Columna

¿Compromiso o cinismo?

LA GENTE agarra y lleva los libros de una forma diferente a cualquier otra cosa, aunque sea del mismo tamaño y una forma y peso semejantes. Es una observación que hace John Berger en El cuaderno de Bento y que solo podía haber hecho John Berger: “No los sujetan como los objetos inanimados que son, sino como si se hubieran quedado dormidos. A veces los niños sujetan los juguetes del mismo modo”.

Hay algunos libros de naturaleza sonámbula. Aunque los lleves con cálida compañía, arropados bajo el brazo, percibes que van en vilo, muy despiertos, palpitando, como polizones deseosos ...

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LA GENTE agarra y lleva los libros de una forma diferente a cualquier otra cosa, aunque sea del mismo tamaño y una forma y peso semejantes. Es una observación que hace John Berger en El cuaderno de Bento y que solo podía haber hecho John Berger: “No los sujetan como los objetos inanimados que son, sino como si se hubieran quedado dormidos. A veces los niños sujetan los juguetes del mismo modo”.

Hay algunos libros de naturaleza sonámbula. Aunque los lleves con cálida compañía, arropados bajo el brazo, percibes que van en vilo, muy despiertos, palpitando, como polizones deseosos de salir de su escondite, desembarcar y contar su historia. Fermentan a la luz, cuanto antes se abran. Quieren ser oídos sin demora, compartir con la mayor urgencia su desasosiego como los inconformistas con coraje que desafiaban al emperador con un escrito de denuncia a los pies de la estatua romana de Pasquino. Y un pasquín certero bien puede desequilibrar a un inmortal perecedero, sea tirano, capo o cardenal. Por no remontarnos demasiado en la historia, podríamos citar las denuncias del profeta Elías, a quien tanto denigró el rey Ahab y sus lacayos expertos en las técnicas de posicionamiento online bíblico acusándolo de odiar a su propio país, Israel. Entre nosotros, un “antipatriota”. Y lo demostró Rodolfo Walsh cuando, antes de caer emboscado, hizo llegar a corresponsalías y embajadas en Buenos Aires su bíblico pasquín Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. A Walsh lo que le gustaba era jugar al ajedrez, pero se puso a escribir un extraordinario libro sonámbulo, Operación Tormento, el día que oyó a un conscripto malherido y este no gritó “¡Viva la patria!”, sino: “No me dejen solo, hijos de puta”.

Son cada vez más las voces científicas experimentadas que rompen el silencio para darle voz a una naturaleza que está siendo violentada y destruida por la codicia.

Ando estos días con uno de esos libros que no duermen ni aunque lo dejes a solas y en la oscuridad con los 500 tomos de las obras completas de Asimov. Se trata de ¿Quién domina el mundo?, de Noam Chomsky, el más reciente ensayo de este sabio investigador estado­unidense, nacido en 1928, al que en muchas biografías definen en primer lugar como activista, un feliz rasgo si tenemos en cuenta que el antónimo de activista es, en el mejor de los casos, indolente o pasivo. La primera revolución de Chomsky fue científica, en el campo de la lingüística, pero todavía hay gente, mucha, a la que indispone su condición de luciérnaga incesante. Podría adornar los campus inaugurando su propia estatua o como un excéntrico emérito, o corresponder a ese chascarrillo de la gerontocracia, tan manido por jóvenes avejentados: “Quien en la juventud no es de izquierdas, no tiene corazón; quien no es conservador de viejo, no tiene cerebro”. Pero Chomsky tiene 88 y es anarquista. Según The Boston Globe, “el ciudadano más útil de Estados Unidos”.

En realidad, Chomsky no es un extraño, no es una luciérnaga en extinción. No sé si Sócrates, acusado de subvertir a la juventud griega, lo era. Pero los Sócrates de hoy no están solos. Son cada vez más los economistas que, a la manera de Adam Smith, denuncian la “infame máxima” de los “amos del universo”: “Todo para nosotros y nada para los demás”. Como los gorriones, la gente común tiene que competir cada vez más por menos granos. Son cada vez más las voces científicas experimentadas que rompen el silencio para darle voz a una naturaleza que está siendo violentada y destruida por la codicia como nunca antes en la historia. Voces que llevan décadas con el oído en las entrañas de la tierra, activistas de la inteligencia que denuncian con rigor la indolencia y la irresponsabilidad de los “amos del universo”. Son cada vez más juristas, médicos, periodistas y gentes solidarias, en muchos casos con décadas de experiencia, que están tejiendo redes de defensa de los derechos humanos, que mantienen lazos, cooperación, información para luchar contra la tortura, las desapariciones, la esclavitud.

Y todo esto puede ser verdad, lo es, pero solo una parte. ¿Qué ha sido de la esperanza?, se pregunta Rafael Sánchez Ferlosio. Se esconde en la etimología de la desesperanza. Esa penetración, esa inteligencia rebelde y eficaz, sin anestesia, es la herramienta de Chomsky. Y duele lo que se ve más allá del fondo. ¿Cuánto hay de activismo e indolencia en la sociedad de hoy? ¿Quién puede más, el compromiso o el cinismo? Bienvenidos los libros sonámbulos.

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