Los políticos enredados en las redes sociales

Mucho criticar a los jóvenes y sus móviles pero nuestros representantes también abusan de ellos

Tienes una notificación de Facebook, tal vez de un político.Evan Vucci (AP)

Hablamos y escribimos mucho de los efectos de las nuevas tecnologías —especialmente del acceso y utilización de las redes sociales— en los jóvenes. Y en muchas ocasiones lo hacemos en términos negativos o pidiendo una toma de precauciones ante posibles peligros. Como suele suceder con todo en la vida, aunque exista una justificación para ello, tal vez podemos estar cargando demasiado las tintas en los peores aspectos. Claro que cuando los padres comprueban cómo la irrupción en los cuartos de sus hijos de los smartphones o las tablets—con sus Instagram, Musical.ly o Facebook, ...

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Hablamos y escribimos mucho de los efectos de las nuevas tecnologías —especialmente del acceso y utilización de las redes sociales— en los jóvenes. Y en muchas ocasiones lo hacemos en términos negativos o pidiendo una toma de precauciones ante posibles peligros. Como suele suceder con todo en la vida, aunque exista una justificación para ello, tal vez podemos estar cargando demasiado las tintas en los peores aspectos. Claro que cuando los padres comprueban cómo la irrupción en los cuartos de sus hijos de los smartphones o las tablets—con sus Instagram, Musical.ly o Facebook, entre otros— suponen automáticamente un bajonazo en la lectura y la puerta cerrada, pocos estudios sociológicos pueden alejar de su pensamiento que hay algo que no marcha bien.

Sin embargo, hablamos poco en los mismos términos de advertencia de los efectos inesperados de la tecnología y las redes en otras actividades, por ejemplo en la política. Es cierto que la gran excepción a esta regla es Donald Trump, pero el uso de Twitter que hace el presidente de EE UU lo coloca como un caso claro de utilización compulsiva de las redes sociales. Hay quien habla de meteduras de pata del inquilino de la Casa Blanca, pero no lo son en absoluto. Lo que hace Trump es utilizar el mismo lenguaje bronco que probablemente usa en reuniones privadas pero en un altavoz de alcance mundial. En lo primero no es el único, en lo segundo sí. Los dos generales de la OTAN que en enero de 1999 visitaron al presidente serbio Slobodan Milosevic para que cesara la represión en Kosovo posiblemente no utilizaron un tono muy diferente al de Trump en su Twitter con el dictador norcoreano Kim Jong-un. Claro que entonces no había redes sociales. En menos de tres meses bombardearon Belgrado. Por cierto, los primeros aviones eran españoles.

Pero no vayamos a los extremos. Lo que llama la atención es cómo la clase política ha adquirido el hábito de utilizar las redes con la inestimable ayuda de los medios de comunicación. Qué maravilla. Ya no hay ni que llamar por teléfono para tener declaraciones. Las tienes en el móvil. Hay de todo, como en el chino de la esquina: desde condolencias a felicitaciones pasando por críticas a propuestas o pensamientos profundos (o no). Como explica el antropólogo Yuval Noah Harari, ya no basta con que las cosas (en este caso las declaraciones) se produzcan, sino que no existen hasta que no se ponen en las redes. Por ejemplo, no es suficiente llamar a Angela Merkel tras unas elecciones. Hay que publicarlo en Twitter.

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Fruto de esta lógica tecnológica es la explicación del director general de la DGT, Gregorio Serrano, a su presencia en Sevilla durante el temporal de la AP-6. Allí “también funcionan Internet y el teléfono” y se puede coordinar todo a distancia. Apurando, con Internet basta. En Bruselas —que desde luego no es Sevilla ni en pintura— también funcionan Internet y el teléfono, de modo que Carles Puigdemont quiere ser investido presidente por Skype. En vez de síes deberían darle likes. Desde Madrid el Gobierno respondería con un tuit. Luego critiquemos a Trump.

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