Columna

‘E pluribus unum’

LA ALARMA SALTÓ en el 39º Congreso Federal del PSOE, cuando se discutió el carácter plurinacional de España. Allí, Pedro Sánchez abogó por “perfeccionar el carácter plurinacional del Estado apuntado en el artículo 2 de la Constitución”, siempre y cuando se asegure que la soberanía reside en el conjunto de los españoles, porque “España es una nación de naciones con una única soberanía”; o, como matizan Manuel Escudero y José Félix Tezanos, coordinadores del programa de Sánchez: la propuesta del PSOE no implica avalar la existencia de naciones “políticas” diferentes de la española, sino de nacio...

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LA ALARMA SALTÓ en el 39º Congreso Federal del PSOE, cuando se discutió el carácter plurinacional de España. Allí, Pedro Sánchez abogó por “perfeccionar el carácter plurinacional del Estado apuntado en el artículo 2 de la Constitución”, siempre y cuando se asegure que la soberanía reside en el conjunto de los españoles, porque “España es una nación de naciones con una única soberanía”; o, como matizan Manuel Escudero y José Félix Tezanos, coordinadores del programa de Sánchez: la propuesta del PSOE no implica avalar la existencia de naciones “políticas” diferentes de la española, sino de naciones “culturales” cuya singularidad debe ser reconocida.

La alarma me parece infundada. Para empezar, lo alarmante no es reconocer que en España conviven varias naciones, sino que haya españoles que todavía no lo sepan. Es verdad que el concepto de nación es vago y hasta equívoco, pero en definitiva una nación no es otra cosa que un grupo de personas que se considera a sí mismo como tal, que posee una herencia común y desea seguir viviendo en común y compartiendo su común herencia, y de ahí el célebre dictum de Renan, según el cual la existencia de una nación constituye “un plebiscito cotidiano”. ¿Y qué ocurrirá si los cartageneros deciden que Cartagena es una nación?, se pregunta Alfonso Guerra, histórico mandamás socialista. Pues que habrá que aceptar que Cartagena es una nación, igual que habrá que aceptar que los extraterrestres existen si uno de ellos se posa en lo alto de la Giralda. La política puede hacer muchas cosas, salvo prescindir de la realidad, y es una realidad que España es una nación, pero también que lo son, cada una a su modo, Cataluña, el País Vasco y Galicia, cosa que viene a reconocer hasta la mismísima sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña de 2010.

La política puede hacer muchas cosas, salvo prescindir de la realidad, y es una realidad que España es una nación, pero también que lo son, cada una a su modo, Cataluña, el País Vasco y Galicia.

¿Dónde reside entonces el problema? Lo resumía un editorial de este periódico: “El nuevo PSOE quiere a la vez una cosa, la soberanía nacional única e indivisible en manos de la nación española consagrada en el artículo 2 de la Constitución, y su contraria, es decir, el reconocimiento de una plurinacionalidad resultado de la conformación de España como ‘nación de naciones”. Y concluye: “Una fórmula así es esencialmente contradictoria”. Es cierto, pero únicamente para los independentistas, que no sólo quieren decidir el futuro de Cataluña —cosa que por fortuna llevamos 40 años haciendo los catalanes—, sino el de toda España: ese ademán de soberbia chulesca es lo que se conoce, con tramposa humildad, como “derecho a decidir”; para quienes no somos independentistas, en cambio, no hay ninguna contradicción: basta con distinguir, en efecto, entre nación cultural —a la manera alemana de Herder— y nación política —a la manera francesa de Sièyes—, y darle a cada una lo que es suyo. Una ingenuidad, dirán algunos, entre ellos quienes hubieran deseado que España fuera Francia, donde, tras la Revolución, la nación política liquidó a las naciones culturales: en España, dirán, el reconocimiento de las naciones culturales no será más que el caballo de Troya de las naciones políticas y, por ahí, de la destrucción de la soberanía de todos. No dudo que a España le hubiera ido mejor siendo como Francia, pero el caso es que no lo es —la puñetera realidad, de nuevo— y que hay que trabajar con lo que es, no con lo que hubiera podido ser. Y en cuanto al caballo de Troya, ¿acaso no se han usado como tales las autonomías, no digamos el término “nacionalidad”, que también figura en el artículo 2 de la Constitución y que, como se sabe, no es más que un eufemismo, una añagaza para no usar el término “naciones”, es decir —¡y dale!—, para ocultar la realidad? ¿Qué hacemos? ¿Abolimos las autonomías? ¿Borramos también el término “nacionalidad”? ¿Y por qué no el de “región”, no vaya a convertirse en otro caballo de Troya?

“E pluribus unum”, rezaba un lema primigenio de Estados Unidos: de muchos, uno. Reconocer que España es un Estado con varias naciones y una sola soberanía no es una ocurrencia excéntrica: es reconocer la realidad, que es la primera condición para hacer una política real.

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