Ultrafacha

Recuerdos de una vieja entrevista con Le Pen. Padre e hija: mismos perros con distinto bozal

Jean-Marie y Marine Le Pen, en mayo de 2015.cordon press

Entrevisté a Jean-Marie Le Pen. Sería allá por 1992 y era, eso seguro, París, porque recuerdo que, mirando por la ventana que daba a La Concorde, la bestia me soltó antes de que sonara el “clic” de la grabadora:

- Qué bonita es Francia. El día en que no esté invadida lo será aún más.

- Invadida, ¿por quién?

- Pues por la lacra del inmigrante.

Luego habló de Juana de Arco, de la tortura como contexto inevitable en el combate contra el enemigo (sabía de lo que hablaba: había sido jefe de paracaidi...

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Entrevisté a Jean-Marie Le Pen. Sería allá por 1992 y era, eso seguro, París, porque recuerdo que, mirando por la ventana que daba a La Concorde, la bestia me soltó antes de que sonara el “clic” de la grabadora:

- Qué bonita es Francia. El día en que no esté invadida lo será aún más.

- Invadida, ¿por quién?

- Pues por la lacra del inmigrante.

Luego habló de Juana de Arco, de la tortura como contexto inevitable en el combate contra el enemigo (sabía de lo que hablaba: había sido jefe de paracaidistas y torturador en la guerra de Argelia) y de que un día sería presidente de la República. Al final, el titular de la entrevista fue: “Inmigrantes, volveos a vuestra patria”, aunque dudé entre ese y “Cada día hay más franceses dispuestos a salir a la calle”. Como ya había tenido suficientes problemas con la cuestión negacionista, tan solo se echó a reír cuando le pregunté si de verdad pensaba —como había dicho— que las cámaras de gas habían sido “un detalle” de la Segunda Guerra Mundial.

Le Pen daba miedo por lo que decía y asco por lo que hacía: escupía al hablar y advertía de que venía un nuevo orden para la Francia eterna. Varios de mis colegas corresponsales se indignaron de que lo entrevistara. Yo tengo mis dudas. Nunca, uffff, fue presidente. Pero su hija Marine, menos cafre en el verbo aunque igual de afanosa en los objetivos, podría serlo el domingo que viene.

Usamos con demasiada alegría la palabra “facha”. Lo sé por eso, por la comparativa. Porque esta gente lo era y lo sigue siendo, mismo perro con distinto bozal: ultrafacha. Peligrosa.

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