Editorial

La CUP avisa

La izquierda anticapitalista plantea una campaña de choque para el 1-O

Anna Gabriel, diputada de la CUP, y Laura Gisbert, portavoz del Sindicato de Estudiantes de Catalunya (SEPC), durante la presentación de la campaña a favor del referéndum del 1 de octubre.Miriam Lázaro

La posición de la CUP no debería engañar a nadie. Nunca ha ocultado sus señas de identidad. Es más, cuando ha podido las ha exhibido de forma descarada, desafiante e incluso bronca. El partido se proclama anticapitalista y ecologista. Su objetivo es sacar a Cataluña de España, algo que forma parte de su ADN. Y toma las decisiones de manera asamblearia. Rascando un poco más, y siguiendo la estela populista que contamina cada vez más a las fuerzas de izquierda, entiende que representa al pueblo y se otorga la potestad de ser el canal privilegiado para expresar su voz.

En ese contexto es c...

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La posición de la CUP no debería engañar a nadie. Nunca ha ocultado sus señas de identidad. Es más, cuando ha podido las ha exhibido de forma descarada, desafiante e incluso bronca. El partido se proclama anticapitalista y ecologista. Su objetivo es sacar a Cataluña de España, algo que forma parte de su ADN. Y toma las decisiones de manera asamblearia. Rascando un poco más, y siguiendo la estela populista que contamina cada vez más a las fuerzas de izquierda, entiende que representa al pueblo y se otorga la potestad de ser el canal privilegiado para expresar su voz.

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En ese contexto es comprensible que el término “barrámoslos” sea el elegido para su campaña con vistas al intento de referéndum del 1 de octubre, que presentó ayer junto a organizaciones afines como Arran o Endavant. “Barrámoslos”, ¿pero barrer a quiénes exactamente? A cuantos representan a las estructuras de poder que, según la diputada Anna Gabriel, “fomentan la desigualdad”. Ese es el camino, su llamamiento a la movilización.

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Los grupos de la izquierda anticapitalista tienen muy claro su plan: celebrar el referéndum, impulsar el proceso constituyente que va a desconectar definitivamente a Cataluña de España, construir una nueva república fuera de la Unión Europea y de la OTAN. Y advierten de que no van a tenerlo fácil, que el choque con el Estado español está garantizado y que por tanto conviene no bajar la guardia para que la movilización no decaiga. Entienden que su poder es el poder de la calle, y que son ellos los que mejor encarnan la fuerza incontaminada del independentismo. En ese sentido, la CUP y sus aliados no bajaron la guardia ayer e incluyeron, en el cartel de su campaña, a Artur Mas como uno más de los representantes de ese orden, de ese sistema, que están llamados a destruir. Mas, como una de las marcas más reconocibles, junto a Pujol, de la corrupción de la antigua Convergència; Mas, al que la CUP ya apartó del liderazgo del procés; Mas, el mismo, el que todavía es un referente de Junts pel Sí, la coalición que gobierna en Cataluña. Que gobierna, pero a la que, como vino a escenificarse ayer en toda su crudeza, son los anticapitalistas los que le están marcando el ritmo.

Desde el momento en que Junts pel Sí decidió forzar los cauces legales para legitimar la deriva del procés en la clamorosa llamada de la calle a romper con España, ya empezó a perder las riendas del desafío soberanista que hasta entonces pretendía gobernar con pulso firme. La calle”, vinieron a decirles los anticapitalistas ayer, “es también nuestra. Y vamos a barrerla”. La señora de la limpieza, que ocupa el lugar que un día ocupó Lenin en el cartel que les ha servido de inspiración, va a tirar de escoba para fulminar a la Monarquía (están el Rey y su hermana Cristina), a lo que representa el PP (Rajoy: la corrupción; Aznar: la guerra de Irak), a la banca (Ana Botín), al maltrato animal (el torero Padilla), a los abusos ecológicos (Florentino Pérez, por Castor) y, entre otros, a Mas. Quizá haya llegado el momento en que los compañeros de viaje de la CUP en el procés se pregunten de una vez: ¿quién manda aquí?

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