Del Brexit a la huelga del canapé de Torra: cuando gobierna el corazón

A la política de los sentimientos le ha seguido la política de la utilización de los sentimientos. Entre lo malo y lo peor está ganando lo peor

Debate en los Comunes en un bar decorado con figuras del líder del DUP Arlene Foster and Theresa May en Lisburn, Irlanda del Norte.CLODAGH KILCOYNE (REUTERS)

Entre lo malo y lo peor solemos elegir lo malo, pero la baremación de ambos parámetros está ahora distorsionada por la subjetividad cambiante de unos ciudadanos que hemos roto las escalas de valores que nos guiaban hasta la fecha. La salida del Reino Unido con un Brexit acordado será dañina, pero infinitamente menos que la salida abrupta, según han coincidido todas las instituciones que han medido la cuestión. La horquilla es amplia y en condiciones normales debería aterrar a los británicos: si no hay a...

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Entre lo malo y lo peor solemos elegir lo malo, pero la baremación de ambos parámetros está ahora distorsionada por la subjetividad cambiante de unos ciudadanos que hemos roto las escalas de valores que nos guiaban hasta la fecha. La salida del Reino Unido con un Brexit acordado será dañina, pero infinitamente menos que la salida abrupta, según han coincidido todas las instituciones que han medido la cuestión. La horquilla es amplia y en condiciones normales debería aterrar a los británicos: si no hay acuerdo, su economía caerá un 8%; sus viviendas perderán un 30% de valor y la inflación se disparará un 6,5%, según el Banco de Inglaterra. Con acuerdo, la caída será solo del 3,9% en 15 años, según el propio Gobierno, que estima en 10 puntos el derrumbe si no lo hay.

Pero nada de lo que creíamos normal lo sigue siendo y está claro que la emotividad, los sentimientos y el peso de la identidad colectiva vuelven a primar de forma transversal en Europa más allá de las cifras y dictados de la razón: sea la pulsión nacionalista en Cataluña, el sentimiento envalentonado que ha llevado a Vox al Parlamento de Andalucía, el pálpito musoliniano de los manifestantes proSalvini en Roma o la furia patriótica que lleva a muchos conservadores británicos a rechazar el acuerdo de Theresa May con la UE. La primera ministra canceló ayer el voto para evitar su humillación.

Pero no solo nos están gobernando los sentimientos en esta arisca época de Europa, sino también el cálculo político de quienes quieren manejarlos para su rédito electoral: los laboristas hacen pinza con los rebeldes tories no porque prefieran un Brexit sin acuerdo, sino porque aspiran a que una caída de May les permita una ventaja en unas nuevas elecciones. En Cataluña, Torra exhibe su ayuno mediático, cancela comidas oficiales e intenta adoptar la pose Mandela mientras camufla la mano con la que ha tirado la piedra de la violencia eslovena y azuza los sentimientos. O eso parece, porque en realidad está trazando una línea roja entre los huelguistas del canapé oficial y ERC y los independentistas que quieren desmarcarse de la radicalidad.

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A la política de los sentimientos le ha seguido la política de la utilización de los sentimientos. Desde el Brexit hasta Andalucía o Cataluña, entre lo malo y lo peor está ganando lo peor.

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