Análisis

Puigdemont y las gaitas del no

Se trata de hacerle la vida imposible al Gobierno que trata de rebajar los argumentos de un agravado desentendimiento Cataluña-España

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, durante una rueda de prensa en Berlín.Michele Tantussi (Getty Images)

El delegado de Puigdemont en Cataluña, David Bonvehí, afirmó en el proceso de sustitución de Marta Pascal al frente del PDeCAT que los representantes de ese partido debían dedicarse a tocarle la gaita al Gobierno en el Parlamento.

No parece que las intenciones de esta gaita que ahora van a tocar los independentistas en las Cortes sea para provocar la armonía marina que dota de belleza su ritmo. Y se puede estimar con probables razones que Bonvehí estaba prestando la gaita a metáforas más prosaicas. Una de estas puede ser la que inspira el expresident de la Generalitat. Se trata...

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El delegado de Puigdemont en Cataluña, David Bonvehí, afirmó en el proceso de sustitución de Marta Pascal al frente del PDeCAT que los representantes de ese partido debían dedicarse a tocarle la gaita al Gobierno en el Parlamento.

No parece que las intenciones de esta gaita que ahora van a tocar los independentistas en las Cortes sea para provocar la armonía marina que dota de belleza su ritmo. Y se puede estimar con probables razones que Bonvehí estaba prestando la gaita a metáforas más prosaicas. Una de estas puede ser la que inspira el expresident de la Generalitat. Se trata de hacerle, con la gaita del no, la vida imposible al Gobierno que trata de rebajar los argumentos de un agravado desentendimiento Cataluña-España.

Mientras Pedro Sánchez y sus ministros ofrecen vías de diálogo para salvar ese puente que el procés y el PP convirtieron en un espacio infernal, Puigdemont rema hacia atrás. Con tal de justificar con el no el odio a España que él ha ayudado a alentar, es capaz de romper los instrumentos de un nuevo entendimiento para explicar, entre los suyos, que sólo se puede hacer lo que él mismo se dio cuenta de que no se podía hacer.

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En esa carrera hacia la nada de la que viene derribó un viejo partido para constituir uno al que le falta su escudo, quizá una gaita, para ser el Partit de Puigdemont. Su resistible ascensión hasta ser presidente de sí mismo es un producto de psicoterapia individual y no el resultado de un análisis de las razones por las que las cosas cambian, por qué sus parlamentarios votaron en Madrid un Gobierno que acabara con Rajoy y por qué Torra viajó a ver la fuente de Guiomar en La Moncloa.

Puigdemont actúa, con su gaita, como si aún estuviera Rajoy al mando de la orquesta, y desoye hasta a los suyos con tal de romper un posible diálogo entre Cataluña y el Estado. Situado en lo más alto de su ego, es capaz de sacrificar políticos propios con tal de seguir dirigiendo, por personas interpuestas, un desconcierto de gaitas en el Parlamento.

Se trata de tocar la gaita por tocarla.

La invocación de la gaita es una falta de respeto a la armonía de su música. Pero Puigdemont parece ignorar todo cuanto toca, también la gaita que ha puesto en manos de Bonvehí para crear el desconcierto en Madrid, pobre ciudad culpable de la riña de las administraciones, desembocadura inocente de las rabias que en lugar de volverse música se constituyen en parapeto.

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