Análisis

Convencer, no vencer

Los problemas políticos solamente tienen vía de remedio a través de la política

Reunión bilateral entre el Estado y la Generalitat este miércoles en Barcelona.Albert Garcia (EL PAÍS)

Un montón de amigos me llaman Yordi, Iordi, Xordi, Chordi, a pesar de llamarme Jordi. Unos son madrileños, otros granadinos, otros leoneses, sevillanos, vascos, murcianos y un buen puñado de aragoneses. Pero nunca se me ha ocurrido enfadarme: por algo Francisco Candel le dio a mi padre un libro para mí llamándome Chordi, a la charnega (aunque ni mi padre ni yo somos charnegos, al menos que yo sepa).

Pero como las agitaciones políticas agitan también las redes, recibo y mando correos a muchos de esos amigos y tiendo a creer, a veces, que no los escriben como españoles sino como españoles...

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Un montón de amigos me llaman Yordi, Iordi, Xordi, Chordi, a pesar de llamarme Jordi. Unos son madrileños, otros granadinos, otros leoneses, sevillanos, vascos, murcianos y un buen puñado de aragoneses. Pero nunca se me ha ocurrido enfadarme: por algo Francisco Candel le dio a mi padre un libro para mí llamándome Chordi, a la charnega (aunque ni mi padre ni yo somos charnegos, al menos que yo sepa).

Pero como las agitaciones políticas agitan también las redes, recibo y mando correos a muchos de esos amigos y tiendo a creer, a veces, que no los escriben como españoles sino como españoles traumatizados por la espiral independentista de los últimos años. Un buen amigo decía que “en vista de que no se les puede convencer, habrá que vencerlos”. ¿Vencerlos? En democracia las victorias y las derrotas se miden con los votos y el independentismo que votó en unas elecciones autonómicas convocadas por Mariano Rajoy obtuvo un porcentaje que bordeaba el 50%.

Sospecho, por tanto, que en lugar de querer vencerlos, con ley o sin ley, habrá más bien que convencerlos, al menos a unos cuantos, a un 5%, un 10%, un 15%.

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Me he acordado, sin querer, de la Transición, otra vez. Es un auténtico laboratorio democrático. Por entonces casi toda la izquierda intelectual y movilizada en pos de la revolución, tan contracultural entonces que hoy es pasto de las más elitistas universidades norteamericanas, cayó desesperadamente enferma de desencanto. La democracia era un gran fraude, además de una trituradora de ideales ilusionantes: nada estaba a la altura de los sueños y hasta ¡un facha como Suárez ganaba dos elecciones seguidas!

Hoy a los independentistas catalanes convendría no trasladarles la obsesión de victoria alguna española sino la devoción democrática de respetar sus convicciones y tratar de convencerles de lo contrario, de momento, al menos, y aunque les caiga un desencanto de hormigón armado. Porque en democracia las cosas van así.

Los discursos del PP y de Ciudadanos vuelven a ser ahora ostentosamente guerrilleros, convencidos de que la vía para incrementar su votante es demostrar que a Pedro Sánchez lo han achantado y no quiere vencer al independentismo sino convencerlo. Da igual la desescalada política, según ellos: solo importa la victoria para poder enseñar un buen paquete de catalanes derrotados y bien escarmentados. Mientras Pablo Casado y Albert Rivera encarnen el mandato político de vencerlos, no de convencerlos, la solución colectiva, catalana y española, está más lejos. Un problema jurídico se resuelve por la vía jurídica, que es donde están los cargos hoy encarcelados o fuera de España. Pero un problema político solo tiene alguna vía de remedio a través de la política.

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