El ocaso del cementerio hebreo de Túnez

Lápidas partidas e invadidas por la maleza reflejan el deterioro del cementerio judío más grande del Magreb.Jono David / HaChayim HaYehudim Jewish Photo Library

UN DÍA al año, el fantasmagórico cementerio judío de Borgel, situado cerca del corazón de la capital tunecina, recupera su vida. Entre cantos y plegarias, decenas de personas se arremolinan alrededor de la tumba del rabino Hay Tayyeb, fallecido en el siglo XIX. Como marca la tradición, encima de su lápida, repleta de velas, botellas y cajas de dulces, comen frutos secos y beben buja, el tradicional licor local de higos. En un ambiente festivo más que espiritual, una persona de género indefinido, con cabello largo y brillante, ojos pintados y zapatos de tacón, ofrece a los fieles un va...

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UN DÍA al año, el fantasmagórico cementerio judío de Borgel, situado cerca del corazón de la capital tunecina, recupera su vida. Entre cantos y plegarias, decenas de personas se arremolinan alrededor de la tumba del rabino Hay Tayyeb, fallecido en el siglo XIX. Como marca la tradición, encima de su lápida, repleta de velas, botellas y cajas de dulces, comen frutos secos y beben buja, el tradicional licor local de higos. En un ambiente festivo más que espiritual, una persona de género indefinido, con cabello largo y brillante, ojos pintados y zapatos de tacón, ofrece a los fieles un vaso del aguardiente, que describe como “el agua de la vida”.

“Tradicionalmente, en la peregrinación, los fieles piden al rabino que interceda ante Dios para que escuche sus plegarias”, explica el historiador Bernard Alali, buen conocedor de la curiosa vida de Tayyeb. “Fue un gran sabio de la cábala. Sin embargo, se conservan pocos de sus escritos porque su madre, harta de su afición por la buja, quemó un día todos sus manuscritos”. A Tayyeb se le atribuyen diversos milagros, entre ellos el de haberse levantado de su tumba y haber escrito en su lápida “Aún vive”, una inscripción todavía presente.

Muchos de los peregrinos vienen de Francia, donde emigró mayoritariamente la comunidad judía tunecina a raíz de las tensiones que surgieron tras las diversas guerras árabe-israelíes del siglo pasado. De los cerca de 100.000 judíos que llegó a haber en el país, ahora tan solo quedan unos 2.000. La mayoría residen en la isla sureña de Yerba. En la capital apenas superan el centenar, lo que explica el triste estado de abandono del mayor cementerio judío del Magreb. Los hierbajos se han adueñado del camposanto, obligando al visitante a hacer acrobacias para adentrarse en algunas zonas, y muchas de las lápidas están mal colocadas o partidas. El ocaso del cementerio es una metáfora del destino de una comunidad que dejó una importante huella en la historia del país magrebí.

De los cerca de 100. 000 judíos que llegó a haber en el país, ahora tan solo quedan unos 2. 000. La mayoría residen en la isla sureña de Yerba.

Aquí reposan más de 25.000 almas, entre ellas las de algunos ilustres tunecinos como la cantante Habiba Msika, una estrella internacional del periodo de entreguerras, o Young Peres, primer campeón mundial de boxeo del país. También se hallan los restos de numerosos oficiales del Ejército francés caídos durante las dos guerras mundiales. A ellos está dedicado uno de los dos monumentos del cementerio. El otro es para las víctimas de la ocupación nazi de Túnez.

“A la comunidad judía de la capital le quedan 10 o 15 años de vida”, se lamenta Joseph Aish, uno de los pocos vecinos de la ciudad que ha asistido al acto. “Yo soy uno de los de menor edad y tengo 63 años. Los jóvenes no quieren quedarse aquí. Todos se marchan a Europa”. Curiosamente, él ha realizado el trayecto contrario. “Volví hace 20 años de Francia, donde están enterrados mis padres. Ahora mismo, vivo más seguro aquí que allí. Los ciudadanos musulmanes nos respetan, y las autoridades más bien nos dan un trato de favor”.

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