Columna

Esta Monarquía tan republicana

El Rey ha de ser neutral en el juego político, no cuando se ataca el orden constitucional

El Rey Felipe VI y la Princesa Leonor en la lectura de la Constitución en el Instituto Cervantes. Luis Sevillano

Hay un tópico resistente en la izquierda, o al menos en la paleoizquierda: identificar democracia con república. La idea procede, como advertía Linz, de la República del 31. Sin embargo, más allá de la lógica melancolía republicana durante la dictadura franquista, es bastante absurdo. Hay demasiadas repúblicas totalitarias y demasiadas monarquías impecables para sostener algo así de rudimentario. Basta asomarse a los rankings de las democracias más solventes: hay tres monarquías entre las cinco mejores según The Economist o Freedom House, donde también figuran Reino ...

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Hay un tópico resistente en la izquierda, o al menos en la paleoizquierda: identificar democracia con república. La idea procede, como advertía Linz, de la República del 31. Sin embargo, más allá de la lógica melancolía republicana durante la dictadura franquista, es bastante absurdo. Hay demasiadas repúblicas totalitarias y demasiadas monarquías impecables para sostener algo así de rudimentario. Basta asomarse a los rankings de las democracias más solventes: hay tres monarquías entre las cinco mejores según The Economist o Freedom House, donde también figuran Reino Unido, Países Bajos, y, sí, España. ¿De verdad alguien puede sostener que la Monarquía es un impedimento para la democracia?

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El razonamiento, por supuesto, no es un error inocente. Identificar república y democracia para atacar a la Corona puede ser un argumento efectista, y seguramente eficaz, para atraer a cierta clientela sobre todo joven, ya olvidada de la Transición, que ha visto la decadencia de Juan Carlos I y a la que es fácil vender, en la estela dura de la crisis, la épica del asalto a la Bastilla de la Zarzuela. En las redes sociales se percute incesantemente con esa clase de mantras. Se trata de debilitar a la Monarquía, objetivo de la izquierda más radical y el nacionalpopulismo, sin duda con la convicción de que si cayese esa clave de bóveda, se desmoronaría la estructura institucional del Estado.

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En cualquier caso no se trata de discutir intenciones sino el discurso falso, más allá de la crítica legítima. Sostiene acertadamente Philip Pettit, autor del celebrado Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, que la tradición republicana es proteger al ciudadano de toda forma de dominación, y por tanto no cabe oponer republicanismo y monarquía cuando ésta es un Estado de Derecho. La monarquía parlamentaria no otorga autoridad al Rey sobre los poderes del Estado, y así la define el artículo 1 de la Constitución cuya lectura acertadamente ha sido el primer acto público para la princesa Leonor. ¿Pero a quién le importa todo esto ante el dulce encanto de la guillotina?

Estos días arrecia la campaña contra la Monarquía en España, a partir de la reprobación a Felipe VI aprobada por el Parlament y las resoluciones de muchos ayuntamientos catalanes, replicados por la izquierda a lo largo del país. La coartada es el discurso del 3-O, acusando al Rey de traicionar su papel neutral. Se trata de un argumento tramposo: el Rey ha de ser neutral en el juego político, no cuando se ataca el orden constitucional. Por demás, es sólo una coartada: semanas antes del 3-O, en la manifestación del atentado yihadista de agosto, ya se orquestó un ataque colectivo contra el Rey para criminalizarlo.

El presidente Sánchez —que ayer felicitó muy cordialmente a la Reina Sofía en Twitter— ha entendido la amenaza de esa presión no sólo simbólica, de ahí el gesto de elevar un recurso al Tribunal Constitucional contra la reprobación del Parlament para desmarcarse de sus socios de moción. Siempre ha sido un peligro cabalgar, según la metáfora de Kennedy, a lomos de un tigre.

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