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Aerosol contra la violencia

El arte puede evitar que los jóvenes de Latinoamérica se metan en líos. Así trabajan los artistas en algunas de las ciudades más violentas del mundo

Danger, 22 años, Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Danger se siente bien en Ciudad Juárez, a pesar de haber nacido en Estados Unidos. Durante la guerra, explica, las calles estaban desiertas por la noche y uno solo salía si no tenía más remedio. "Pintar grafitis era como suicidarse. Si te atrapaban los soldados o la policía, lo más probable era que te relacionaran con un grupo narco que estuviese pintando un mensaje en una pared".
Fui, 31 años, Guarenas, Venezuela. Fui nació en Guarenas, una ciudad a 30 minutos de Caracas. Tras el asesinato de su hermano mayor, pintó continuamente durante unos dos años para calmar el dolor y evitar caer en una depresión grave. No solía conectar su trabajo con el contexto político pero, a medida que las cosas empeoraban en el país, empezó a hacer pintadas para denunciar la ineptitud y la corrupción del Gobierno. Se marchó de Venezuela en 2015. Quería ver otras partes del mundo, contactar con otra gente, descubrir su potencial. "Si te soy sincero, no tengo miedo de nada. El miedo es producto de una barrera mental insertada en la mente de la gente". Y añade: "Los venezolanos viven con miedo y no quieren despegarse de él. La acción a favor del cambio se producirá el día en el que los venezolanos se liberen de su miedo".
Keme, 20 años, Distrito Central (Comayagüela), Honduras. Keme lleva dos años pintando. Aparte de dedicarse al grafiti, trabaja como diseñadora gráfica y estudia artes visuales. Vive en un barrio controlado por una de las dos maras principales y le indigna que muchos jóvenes reduzcan sus ambiciones en la vida a "defender el territorio" y no canalizan su energía hacia fines más positivos y creativos. Cuando sale a pintar, prefiere hacerlo lejos de su zona, para no llamar la atención de la mara, porque eso podría causarle serios problemas. Para ella el grafiti es "un modo de ser libre" más que un mecanismo de empoderamiento. "La libertad es algo que nunca he podido definir, porque en los países tercermundistas como el mío no es más que un sueño inalcanzable".
Lovely, 20 años, Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Lovely empezó a pintar grafitis entre 2014 y 2015, cuando estudiaba artes visuales en la universidad. En la actualidad se gana la vida vendiendo sus trabajos artísticos y ayudando a sus padres en el negocio de productos para la salud. Perder el miedo y mostrarse alerta en todo momento son los mensajes que pretende transmitir con su trabajo. Recuerda muy poco acerca de la guerra que se libró en Juárez entre 2008 y 2014, porque era muy joven. Hoy en día sale mucho más y aprovecha cualquier oportunidad para pintar cuando está de humor para hacerlo. Piensa que el grafiti le proporciona la libertad que tanto necesita. "Aunque dé la impresión de que Juárez es más segura, los asesinatos y la violencia siguen formando parte del paisaje de la ciudad y cualquiera puede ser el próximo blanco".
Mac, 36 años, Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Mac empezó a pintar grafiti cuando tenía unos 15 años. Recuerda que la vida en Ciudad Juárez en la década de los noventa era mucho más tranquila que hoy. Se podía andar por la ciudad mucho más libremente, a pesar de que cuestiones triviales como el dominio de las bandas en algunos barrios era un problema habitual. Movido por las atrocidades que ocurrían, empezó a integrar el mensaje político en su obra. Le interesaba sobre todo reflejar la cuestión del feminicidio y mantener ese tema fresco en la mente de la ciudadanía, para no olvidar que, por desgracia, sigue ocurriendo. Entre 2006 y 2007 empezó a colaborar con movimientos sociales que defienden la paz y la justicia. Fue entonces cuando contactó con familias de desaparecidos y pasó de pintar grafitis "solo para satisfacer el ego a levantar la voz en busca de la justicia".
Madjer, 23 años, San Vicente, El Salvador. La obra de Madjer se basa en el hiperrealismo, sin connotaciones políticas. "En este país la libertad de expresión está limitada. Por ejemplo, no puedo pintar determinadas cosas, como una imagen de cuernos u otros elementos empleados por ciertos grupos. Si lo hiciese, correría peligro". Y añade: "Todo aquel a quien no le interese la política acaba pareciéndome un idiota. Para mejorar lo que nos rodea, necesitamos ser conscientes de los hechos". Para Madjer los derechos humanos son "un arma de doble filo, porque uno nunca sabe a quién benefician más, si al bueno o al malo".
Meek, 37 años, Ecatepec, Estado de México. Ecatepec está considerado como uno de los municipios mexicanos más violentos en la actualidad y los feminicidios se han disparado en los últimos años. Es aquí donde Meek vive y donde empezó a pintar grafitis de joven. Perdió trágicamente su padre a temprana edad y usó el dibujo para aliviar el dolor. Meek fue miembro de la banda Lado Sur 13. "Si no eras pandillero, no eras nada. La unidad es poder y si no pertenecías a un grupo, corrías un grave peligro". El artista sostiene que en aquella época había muchas menos oportunidades de desarrollarse. Por eso, la alternativa al aburrimiento era unirse a una banda. "Vivimos en el salvaje, muy salvaje, oeste", asegura.
Natsu, 33 años, Atizapán, Estado de México, México. Natsu se introdujo en el grafiti observando las pintadas de las pandillas en Chihuahua (estado del norte de México), cuando estudiaba primaria. Debido a su determinación y a su pasión, consiguió ganarse el respeto de los hombres que a principios le discriminaron. El de México es uno de los estados más densamente poblados del país y está reconocido como un lugar muy violento. Las mujeres son víctimas de la violencia y los feminicidios han aumentado a lo largo de los 10 últimos años. Una noche, al terminar su turno de trabajo, intentaron secuestrarla cerca de casa. Tras aquella experiencia aterradora, Natsu piensa que podría haber acabado siendo "simplemente" otra cifra entre los centenares de mujeres desaparecidas cuyo cadáver aparece en basureros, flotando en canales de agua sucia o despedazados.
Pino, 27 años, Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Lo que animó a Pino a convertirse en grafitero fue "el estancamiento de la cultura" en su ciudad. Siente que con su arte embellece el entorno. Al mismo tiempo, pinta para demostrar que no le asusta la violencia de las calles. Pino ha observado muchos cambios en Juárez en los últimos años, sobre todo el despertar de la gente. Se percibe mucha más libertad, asegura, y ve más esperanza en los ojos de la población. "Las calles nunca estarán calladas mientras exista el grafiti".
Sert, 23 años, San Salvador, El Salvador. Sert estudia ingeniería eléctrica. Espera que la situación en su país cambie algún día, pero ahora mismo no tiene mucha esperanza y sueña con viajar lo más lejos posible para poder pintar. Para él el arte es una herramienta muy potente que le permite conocer otros mundos y escapar de los problemas cotidianos de su barrio. El grafiti le ha ayudado a alejarse de los problemas y le ha proporcionado un medio para canalizar su energía hacia algo positivo y no caer presa de los grupos delincuentes de su zona.
Smoke, 25 años, Distrito Central (Comayagüela), Honduras. Smoke tiene poco más de 20 años y estudia psicología en la Universidad Nacional de Tegucigalpa. Uno de los principales problemas de pintar grafitis en su ciudad, explica, es la cuestión de las pandillas que controlan el territorio. "En una ocasión pinté un grafiti que contenía la imagen de una hoja de marihuana. Cuando los pandilleros lo vieron, me cortaron el paso y me obligaron a borrarlo, porque decían que una imagen como esa podía caldear el barrio. Me dieron tres días para deshacerme de ella o me castigarían", recuerda. Los grafiteros deben tener cuidado con lo que pintan y los estilos que usan. Por ejemplo, no es aconsejable usar fuentes góticas, porque es un tipo de letra normalmente empleado por las bandas para identificarse y marcar su territorio. Smoke explica que en una pieza deben evitarse determinados colores, como el azul o el rojo, porque también suelen estar relacionados con las maras.
Snak, 22 años, Caracas, Venezuela. Aunque Snak nació en Caracas, se crio y vive aún en Guarenas, una ciudad situada a pocos kilómetros de la capital. El grafiti le ha causado problemas. Snak cree que la delincuencia es un gran problema en su país. "Hace unos años era mucho más fácil pintar, pero dado el malestar político, los delincuentes intentan robarte lo que tengas (deportivas, reloj, ropa, móvil…) Literalmente cualquier cosa para poder comer". Hoy en día le resulta casi imposible comprar pintura. "El grafiti se ha convertido en un lujo que no siempre se puede permitir", asegura.
Taaf, 23 años, Tegucigalpa, Honduras. Taaf dejó la universidad porque invertía más tiempo en pintar que en estudiar. No mires, no oigas, no hables, es la ley impuesta por las bandas a los residentes de su barrio. Romper la norma significa literalmente la muerte. El grafiti no tiene nada que ver con las maras, subraya, aunque los medios de comunicación y la policía siguen asociándolo con ellas. Nunca le ha interesado formar parte de una banda, pese a haber visto "demasiada violencia" en su vida y 20 de sus amigos han muerto.