¡Taxi!

A mí no me engaña con melindres, seguro que ahora haciéndose el despistado empieza a transitar por caminos inverosímiles

Un taxi estacionado en la estación de Sants en Barcelona.Albert Garcia

¡Obligado he tenido que coger este taxi (llegó silencioso y sin echar humo)! No era mi primera opción, claro está. ¿Quién quiere tratar con un taxista? Son hoscos, tienen dificultad para comunicarse, evitan mirar a los ojos cuando se habla con ellos, experimentan cambios bruscos en el estado de ánimo, etcétera. Mi primo Juanfran me contó que una vez fue a pagar una carrera con 50 euros y el taxista le preguntó que si no tenía algo más pequeño. Ante la negativa, se le pusieron los ojos en bl...

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¡Obligado he tenido que coger este taxi (llegó silencioso y sin echar humo)! No era mi primera opción, claro está. ¿Quién quiere tratar con un taxista? Son hoscos, tienen dificultad para comunicarse, evitan mirar a los ojos cuando se habla con ellos, experimentan cambios bruscos en el estado de ánimo, etcétera. Mi primo Juanfran me contó que una vez fue a pagar una carrera con 50 euros y el taxista le preguntó que si no tenía algo más pequeño. Ante la negativa, se le pusieron los ojos en blanco, empezó a echar espuma por la boca e incluso se le giró la cabeza 180 grados. Me he arrellanado en el asiento, por lo tanto, sin saludar, serio como alguien que lo que desea es llegar a su destino y nada más.

Él me ha dicho: “Buenas tardes”, muy educadamente y, después de indicarle la dirección, ha rematado con un “gracias”. Pero a mí no me engaña con melindres, me han advertido bien, seguro que ahora haciéndose el despistado o apelando a no sé que obras, atascos y demás contingencias, empieza a transitar por caminos inverosímiles. A mi primo Juanfran, en otra ocasión, para llevarle al Parque del Retiro dieron una vuelta que pasaron por el parador de Sigüenza. A mí no me la vas a meter doblá, me digo a mí mismo: soy manchego. En mi dispositivo móvil trazo por geolocalizador el trayecto más corto y me río íntimamente por lo audaz que soy: Ja, ja, ja (risas sardónica) voy a desenmascarar a este malandrín... ¡Vaya por Dios! Resulta que va exactamente por el mismo sendero.

Bueno, pues ya que he sacado el móvil voy a atender un asunto prioritario: ayudar a la ranita magenta a cruzar la carretera sin que le atropellen, se precipite al río o la aprese un águila gigante. No lo consigo y me muerdo el labio. La verdad es que no sé por qué juego a esto si me pongo tan nervioso.

“¿Es usted el famoso cómico Joaquín Reyes?”, interrumpe el taxista, “pues quiero que sepa que me encantan sus monólogos y que me alegra la vida. Más personas como usted hacen falta en este país, mejor nos iría si nos riésemos más”. Debo decir que he llegado puntual y que, además, el taxista ha vuelto rápidamente porque me había dejado el móvil tirado en el asiento de atrás.

Cuando lo veo alejarse me parece que el taxi se eleva y se mezcla con las nubes.

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