La huerta agoniza

La margen derecha del Ebro a su paso por Zaragoza antaño era un vergel, una huerta tradicional, extensa, preñada de todo tipo de verduras dependiendo la época del año. Con sus hortelanos, fornidos y encorvados por sus azadas, con la mirada puesta en el suelo y, a veces, temiendo cuando la dirigían hacia el cielo, ante la posibilidad de que una tormenta de pedrisco agostase sus frutos, lo que a veces ocurría. Con sus acequias que aún perduran, con la variada fauna, con sus transeúntes jubilosos con sus bolsas en las que llevan alguna lechuga o tomate que desde el camino arrebatan furtivamente a...

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La margen derecha del Ebro a su paso por Zaragoza antaño era un vergel, una huerta tradicional, extensa, preñada de todo tipo de verduras dependiendo la época del año. Con sus hortelanos, fornidos y encorvados por sus azadas, con la mirada puesta en el suelo y, a veces, temiendo cuando la dirigían hacia el cielo, ante la posibilidad de que una tormenta de pedrisco agostase sus frutos, lo que a veces ocurría. Con sus acequias que aún perduran, con la variada fauna, con sus transeúntes jubilosos con sus bolsas en las que llevan alguna lechuga o tomate que desde el camino arrebatan furtivamente a la huerta con la anuencia de los hortelanos, que hacían la vista gorda ante tan diminutos hurtos. Desgraciadamente, ahora solo veo algún hortelano en su ocaso, solitario, cabizbajo y taciturno en su casa solariega, que ha arrojado la toalla porque no ha habido continuidad generacional, porque no se puede competir con los precios de los productos del mercado (que, por cierto, son de peor calidad), y su presente es contemplar con tristeza las amplias superficies de cereal y de alfalfa que ahora revisten esas tierras.— Mariano Aguas Jáuregui. Zaragoza.

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