Editorial

Una UE más humana

La alianza de España con Alemania y Francia señala caminos a los escépticos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la canciller alemana, Angela Merkel, en el parque nacional de Doñana. Fernando.Calvo (EFE)

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y la canciller alemana, Angela Merkel, han fijado en Doñana, con cierto empaque, dos pilares de su colaboración europea, no por insinuados anteriormente menos decisivos.

Se trata de la pertinencia del retorno a España, desde Alemania, de los migrantes inicialmente registrados en nuestras fronteras y que acabaron derivándose hacia la República Federal: es el cumplimiento básico del (demasiado zarandeado) acuerdo de Dublín, por el que el país receptor se erige en su primer responsable.

Y la urgencia del apoyo económico de la Unión ...

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El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y la canciller alemana, Angela Merkel, han fijado en Doñana, con cierto empaque, dos pilares de su colaboración europea, no por insinuados anteriormente menos decisivos.

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Se trata de la pertinencia del retorno a España, desde Alemania, de los migrantes inicialmente registrados en nuestras fronteras y que acabaron derivándose hacia la República Federal: es el cumplimiento básico del (demasiado zarandeado) acuerdo de Dublín, por el que el país receptor se erige en su primer responsable.

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Y la urgencia del apoyo económico de la Unión Europea (UE) al Magreb, como primera línea de contención. Y como heraldo de una política a largo plazo, la cooperación al desarrollo económico endógeno del continente africano que contrarreste las causas estructurales de esos flujos.

Estos acuerdos concretos deberían contribuir a articular una política más humana de Europa respecto a sus vecinos más necesitados, por desgracia aún débil y desestructurada. A la par que combatir el quietismo que tantas bazas brinda a las falsas recetas populistas y xenófobas.

Pero si ese es el contenido material principal del encuentro, un acuerdo adicional, relativo al método de trabajo bilateral, lo completa y puede perfeccionarlo: el compromiso de trabajar a cuatro manos para presentar nuevas ideas a sus socios en la próxima cumbre de Salzburgo.

Este género de compromiso, el de explorar pautas que sirvan para todos, es el que distingue en la UE a dos socios con relaciones de especial intensidad, de otros con relaciones normales. Y sin empachos en reconocer la realidad, por ejemplo el liderazgo diferencial de Alemania en casi todos los ámbitos.

En realidad, se trata de un enfoque muy paralelo al acordado entre Sánchez y el presidente francés, Emmanuel Macron, a finales de julio. En su declaración sobre la reforma del euro ambos mandatarios se comprometieron a madurar propuestas útiles para la cumbre de diciembre sobre esta otra prioridad de los Veintisiete.

Recuperar la búsqueda de complicidades antes de que llegue su oferta. Restaurar la privilegiada relación con París y Berlín. Y mantenerla y aumentarla con Bruselas. Estas estrategias, al modo de los primeros años de la democracia española, son indispensables. Ahora bien, difícilmente resultarán suficientes para insuflar el ímpetu en valores, políticas y complicidades que urgen hoy como nunca en una Unión más amplia, pero también más cuarteada.

Aquella UE en la que España se estrenaba requería apenas una ligera presión sobre el timón para que muchos se alinearan: con la frecuente excepción de Londres. Tras sus objeciones se amparaban u ocultaban los recelosos o escépticos.

Ahora las líneas de fractura son más diáfanas, y se han hecho más oficiales y ásperas, especialmente en los asuntos clave del club, la inmigración y el afianzamiento de la unión económica y monetaria.

Hasta el punto de que los países de mayor tracción europeísta, como Francia, Alemania y España, podrían quedar minorizados, si no se esfuerzan en ampliar alianzas y usar su potencia, tamaño y recursos para balizar vías de avance: para construir, en suma, una vanguardia colectiva eficaz.

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