuento de la criada). Quemar libros, negar la comida o renunciar a los sentimientos han sido pesadillas recurrentes en el género por la intromisión que suponen en lo más íntimo. Parecía una ficción.

Pero algo no muy lejano está ocurriendo en algunos países americanos donde la distopía va tomando cuer...

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En las novelas distópicas nos asustaba que pudieran gobernarnos cerdos (Rebelión en la granja), seres que decidían por nosotros mientras nos envolvían de una carcasa de realidad inventada (1984) o capataces que nos obligaban a engendrar hijos para los elegidos (El cuento de la criada). Quemar libros, negar la comida o renunciar a los sentimientos han sido pesadillas recurrentes en el género por la intromisión que suponen en lo más íntimo. Parecía una ficción.

Pero algo no muy lejano está ocurriendo en algunos países americanos donde la distopía va tomando cuerpo de realidad sin que los débiles puedan hacer gran cosa. El régimen de Ortega en Nicaragua ha ido creando un mundo propio de delaciones, acusaciones inventadas y represión que en un año se ha cobrado más de 300 muertos, cientos de presos políticos y miles de exiliados. Solemos hablar mucho de Venezuela y poco de Nicaragua. El festival Centroamérica Cuenta, exiliado en Costa Rica ante la represión en Nicaragua, nos recuerda estos días que, muerta la utopía que supuso Ortega, se extiende la distopía en su forma más atemorizante.

El presente se ha convertido, así, en una invitación a saltar de esa representación imaginaria de lo deseable a una realidad indeseable; a traspasar las fronteras de la ficción y a encontrar a nuestro alrededor acontecimientos que parecían solo literarios. Por fortuna, la nueva literatura está haciendo el camino inverso: nos sirve en buenos libros (deseables) esa realidad indeseable. ¿O no son las andanzas de los salvadoreños para sobrevivir a las maras que narra D'Aubuisson un infierno distópico? ¿O no contienen las caravanas de migrantes de Emiliano Monge pesadillas más graves que las de los humanos sometidos a los cerdos orwellianos? ¿O la ideología como artilugio maleable para alimentar a las masas que pinta Claudia Piñeiro?

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Y nadie se libra. De la mano del narco, la migración y la represión, la distopía va tomando otras formas. Moronga, extraordinaria novela de Horacio Castellanos Moya, nos describe el aire opresivo en un Estados Unidos donde se extiende el escrutinio de la intimidad y la sospecha aciaga sobre todo el diferente. Y aún está por escribir la novela de una Argentina donde las niñas violadas son obligadas a parir. Y esas son las buenas noticias: la literatura latinoamericana sigue brillando por necesidad.

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