Opinión

Todos contra Sánchez

El presidente del Gobierno puede convertir en ventaja y victoria la polarización de las generales

Pedro Sánchez, en la sesión de control de este miércoles.Foto: atlas | Vídeo: JVS (EL PAÍS) / ATLAS

La virulencia de Unidos Podemos contra Pedro Sánchez en la última sesión de control al Gobierno se resentía de cierta sobreactuación y tacticismo, pero contribuía a identificar el aislamiento del presidente del Gobierno, no ya zarandeado por la pinza de Casado y de Rivera en discursos intercambiables, sino expuesto al rechazo o al despecho de los partidos soberanistas.

Es la razón por la que parece haberse consolidado el lema oficioso de las elecciones legislativas: ...

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La virulencia de Unidos Podemos contra Pedro Sánchez en la última sesión de control al Gobierno se resentía de cierta sobreactuación y tacticismo, pero contribuía a identificar el aislamiento del presidente del Gobierno, no ya zarandeado por la pinza de Casado y de Rivera en discursos intercambiables, sino expuesto al rechazo o al despecho de los partidos soberanistas.

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Es la razón por la que parece haberse consolidado el lema oficioso de las elecciones legislativas: todos contra Sánchez. El monstruo de Frankenstein se ha sublevado a su creador, pero el escarmiento prometeico y el acoso de la derecha refleja al mismo tiempo un escenario de conveniencia política. El líder socialista polariza el debate. La propia consideración de enemigo a batir, de antagonista absoluto, redunda en la envergadura del presidente del Gobierno, transforma el 28-A en un plebiscito personal. Y predispone una victoria electoral que reanima la salud del Partido Socialista.

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Pedro Sánchez tiene a favor el viento en popa de la Moncloa, el dominio de la agenda, el peso institucional, el uso/abuso electoral de los medios públicos y el recurso de los reales decretos de ley como remedio a la parálisis de la actividad parlamentaria convencional.

La holgura, la inercia, del poder tanto beneficia la hegemonía socialista en la izquierda como justifica la euforia unánime de los sondeos, pero la eventual victoria de Sánchez en el umbral de los 110 diputados no significa que pueda seguir gobernando. Necesita puntos de apoyo. Y el más sólido de todos, Unidos Podemos, parece constreñido al hundimiento.

Se explica así que Sánchez —o yo, o el mal— necesite exponerse como dique al monstruo tricéfalo, trifálico y tricornio de la derecha. Es una mistificación hiperbólica que identifica o caricaturiza al dragón del oscurantismo y la regresión, pero bien le convendría a Ciudadanos matizar el malentendido, replantear su criterio y concepción de los cordones sanitarios.

La aversión particular de Rivera a Sánchez no justifica el veto integral al Partido Socialista ni el castigo correspondiente a la sensibilidad de los votantes comunes, menos aún cuando el líder de Ciudadanos condesciende con Vox en la calle y en las instituciones. Se trata de reprocharle la gestión temeraria del escenario catalán, pero Rivera se arriesga al desencanto del caladero socialdemócrata o centrista en beneficio del vuelo del propio Sánchez.

Hay más coincidencias que discrepancias entre Ciudadanos y el PSOE. Y pueden necesitarse en las alianzas municipales y autonómicas, de forma que las posiciones maximalistas, el tabú, tanto identifican el dogmatismo del partido naranja como frustran las soluciones más idóneas al porvenir de una patria que se conmueve en el péndulo de los extremismos.

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