La barbacoa que unió a los náufragos con sus rescatadores del mar

Un grupo de los inmigrantes que en julio desembarcaron en Barcelona se reencontraron tres meses después con quienes los salvaron. Así fue la fiesta

Un momento del encuentro entre migrantes y activistas.Igone Mariezkurrena

30 de los 70 migrantes que en julio desembarcaron en Barcelona y que desde agosto acoge Reus se reencontraron casi tres meses después con los miembros de la ONG Proactiva Open Arms que participaron en su rescate. Un día de campo y barbacoa sirvió como excusa para propiciar abrazos, recuerdos colectivos y muestras de agradecimiento mutuo entre quienes comparten ya un capítulo común en sus historias de vida.

Según la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), en 2018 más de 1.700 personas han muerto tratando de cruzar el Mediterráneo y alcanzar las costas de Europa. Los datos describen la ruta hacia Italia como un verdadero cementerio en el que han naufragado cerca de 1.260 vidas en lo que va de año, más de 14.000 desde 2014. Rastreando estas aguas operaban, hasta mediados de 2017, una decena de ONG con más de 10 barcos que, sin embargo, paulatinamente han abandonado la denominada zona SAR (Search and Rescue). Innumerables trabas burocráticas y logísticas, códigos de conducta y campañas de difamación han logrado que organizaciones como Save the Children, Sea Eye o Moas cedieran ante las presiones de la Unión Europea y hayan interrumpido sus misiones. En paralelo, diversas investigaciones ordenadas por la magistratura italiana han incautado e inmovilizado buques bajo la acusación de “fomentar el tráfico de personas”.

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Se antoja difícil creer que, de entre tanta cifra y estadística desalentadora, de vez en cuando pueda emerger algo que arroje un poco de optimismo ante tanto crimen. Algo que, al mismo tiempo, nos sirva para tener muy presente que la mal llamada ‘crisis migratoria’ no es ni puntual, ni aislada, ni fortuita.

Ocurrió en septiembre en Tarragona. Los miembros y voluntarios de la ONG Proactiva Open Arms han rescatado a más de 59.000 personas en tres años, pero nunca antes un equipo había logrado dar con el paradero de ninguno de los refugiados que, hasta la implementación de los recientes cambios en materia migratoria, desembarcaban en puertos italianos. Sin embargo, 30 personas que la misión 46 logró sacar del agua y llevar a Barcelona han podido ingresar en un programa de acogida de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y desde agosto se hospedan en el primer centro de acogida para solicitantes de asilo en Reus.

A media mañana, todo está listo en una masía de la localidad tarraconense de Alforja. Carne de cordero y pollo a la brasa aguardan el reencuentro. “Ver de nuevo a los refugiados, constatar que su aspecto físico ha mejorado, que van aprendiendo idiomas… les reconforta. Del mismo modo, las personas rescatadas comprenden que hay una continuidad en esto; que el rescate no fue algo anecdótico y que la población civil de Reus, representada en este caso por Reus Refugi, comparte los mismos valores y está dispuesta a acompañarles en su integración”, asegura entusiasmada Marga Lalalde, coordinadora del equipo de psicólogos de Proactiva Open Arms.

“My dear friend!”, “My sister!”, “My brother!”, no tardan en reconocerse y regalarse abrazos sinceros, desde dentro. “¿Qué tal estás?”, “¡Gracias!”, aprovechan para practicar el castellano que van aprendiendo en las clases. Algunos de ellos traen higos chumbos que han recolectado de camino a la masía. Según Lalalde, es un gesto más de agradecimiento, de no querer llegar con las manos vacías, al tiempo que un “reflejo de la tendencia al acopio que durante largo tiempo han desarrollado como mecanismo de supervivencia”. Sonrisas y lágrimas se alternan. “Recordaba a esta gente en una situación desesperada, a la deriva… ahora sé que comienzan una nueva vida”, comenta Rafa Fayos, patrón voluntario de Proactiva Open Arms.

No paran de hacerse fotos, de grabarlo todo. Comen, beben, bromean, disfrutan del entorno natural, bailan su música, gritan “¡Boza!” (¡Victoria!) e incluso cantan un Bella ciao en honor a Salvini, ministro del Interior italiano y contrario a la acogida de migrantes. Disfrutan con euforia mínimos que les fueron negados durante mucho tiempo y, precisamente por eso, vienen a su recuerdo aquellos que no consiguieron sobrevivir. Al término de la comida, Malik pide un minuto de silencio en su memoria. Halil toma la palabra y reconoce que él también se creyó muerto, y que no puede más que celebrar que dios le enviara a sus “hermanos de Proactiva Open Arms” y le regalase “una nueva oportunidad”. Para sorpresa de todos, escenifica su agradecimiento quitándose la camiseta y dejando al descubierto los nombres, escritos en su piel, de todos los miembros de la misión 46.

Foto de grupo de la barbacoa de reencuentro. Igone Mariezkurrena

“Me siento muy feliz”, Hussein siempre suena franco y noble. Es sirio, tiene 52 años y apenas puede chapurrear alguna palabra en inglés. Es un hombre tranquilo y discreto, prefiere sentarse en una esquina y observar. Huyó de su país con la esperanza de reunirse con sus dos hijos en Alemania, pero parece que los interminables trámites burocráticos no se lo permitirán hasta dentro de al menos un año. Sufre de cataratas en ambos ojos. Gesticula y logra hacer entender que ha pedido que le muevan a la primera fila en las clases, para poder leer lo que escriben en la pizarra; y que por las tardes no sale a correr, porque no ve.

Reconstrucción colectiva de un relato

“Quedamos inevitablemente unidos, compartimos la sensación de pertenecer a una misma familia”, reconoce Luis Leonetti, abogado argentino que embarcó como voluntario de cubierta.  “Rezábamos. Susurrábamos oraciones porque sabíamos que era el final, íbamos a morir”, recuerda Mustafa, superviviente. El palestino zarpó de Trípoli el 29 de junio a medianoche con la inmutable convicción de no retroceder: “Todos habíamos sido arrestados, encerrados y torturados en Libia, así que acordamos no volver bajo ningún concepto, antes nos hubiésemos tirado al agua”, asegura.

El Open Arms, el viejo buque de rescate, apuraba las últimas horas de su misión número 46 rastreando la zona. “Estábamos muy desanimados y cansados, pero también cabreados; eran sensaciones encontradas, muy viscerales, como todo lo que se siente cuando se está en medio del mar”, afirma la enfermera Saioa Razquin. No en vano, el Consejo Europeo acababa de hacer público un acuerdo de mínimos e in extremis que, entre otros efectos, iba a impedir la labor de las ONG en el Mediterráneo. 

Al término de la comida, Malik pide un minuto de silencio en su memoria. Halil toma la palabra y reconoce que él también se creyó muerto

“Temblábamos de frío y miedo, si levantábamos la cabeza nos mareábamos y vomitábamos sobre nuestros compañeros; yo vomité muchas veces. Además, no había nada que ver ni mirar, el cielo y el mar eran de color negro. Tampoco hablábamos entre nosotros porque el ruido del motor nos impedía escuchar nada", cuenta Ebrahim”. Así, aturdidos en la vasta oscuridad, pegados unos a otros, tratando de preservar algo de calor, aguantaron hasta el amanecer. “Fue mera casualidad. Eran cerca de las siete de la mañana y completábamos la última hora de guardia desde el puente de mando”, recuerda el marinero David Lladó. “La víspera habíamos decidido que al mediodía pondríamos rumbo al norte dando por concluida la misión”, reconoce el mallorquín, aún con incredulidad. 

Abdul pilotaba el bote, porque el hombre al que habían pagado para poder embarcar saltó al agua y regresó nadando a Trípoli poco después de zarpar. “Estábamos convencidos de que se trataba de una patrullera libia. Todos se tumbaron para esconderse y yo intenté redirigir la lancha para esquivar el barco grande”, relata el camerunés. 

“Deseé que nuestra lancha se hundiera en aquel mismo instante” –reconoce Muhammad Ali, natural de Guinea Conakry–, cualquier cosa antes que regresar a Libia”. Los sueños y los derechos de Mustafa, Ebrahim, Abdul, Muhammad Ali, Ruan, Ahmed y otras 54 personas de 14 nacionalidades diferentes se habrían desvanecido en la inmensidad del mar. Pero el buque se acercó a la lancha y se confirmaron las sospechas más remotas: “Varias cabezas comenzaron a asomar por encima del flotador”. Y así es como aquel 30 de junio entrelazó las vidas de varios hombres y mujeres. Tres días después, el Open Arms arribaría al puerto de Barcelona.

Igone Mariezkurrena es antropóloga y periodista freelance asociada a la Euskal Kazetarien Elkartea y a la FAPE y IPF, y ha participado como voluntaria en varias misiones de Proactiva Open Arms en el Mediterráneo Central.

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