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Los pequeños arroceros de Soavinarivo

56 cuenta la lucha de tres niños por conseguir 56 kg de arroz el precio por ir a la escuela primaria en Soavinarivo, una pequeña aldea en el interior de Madagascar

En época de lluvias, cuatro meses el año, el lugar se convierte en una isla. Las inundaciones los dejan incomunicados y las familias, con una media de 6,1 hijos por casa, pasan épocas de hambruna.
Allí, para ir a la escuela, los niños debían pagar: 56 kilos de arroz para poder asistir a un edificio medio en ruinas, sin mesas ni sillas, al que el profesor iba dos o tres veces al mes para dar un par de horas de clase.
Las tasas de analfabetismo estaban en el 87% porque la mayoría de las familias no podían conseguir esos 56 kilos. En casi todos los hogares la familia al completo sale al campo a trabajar; lo que, en muchos casos, supone que los niños tengan que dejar su educación para ayudar a sus padres. La escolarización no llegaba al 56%.
En Soavinarivo la prioridad de las familias es la subsistencia de sus miembros, que pueden llegar a superar la docena, conviviendo en una misma habitación con suelo de tierra compactada y en la que se cocina, se duerme y se pasa el tiempo libre cuando llueve.
Así que hasta allí, sin luz ni agua corriente, con más de la mitad de sus habitantes viviendo bajo el umbral de la extrema pobreza, llegó Carlos Gómez, un profesor de primaria que había puesto en marcha, un año antes, el proyecto 'Willka'.
Tras haber pasado un tiempo como voluntario en una casa de acogida para 60 niños y niñas en la sierra andina de Perú, en las comunidades incas cercanas a la ciudad de Cuzco, Carlos Gómez decidió escribir 'Willka', una novela con cuyas ventas pretendía construir una escuela. Después de barajar varios lugares, eligió este diminuto lugar de África, lejos de la influencia o el control de la Iglesia Católica y grandes ONG.
Con algo más de 38.000 euros entre las ventas del libro, algunas donaciones y lo que ingresaron por algunas ponencias y charlas contando el proyecto, tenían que levantar no solo la escuela, sino una decena de pozos que facilitaba la vida a las familias, un comedor, unas letrinas y una casa de acogida para niños de aldeas aledañas.
Después de conseguir los permisos, viajó hasta allí y comenzaron las obras mientras los niños continuaban con su rutina: trabajar como si fuesen adultos.
Toda la aldea colaboró en el proyecto. Pintores, constructores, carpinteros... Carlos Gómez, junto a Vallivana Álvarez (coguionista y coproductora del documental '56'), lo coordinó durante todo el proceso.
El pasado verano terminaron las obras, coincidiendo con el rodaje del documental. 16 días de material audiovisual para el que Gómez solo tenía dos premisas: la historia la tenían que contar los habitantes e la aldea, solo ellos, y no se podía cambiar ni una coma de lo que narrasen.
El curso pasado fue el primero para esta escuela en la que 200 niños ya no tienen que pagar por asistir. La educación, por fin, es un derecho que muchos de ellos quieren aprovechar al máximo porque, aunque les gustaría seguir viviendo en la aldea, quieren hacerlo siendo profesores, o médicos.
Con menos de 40.000 euros, el proyecto de Carlos Gómez ha cambiado la vida de esta aldea: "No solo se trata de crear un beneficio en el Sur mediante la recaudación sino, aquí en el Norte, motivar una forma de pensamiento como ciudadanía global e incentivar a llevar a cabo pequeñas acciones que cambien el mundo".