¿Y un regreso a la realidad?
Hay una inercia que relega los hechos a las emociones de modo que la verdad resulta irrelevante
La política española parece acomodarse, cada vez más, lejos del principio de realidad. Hay una inercia que relega los hechos a las emociones; de modo que la verdad resulta irrelevante. Esta misma semana, tras festejar el triple acuerdo andaluz, proclamaba García Egea: “En 100 días Juanma Moreno va a hacer mucho más por Andalucía de lo que ha hecho el socialismo en estos 36 años”. Colosal. Por supuesto, los precedentes cercanos de gobiernos del PP en Castilla-La Mancha o Extremadura n...
La política española parece acomodarse, cada vez más, lejos del principio de realidad. Hay una inercia que relega los hechos a las emociones; de modo que la verdad resulta irrelevante. Esta misma semana, tras festejar el triple acuerdo andaluz, proclamaba García Egea: “En 100 días Juanma Moreno va a hacer mucho más por Andalucía de lo que ha hecho el socialismo en estos 36 años”. Colosal. Por supuesto, los precedentes cercanos de gobiernos del PP en Castilla-La Mancha o Extremadura no van a disuadirle de sostener que Andalucía, de aquí al 26 de abril, vaya a convertirse en Baviera y además con age. También el presidente, sin la coartada del futurible, sostenía esta semana que “tras siete meses de Gobierno socialista, España es más igualitaria, justa, feminista, democrática, europeísta, avanzada e innovadora”. Ahí es nada, en siete meses… y sin presupuesto. Se dirá, claro, que sólo es retórica propagandística. También lo es inventar 67 niños asesinados por sus madres para cuadrar un argumento. Este es el quid: la invitación a que lo irreal fluya con naturalidad.
El principio de realidad fue acuñado por Freud al establecer los dos principios opuestos que rigen el funcionamiento mental: el principio de placer busca la satisfacción inmediata de nuestros instintos y necesidades; y, por el contrario, el principio de realidad actúa como principio regulador que somete la búsqueda de la satisfacción a las condiciones impuestas por el mundo exterior. El principio de placer va por vía directa; y naturalmente es tentador proclamar —y para muchos escuchar— que España ha llegado a ser, de la moción contra Rajoy a hoy, un vergel de progreso; o que en Cataluña hay una República sojuzgada por un Estado represor, extrañamente incluido entre las democracias plenas del planeta por The Economist, con presos políticos; o que en Andalucía no hay un pacto parlamentario a tres bandas que integra a la extrema derecha; o que los presupuestos presentados ayer servirán para dejar atrás “el pasado en blanco y negro”. Alguna responsabilidad también toca al periodismo.
Esto es lo que permite a Casado, cada vez más ultramontano, sostener ante los suyos, sin temor a dar el efecto de un monólogo cómico, que “el PP es el único partido que está en el centro, que puede pactar con la derecha y con la izquierda manteniendo nuestros principios y valores; los de siempre”; o a Rivera sostener que el pacto con Vox “no me compromete” aunque no puedan gobernar sin ellos; a Sánchez acusar a los demás de negociaciones oscuras; a Echenique decir que “hacer política con el enfrentamiento es miserable”; a Susana Díaz creer que aún existe el susanismo ufanándose de que “ganar 36 años después tiene una fortaleza enorme”; o a los dirigentes andaluces del PP, ante la tutela humillante desde Madrid, proclamar “tutela no, perfecta coordinación”. Esto es lo que hay. Y semejante desconexión política de la realidad es impensable si no está tolerada por la sociedad y, demasiado a menudo, por los medios. Renunciar a la realidad es el mejor caldo de cultivo de los populismos deteriorando la cultura democrática.