El mundo visto desde Asia

China observa con satisfacción el declive del orden mundial nacido tras la II Guerra Mundial y se sitúa para levantar uno alternativo

Xi Jinping, durante la cumbre de los BRICS.GULSHAN KHAN (AFP)

No son los altermundialistas quienes están demostrando que otro mundo es posible, sino los comunistas chinos, escasamente liberales, nada anticapitalistas, pero sobre todo poco apegados a la tríada revolucionaria de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Dos viajes en dos semanas consecutivas de los primeros mandatarios de las dos mayores superpotencias, uno a Europa y el otro a África, han exhibido el contraste entre Donald Trump, que destruye el orden internacional, y Xi Jinping, ...

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No son los altermundialistas quienes están demostrando que otro mundo es posible, sino los comunistas chinos, escasamente liberales, nada anticapitalistas, pero sobre todo poco apegados a la tríada revolucionaria de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Dos viajes en dos semanas consecutivas de los primeros mandatarios de las dos mayores superpotencias, uno a Europa y el otro a África, han exhibido el contraste entre Donald Trump, que destruye el orden internacional, y Xi Jinping, que pretende construir uno nuevo.

No hacen falta planos para la destrucción. Sí son necesarios para construir, como intenta la segunda potencia económica mundial que es China. Hay que imaginar cómo es el mundo visto desde Asia, tal como explica a través de una exposición, fundamentalmente cartográfica, el Museo Guimet de París los mismos días en que el orden occidental se desmorona bajo el buldócer de Trump.

Trump no tiene interés en África. China, en cambio, lleva las luces largas. Ya es el primer socio comercial del continente en su conjunto. También el primer vendedor de armas. Quiere ser ahora el primer inversor en infraestructuras, organizadas según la Nueva Ruta de la Seda, que es la organización de la globalización con el centro del mundo en China. Y también el primer socio industrial, lo que significa no tan solo inversiones directas, sino también deslocalizaciones de mano de obra. No en vano el continente africano tiene la reserva de brazos jóvenes más importante del planeta.

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China es el auténtico dolor de cabeza comercial para EE UU, y en buena medida para Europa. Aunque participa y defiende el orden internacional construido al final de la II Guerra Mundial, no se considera ni bien representada, ni políticamente comprometida en una arquitectura de la que no fue socio fundador. De ahí que observe con satisfacción su destrucción y vaya situando las piezas para levantar un orden alternativo, abiertamente sinocéntrico.

China cuenta ya con una institución regional de cooperación como es la Organización de Shanghái, en la que participan Rusia, India y Pakistán, un banco para infraestructuras y un megaproyecto de inversiones globales destinado a facilitar sus relaciones con el planeta entero, a título de superpotencia central y hegemónica de los tres continentes: Asia, Europa y África. Xi Jinping se reúne este fin de semana con los jefes de Estado de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en Johanesburgo, donde culminará la exhibición africana de su diplomacia. En la perspectiva histórica, China está ganando la partida en África: a Rusia, con la que compitió en la descolonización, a las detestadas antiguas potencias coloniales europeas y al inhibido EE UU.

Es casi seguro que no nos gustará a los europeos lo que China construye y que añoraremos en cambio el mundo que Trump está derribando. Pero también será europea la culpa por permitir la destrucción del viejo orden sin ser capaces de construir otro nuevo mejor y a nuestro gusto y medida.

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