Editorial

Defensa no es negocio

España debe reivindicar ante Trump el papel que ya juega en el esfuerzo común

Donald Trump, ayer junto al resto de participantes en la cumbre de la OTAN.JONATHAN ERNST (REUTERS)

Desde que terminara la II Guerra Mundial, Europa vive uno de los momentos con mayores desafíos y amenazas en términos de Defensa. Por eso cobra especial importancia la reunión celebrada en Bruselas entre los países pertenecientes a la OTAN y que —más allá de la primera toma de contacto personal del nuevo presidente de Estados Unidos con muchos jefes de Estado y Gobierno occidentales— ha puesto sobre la mesa la cuestión de la contribución concreta de los socios para hacer frente a esa situación.

El aumento del gasto militar por parte de los socios europeos es una cuestión que Donald Trum...

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Desde que terminara la II Guerra Mundial, Europa vive uno de los momentos con mayores desafíos y amenazas en términos de Defensa. Por eso cobra especial importancia la reunión celebrada en Bruselas entre los países pertenecientes a la OTAN y que —más allá de la primera toma de contacto personal del nuevo presidente de Estados Unidos con muchos jefes de Estado y Gobierno occidentales— ha puesto sobre la mesa la cuestión de la contribución concreta de los socios para hacer frente a esa situación.

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El aumento del gasto militar por parte de los socios europeos es una cuestión que Donald Trump utiliza como uno de sus eslóganes populistas, sin ir más lejos ayer al afirmar que “23 de los 28 Estados de la OTAN no gastan lo que deben. Es injusto para los estadounidenses”. España y el resto de sus socios en la Alianza Atlántica aceptaron en Gales en 2014 una declaración en la que se comprometían a llegar al 2% del PIB en gastos de Defensa para 2024. Y ahora todos comenzarán a presentar por separado sus respectivos planes nacionales para alcanzar dicho objetivo. Nuestro país dedicó en 2016 unos 5.700 millones de euros —el 0,9% del PIB— a esta partida, aunque es cierto que en ese apartado no se incluyen las pensiones de los militares retirados —cosa que sí hacen otros países— ni los Programas Especiales de Armamento, que son pagos correspondientes a grandes operaciones de compra efectuadas durante los años noventa.

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Pero es fundamental que la Administración española no ceda a las presiones de Trump y asuma que no es lo mismo el presupuesto en Defensa que el gasto puramente militar. Hay países con un gasto militar, en proporción a sus presupuestos nacionales, muy superiores al de España pero cuya contribución a la defensa común es muchísimo menor. Grecia y Turquía, que centran sus esfuerzos defensivos en sus respectivos territorios nacionales, son dos buenos ejemplos. Por el contrario, España, sin llegar al 1%, participa mucho más significativamente en ese esfuerzo, por ejemplo, con una compañía desplegada en Letonia o aviones de combate —que hace unos días interceptaron a un aparato ruso— en Estonia.

Es decir, no es lo mismo ser consumidor de seguridad que contribuyente de seguridad. Ni tampoco un mayor gasto militar supone una mejor ni más eficaz defensa. La defensa de un país también viene definida por inversiones atribuibles a otras partidas presupuestarias —como pueda ser investigación en ciberseguridad, desarrollo tecnológico y formación científica— o incluso otras circunstancias difíciles de cuantificar en un balance económico. Seguramente España contribuye más a la defensa de Europa y de EE UU permitiendo que en Rota y Morón estén instalados parte del sistema Aegis y una fuerza de reacción rápida para África respectivamente que comprando una significativa cantidad de armamento nuevo.

Lo que además resulta imprescindible en el gasto en Defensa que asuma España es que exista una mayor planificación, una justificación estratégica y un mayor control del gasto. España no debe entrar al juego de evaluar su seguridad en términos de negocio, que es precisamente lo que Trump está proponiendo.

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