Columna

La generación pasota

EN UNA ENTREVISTA publicada en este periódico a raíz de la aparición de su novela Los Cinco y yo, Antonio Orejudo criticaba con dureza a su generación, que también es la mía. “Una de las razones por las que no tengo muy buena opinión de nosotros mismos”, decía, según Berna González Harbour, “es porque hemos renunciado a plantar batalla a la generación anterior. Hemos sido acomodaticios, hemos preferido esperar, no ser conflictivos (…). Hemos sido mansos. Nuestros hermanos mayor...

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EN UNA ENTREVISTA publicada en este periódico a raíz de la aparición de su novela Los Cinco y yo, Antonio Orejudo criticaba con dureza a su generación, que también es la mía. “Una de las razones por las que no tengo muy buena opinión de nosotros mismos”, decía, según Berna González Harbour, “es porque hemos renunciado a plantar batalla a la generación anterior. Hemos sido acomodaticios, hemos preferido esperar, no ser conflictivos (…). Hemos sido mansos. Nuestros hermanos mayores, con la muerte de Franco y la construcción de la democracia, tuvieron una corriente de energía colectiva que ha vuelto a aparecer en el 15-M, y nosotros no hemos participado de ninguna de las dos. Fuimos muy jóvenes para construir la democracia y ahora mayores para la tienda de campaña”.

Miramos a la política por encima del hombro, con ironía, con sarcasmo, cuando no con cinismo o con simple desprecio, y cuando dejamos de hacerlo ya era tarde.

El diagnóstico no es halagador, pero a mí me parece exactísimo. Y en el origen de todos nuestros males está nuestra despolitización; supongo que en parte era inevitable. La generación anterior a la nuestra –la de Mayo del 68, el antifranquismo y la construcción de la democracia– fue una generación hiperpolítica, así que, por la ley del péndulo, por afán de distinguirnos de nuestros mayores y por hartazgo de cuanto rodeaba la política, que tendimos a confundir con la política misma (y a ésta con el politiqueo), en resumen, por frivolidad y por ignorancia de lo que es de verdad la política, nuestra generación fue infrapolítica. Soy benévolo: en realidad, miramos a la política por encima del hombro, con ironía, con sarcasmo, cuando no con cinismo o con simple desprecio, y cuando dejamos de hacerlo ya era tarde. El error no sólo lo cometimos en España, por supuesto, aunque en España quizá fue más dañino. Porque resulta que nosotros llegamos a la mayoría de edad cuando se creaba la democracia; una democracia, sobra decirlo, pobre y precaria –¿cómo iba a ser, después de 40 años de dictadura?–, pero que nosotros hubiéramos debido enriquecer y fortalecer. No lo hicimos; la dimos por hecha y, considerando sucia o indigna la práctica de la política, nos retiramos a nuestros quehaceres privados. Ese fue el error. “Quien no está ocupado en nacer está ocupado en morir”, reza un verso de Bob Dylan; la democracia es igual: o mejora, o empeora; dicho de otro modo: en cuanto das por hecha la democracia, ya la estás poniendo en peligro. Pero esto sólo lo comprendimos cuando el estallido de la crisis nos entregó de repente los frutos de nuestro pasotismo de décadas: la democracia era casi peor que cuando nació porque nosotros apenas la habíamos mejorado, el país estaba políticamente colonizado por unos clubes herméticos, jerárquicos y antidemocráticos doblados de agencias de colocación que no habíamos hecho nada por cambiar, y sólo los más mediocres de nosotros se habían dedicado a la política, lo que explica que Rodríguez Zapatero, un político tan lleno de buenas intenciones como insignificante, ocupara entonces la presidencia del Gobierno (por cierto, con nuestros votos). Claro que todo esto quizá tampoco lo hubiéramos visto por nosotros mismos, o no con tanta claridad, sin el 15-M, sin los de la tienda de campaña, como los llama Orejudo. A estos jóvenes, y a quienes han sabido convertir en votos su justísimo descontento, se les podrá reprochar en el futuro muchas cosas, tantas al menos como ahora les reprochan ellos a quienes hicieron la Transición; que se preparen: lo de la cal viva que dijo Iglesias de González en el Congreso parecerá un comentario cariñoso comparado con lo que dirá de Iglesias el próximo Iglesias. Pero lo que no se les podrá reprochar a estos chicos es que se desentendieran del futuro de su país, que es lo que hicimos nosotros.

En fin. Algún optimista, o algún buen samaritano, replicará a lo anterior que en nuestra generación no hay grandes políticos pero sí buenos científicos, buenos artistas, buenos empresarios, buenos escritores, y que nuestro fracaso público quizá explica algunos aciertos privados. Ojalá llevara razón. Pero la verdad es que yo hoy me inclino a pensar que quien la lleva es Orejudo, también en esto: “Cuando tienes 50 años te das cuenta de que te has equivocado en todo”.

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