¡Ay! El feliz mes de Mayo

En la primavera del 68 Europa asistió en París a su primera revolución pospolítica

Un policía lanza una piedra a los manifestantes el 6 de mayo de 1968, durante los enfrentamientos en París.GOKSIN SIPAHIOGLU (SIPA)

Mayo del 68 fue la primera “rebelión pospolítica” en Europa, la que discurrió sin el objetivo de conquistar el poder político, pero con un proyecto radical: “Cambiar la vida”, en el sentido de Arthur Rimbaud. Este mayo que ha entrado en la historia sigue siendo un misterio, un acontecimiento difícil de definir con rigor, y aquellos mismos que lo han vivido discrepan a menudo sobre su significado.

La fábrica de Mayo del 68 se encuentra en la radicalidad política y teórica directamente nacida de las generaciones de estudiantes que organizaron las movilizaciones contra la guerra d...

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Mayo del 68 fue la primera “rebelión pospolítica” en Europa, la que discurrió sin el objetivo de conquistar el poder político, pero con un proyecto radical: “Cambiar la vida”, en el sentido de Arthur Rimbaud. Este mayo que ha entrado en la historia sigue siendo un misterio, un acontecimiento difícil de definir con rigor, y aquellos mismos que lo han vivido discrepan a menudo sobre su significado.

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La fábrica de Mayo del 68 se encuentra en la radicalidad política y teórica directamente nacida de las generaciones de estudiantes que organizaron las movilizaciones contra la guerra de Argelia a comienzos de los años sesenta y desarrollaron, a lo largo de esos años, las manifestaciones contra la guerra norteamericana en Vietnam. Esos estudiantes se habían formado en las mejores universidades y altas escuelas, en los márgenes del partido comunista francés, rechazando tajantemente su dogmatismo y su reformismo, así como el sistema soviético. Los símbolos políticos del 68, odiados por el estalinismo (Bakunin, Rosa Luxemburgo, León Trotski, entre otros muchos) fueron personificados a través de dos héroes indiscutibles: el argentino-cubano Ernesto Che Guevara y el vietnamita Ho Chi Minh, máximo exponente de la resistencia de una pobre y pequeña nación frente a los bombardeos norteamericanos. Eran la ideología, los sueños y los relatos románticos en cuya amalgama las élites de extrema izquierda embriagaban a decenas de miles de jóvenes y menos jóvenes participantes de esta insurrección atípica, sin programa, sin dirigentes y condenada, desde el inicio, a fracasar. Dado que no había sido previsto y no contaba con ningún partido político listo para aprovechar una oportunidad que no duró más de un mes, este joli mois de mai constituyó una suerte de tempestad que trastornó a Francia y dejó una impronta indeleble en el espíritu de la cultura nacional.

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Inevitablemente, la lectura que hacemos hoy en día de este acontecimiento se resiente del transcurso del tiempo, 50 años en los que todo, o casi, ha cambiado, incluso nuestra manera de pensar el pasado. Expresión de una rebeldía violenta contra la sociedad de consumo y la mercantilización de todas las esferas de la vida, el estallido de entonces aparece también, ahora, como el inicio del fin del Estado de bienestar. Esa paradoja se encarna precisamente en una dualidad de reivindicación: nosotros los estudiantes buscábamos un mundo cualitativamente diferente, más libre, opuesto al corsé asfixiante del sistema de mandarines jerárquico, tanto en la universidad como en la vida. Nuestra radicalidad era antimperialista y a la vez antiestatal: el concepto que conviene mejor para entender esta actitud era el de una rebeldía liberal-libertaria, pero cuando los sindicatos entraron en la batalla, se impuso el repertorio de las reivindicaciones cuantitativas, con el lema: “¡De Gaulle, queremos dinero!”. Una rebelión contradictoria, pues los estudiantes despreciábamos el seguro del Estado de bienestar, cuando los asalariados, bajo la dirección del partido comunista, buscaban reforzar los privilegios en el mismo Estado social.

La dimensión lúdica era también central: búsqueda del ser más allá del haber; fiesta del instante, desprecio a lo politically correct: de allí saldrá una verdadera revolución de los usos, que abrió paso a las luchas de las mujeres, de los homosexuales y de todos los que sufrían la dominación en silencio.

Belleza del 68: muchedumbre parisiense en las calles, desconocidos que se unían con pasión, manifestaciones, barricadas, fuegos, diez millones de huelguistas en todo el país; solidaridad espontánea que provenía de todos los lugares; campesinos y marineros, artistas y periodistas (se organizaron varios comités de acción en la televisión); Jacques Dutron cantando París que se despierte, Cohn Bendit desafiando a De Gaulle desde Fráncfort; la Sorbona ocupada, los anfiteatros debatiendo día y noche sin cesar, la apertura de las universidades a los obreros, de las empresas a los estudiantes. Y los muros del 68. ¡Ay... los muros! Un inmenso palimpsesto de la imaginación liberada, repitiendo el famoso grito surrealista de André Breton: “¡La belleza será convulsiva o no será!” (Nadja, 1928). Un sueño, poesía y furor mezclados.

Sami Naïr es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Internacional de Andalucía y en la Universidad Pablo de Olavide.

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