Columna

Lo bueno de podemos

HABLAR DE Podemos para hablar inevitablemente mal va camino de convertirse en un nuevo género, o subgénero, del periodismo español

Pensé en esto al ver salir espantado de una tertulia de televisión al economista Juan Torres, una voz necesaria, con un laborioso y brillante historial, volcado a la vez en el estudio y en la enseñanza. Por ejemplo, no es fácil encontrar buenos libros de texto para explicar la economía en el bachillerato, y Juan Torres ...

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HABLAR DE Podemos para hablar inevitablemente mal va camino de convertirse en un nuevo género, o subgénero, del periodismo español

Pensé en esto al ver salir espantado de una tertulia de televisión al economista Juan Torres, una voz necesaria, con un laborioso y brillante historial, volcado a la vez en el estudio y en la enseñanza. Por ejemplo, no es fácil encontrar buenos libros de texto para explicar la economía en el bachillerato, y Juan Torres los ha hecho. Él aclaró que no es militante de Podemos, aunque colaborase en la elaboración de su programa económico junto con Vicenç Navarro. Lo que me llamó la atención es que se utilizase ese vínculo, y la propia hipótesis de la pertenencia a Podemos, como un elemento acusatorio, un estigma, a la manera en que antaño se hablaba del antecedente penal, contra una persona que estaba justamente hablando del asunto para el que había sido convocada, la realidad económica, y no del revenido tema: ¿De qué pie cojean los pollos?

El manifiesto germinal de Podemos tenía un título que lo decía todo: Convertir la indignación en cambio político.

Podemos nació hace tan solo tres años. Esta formación fue imaginada antes, claro. El manifiesto germinal tenía un título que lo decía todo: Convertir la indignación en cambio político. Entonces se le prestó muy poca atención. Esa desatención en la óptica periodística española no dejaba de ser una avería. La incapacidad de articularse políticamente fue una de las críticas más reiteradas que se le hizo a la gran protesta de los Indignados iniciada el 15 de mayo de 2011, el 15-M, la Spanish revolution. Fue un estallido contra el binomio desvergonzado de austeridad y corrupción, y en su momento más álgido, según las encuestas, tuvo la simpatía del 80% de la población española. De no haberse producido esa ciclogénesis humana, este país sería una ciénaga y andaríamos con mascarilla para poder respirar. Una consecuencia histórica: si hubo una abdicación real en España fue, en gran parte, por el 15-M. Al igual que explicaría el gesto simbólico que impactó en las pantallas como un fin de la impunidad: la mano del agente en la nuca de Rodrigo Rato, cuando fue detenido. Hubo quien despreció a esta gente que tuvo el valor de decir “no”, y ese no a la injusticia, como escribió Albert Camus en El hombre rebelde, contiene en potencia todos los síes. Se escribieron piezas de elitismo grosero que sonrojan hasta el papel que las sostiene: el 15-M como una chusma de perroflautas y piojosos. No críticas, sino vejámenes. Pero los análisis más sensatos, la mayoría, interpelaban de forma razonable a quienes gritaban “¡No nos representan!”. Medid vuestra fuerza en las urnas, se les decía. Y también: si queréis cambiar este estado de cosas, luchad por el poder democráticamente para conseguirlo.

Y eso fue lo que hicieron.

El día que se hizo pública la creación de Podemos, El País publicaba una magnífica entrevista, por reveladora, con un personaje llamado Nigel Farage, líder del Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP), que definía la Unión Europea como “un eructo en la cara de la historia”. El eructo de Farage fue una profecía del Brexit. Después de una campaña ponzoñosa contra lo “extranjero”, el petulante se salió con la suya en una cuna de la democracia. Podemos se percibe como una fuerza radical, pero su identidad es europeísta y claramente antixenófoba. Fueron unas elecciones al Parlamento Europeo, en mayo de 2014, las que certificaron que no era un simple experimento de profesores universitarios. Su discurso no tenía nada que ver con el de Farage o Le Pen. Básicamente, una defensa de los servicios públicos. Para ello, se invocaba de manera expresa el carácter socialdemocrático de la Constitución: subordinar la riqueza al interés general. Con 1.250.000 votos y cuatro diputados, que nadie pronosticaba, provocaron el estupor demoscópico. Todo eso iría in crescendo. Podemos, Unidos Podemos y las coaliciones afines gestionan hoy poderes locales, con desigual eficacia. De lo que no se puede hablar, por ahora, es de corrupción y de abuso de poder. Y eso, la honradez, también es eficacia. Creo que es una suerte que la desafección política, la melancolía democrática, no haya derivado en España hacia formas xenófobas y autoritarias. El género de Podemos es fluido, parece abierto a la reinvención. Esperemos que Caín no entre nunca en sus entrañas.

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