Columna

Rompiendo el silencio

MÁS QUE CAER la noche, se cierran los portalones del cielo sobre el Misisipi. Nubes herrumbrosas y, a ras del suelo, un calor húmedo, abandonado a destiempo en las calles desiertas del downtown de Memphis. Donde sí que hay gente es en la explanada del motel Lorraine. A esta hora, grupos de personas esperan su turno para fotografiarse al pie del indicador de neón, donde se ha añadido una frase luminosa, “I have a dream”, con las iniciales MLK. No hay ninguna gran escultura ni monumento. Así que es el letrero el que hace las veces de tótem, al estilo pop art. No hay voces ni ru...

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MÁS QUE CAER la noche, se cierran los portalones del cielo sobre el Misisipi. Nubes herrumbrosas y, a ras del suelo, un calor húmedo, abandonado a destiempo en las calles desiertas del downtown de Memphis. Donde sí que hay gente es en la explanada del motel Lorraine. A esta hora, grupos de personas esperan su turno para fotografiarse al pie del indicador de neón, donde se ha añadido una frase luminosa, “I have a dream”, con las iniciales MLK. No hay ninguna gran escultura ni monumento. Así que es el letrero el que hace las veces de tótem, al estilo pop art. No hay voces ni ruidos, ni siquiera en el trajín fotográfico. El motel tiene la forma de un pabellón alargado, de dos plantas, con un balcón corrido.

La mayoría de la gente permanece un tiempo quieta, en silencio. Mira la puerta verde que da al balcón y con el número 306 pintado en blanco. En la barandilla, una corona de flores. Junto a la verja, un pequeño panel informativo con la leyenda: “Aquí, el 4 de abril, 1968…”. Y una fotografía en la que aparece MLK en primera línea de una manifestación celebrada unos días antes, en apoyo de los trabajadores de la limpieza de Memphis. Llama la atención la mirada de King. Es el único que nos mira de frente. El único que parece estar allá y acá, en el pasado y el presente.

Martin Luther King abrió la puerta verde a esta hora, a las seis de la tarde, el 4 de abril de 1968. Fue abatido por un disparo en el cuello y expiró una hora después. A los 39 años, había sacudido Estados Unidos y puesto en marcha un proceso de cambio moral y legal. Un auténtico refundador.

Tuvo el sueño de una revolución, pero supo ver que cada acto de desobediencia era ya una revolución.

El motel Lorraine es en la actualidad la sede del Museo Nacional de los Derechos Civiles. A MLK lo mató un odio que va más allá del odio. Encarnaba todo aquello en lo que puede confiar la humanidad. De la madera de Gandhi y Mandela. Cada discurso desatornillaba un engranaje del desorden establecido. Cada acción no violenta contra la segregación racial ponía en ridículo no solo a los tarugos que la mantenían, empezando por gobernadores y jueces, sino que avergonzaba a cualquiera que no hubiera enviado de vacaciones a la conciencia. Y cada vez eran más. Con los acuerdos de 1964, el acta de reconocimiento de los derechos civiles, y de 1965, de los derechos al voto, había puesto la base para unir de verdad a la nación en una fe democrática.

Tuvo el sueño de una revolución, pero supo ver que cada acto de desobediencia era ya una revolución. En Montgomery, fue una revolución que una mujer negra, Rosa Parks, no cediera ese día el asiento a un hombre blanco. Fue una revolución que cada basurero de Memphis alzase una pancarta que decía: “I am a man”. Soy un ser humano. ¿Habrá que volver a decirlo?

Su discurso más célebre es el recordado como “I have a dream”, pero hay otro menos conocido en que apostó la cabeza. Ya había ganado el Premio Nobel de la Paz. Mandatarios y próceres querían una fotografía a su lado. Y rompió. Un momento para romper el silencio es el título de su discurso contra la guerra de Vietnam, en 1967. Para King, el racismo, la explotación económica y la guerra estaban conectados como “demonios triples”. No se podía decir, pero lo dijo: “Una nación que año tras año continúa gastando más dinero en defensa militar que en programas de mejoramiento social se aproxima a su muerte espiritual”.

Después del crimen, la zona donde se encontraba el motel Lorraine entró en un proceso de decadencia. También los lugares se deprimen con la injusticia. Hubo un tiempo en que un grupo constructor planeó derruir el motel Lorraine. Y hubo una reacción en contra. Pues sí. La memoria histórica. El balcón de la 306 fue el epicentro de una reactivación de la memoria en el presente. Sin grandes dispendios, manteniendo la estructura modesta del motel, es hoy un museo de referencia en América, el “local universal” de los derechos civiles.

Hay una serenidad expectante en la explanada. Hoy no está previsto ningún acto, ninguna intervención. Da la impresión de que quienes están allí, están a la escucha.

Yo pienso en una pancarta que he visto estos días repetida: “Respeta mi existencia o espera resistencia”.

Parece una idea de King.

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