Columna

El corazón del hombre invisible

EL FERVOR tecnológico recuerda el fervor religioso. La impaciencia entusiasta de la muchedumbre que acude cada año al Mobile World Congress, la fascinación en las conexiones informativas al dar cuenta de las novedades son rasgos de una peregrinación al lugar donde se manifiesta el milagro técnico. Hubo un tiempo en que el lugar del asombro eran los templos con reliquias, lo que dio lugar a una competencia feroz por las aplicaciones en juego, con muy dudosas ofertas: desde un pelo de la barba de Noé hasta las plumas del Espíritu Santo. A partir del Renacimiento, la pasión por los descu...

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EL FERVOR tecnológico recuerda el fervor religioso. La impaciencia entusiasta de la muchedumbre que acude cada año al Mobile World Congress, la fascinación en las conexiones informativas al dar cuenta de las novedades son rasgos de una peregrinación al lugar donde se manifiesta el milagro técnico. Hubo un tiempo en que el lugar del asombro eran los templos con reliquias, lo que dio lugar a una competencia feroz por las aplicaciones en juego, con muy dudosas ofertas: desde un pelo de la barba de Noé hasta las plumas del Espíritu Santo. A partir del Renacimiento, la pasión por los descubrimientos dio lugar a los gabinetes de las curiosidades o wunderkammer.

Ese milagro de comprimir el cosmos en un microcosmos es el espejismo que ya ofrece el móvil y sus extensiones. He ahí el extraordinario, infinito gabinete de las curiosidades. El mundo metido, por fin, en el tamaño de un puño humano. En nuestro bolsillo, el museo de las maravillas.

Ahora ya puedes localizar por un buscador la piedra con la que David tumbó al gigante Goliat. Puedes verla a través de una pantalla, bien guardada en una vitrina de honra. Pero la pantalla no deja de ser una ficción, aunque reproduzca lo real. Necesitamos una dosis de realidad para desintoxicarnos de virtualidad. Necesitamos ver, de verdad, la piedra con la que David se cargó a Goliat. Y yo sé dónde encontrarla.

Necesitamos una dosis de realidad para desintoxicarnos de virtualidad.

Mientras una incesante multitud abarrotaba el Mobile World Congress, tomé la dirección de la pequeña villa de Xunqueira de Ambía. Con excitada curiosidad, todo el camino escuchando tangos del Polaco Goyeneche. Una forma de homenajear a Arxentino da Rocha, el hombre que había creado el más fantástico gabinete de maravillas de España, depositado en una casa de Ambía. Allí había nacido Da Rocha en 1886. Niño emigrante, como tantos, trabajó de canillita, vendedor de prensa, en Montevideo. A los 16 años, se le encuentra en Buenos Aires, como bailarín de tango. Llegaría a figura en la pista más exquisita del Parque Japonés, como pareja de damas de la alta sociedad. En aquella época juvenil, multiplicaba ingresos como hombre-diana de la célebre lanzadora de cuchillos irlandesa Eva Miller y como truchiman en el primer cine bonaerense. Un oficio curioso, el de recadero o truchiman: ir comentando las escenas de cine mudo para que los espectadores no se perdiesen. Da Rocha participó en la revolución de la Patagonia. Reaparece en Iquitos, donde se le encuentra asociado con Ildefonso Graña, Alfonso I de la Amazonía, el gallego “rey de los jíbaros”. Amigo de Rómulo Gallegos, vivió un tiempo en Venezuela. Y falleció en Cuba, en 1959, donde había encontrado su gran amor, Lily Fornes.

Cuando se declaró la República española, Da Rocha compartió las esperanzas de muchos emigrantes y exiliados. Retornó al lugar natal, y apoyó con sus recursos iniciativas educativas. A Ambía iban llegando las maravillas desde todos los rincones del mundo. El catálogo es interminable. Allí figura, sí, la piedra que acabó con Goliat, el antifaz veneciano de la Bella Otero, las rosas secas de la reina Isabel de Portugal, la navaja que utilizó Luis Buñuel en Un chien andalou, los restos del manzano del jardín de Woolsthorpe Manor desde el que cayó la manzana de Newton, una de las campanas utilizadas por Iván Pávlov en su experimento conductista con animales (los perros de Pávlov), una colección de pusangas (afrodisiacos naturales de la selva peruana), la rama de olivo que trajo la paloma al barco de Noé, las piedras que el griego Demóstenes metía en la boca para hablar al ritmo de las olas y vencer la tartamudez, la oreja que se cortó Van Gogh después de su disputa con Gauguin, la escoba voladora de María Soliño, condenada por la Inquisición por brujería…

El inventario de las piezas figura en el volumen O gabinete das marabillas de Arxentino da Rocha Alemparte, un trabajo exhaustivo realizado por dos docentes investigadores, los hermanos Irene y Rodrigo Pérez Pintos. El legado del aventurero quedó en la casa de Ambía, custodiado por dos hermanas. Cuando se publicó el libro, varios medios recomendaron la visita como imprescindible. Yo también. Solo hay un pequeño problema. El gabinete de las maravillas de Da Rocha no existe. Fue una obra de la imaginación.

La única pieza que se puede fotografiar con el móvil es el corazón del Hombre Invisible. Una maravilla.

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