¿Nos miran mal fuera?

A diferencia de los periodistas nacionales, los extranjeros no sufren tanto los llamados costes de audiencia

La cobertura internacional de la crisis catalana deja mucho que desear. Algunos corresponsales tiran de tópicos. Al hablar de nuestro Estado, resucitan a Franco. Y, al hablar de nosotros, redescubren la pasión ibérica, ese fervor mesiánico irracional que, según George Orwell, nos llevó a la Guerra Civil. Pero no asumamos que desde fuera nos miran mal.

Primero, que los análisis extranjeros sean desenfocados no quiere decir que estén sesgados. En promedio, los artículos escritos fuera de nuestras fronteras no están tan polarizados como los escritos dentro. Es en español, y en catalán, don...

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La cobertura internacional de la crisis catalana deja mucho que desear. Algunos corresponsales tiran de tópicos. Al hablar de nuestro Estado, resucitan a Franco. Y, al hablar de nosotros, redescubren la pasión ibérica, ese fervor mesiánico irracional que, según George Orwell, nos llevó a la Guerra Civil. Pero no asumamos que desde fuera nos miran mal.

Primero, que los análisis extranjeros sean desenfocados no quiere decir que estén sesgados. En promedio, los artículos escritos fuera de nuestras fronteras no están tan polarizados como los escritos dentro. Es en español, y en catalán, donde leemos los retratos más inverosímiles de la falta de garantías democráticas en España —o, por el otro lado, del racismo independentista—. Somos nosotros los que nos vemos mal.

Segundo, que los artículos foráneos nos critiquen no quiere decir que nos miren con superioridad. Al contrario, si de algo pecan los analistas internacionales —al igual que los millones de ciudadanos de todo el mundo que consideran España como el mejor destino turístico del planeta— es de respeto y cariño hacia nosotros. Lo que ocurre es que, a ojos de un observador, por ejemplo, anglosajón o nórdico, la crítica no sólo es compatible con el afecto, sino que es una obligación derivada del mismo. Somos nosotros, con nuestra piel tan fina, quienes equiparamos crítica a desprecio (si el crítico es de fuera) o traición (si es de dentro).

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Tercero, que la cobertura internacional simplifique la complejidad de España no quiere decir que sea inútil. Fueron las imágenes “facilonas” de las porras contra los votantes el 1-O en la prensa internacional las que hicieron recapacitar a muchos españoles sobre la idoneidad de la respuesta del Gobierno. En un ambiente tan frentista, para muchos analistas españoles es difícil criticar al Estado sin que se interprete como una concesión a los independentistas.

Esa es la ventaja de la mirada exterior. A diferencia de los periodistas nacionales, los extranjeros no sufren tanto los llamados costes de audiencia: ¿en qué bando me pondrán si digo esto? Esa distancia emocional vale más que mil palabras. @VictorLapuente

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