La Provenza en la Alcarria

Campos de lavanda en Brihuega (Guadalajara). Javier Sánchez

POR MUCHO que la ciencia y la tecnología nos dejen cada día más absortos, todavía hay flores que celebran el regreso del sol y seres humanos que apuestan por ellas para extasiarse. Incluso como forma de vida.

Las flores tienen capacidad y fuerza para colarse en los mapas y estrechar distancias. Por culpa de su brillo, cuando uno llega a Brihuega (Guadalajara) cree estar en la Provenza francesa. En estos campos no hace falta que aparezca el perfil de la abadía de Sénanque ni que en la señal de entrada venga escrito Gordes, Lourmarin o Sault para hacer fotos y conmoverse ante el espectácu...

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POR MUCHO que la ciencia y la tecnología nos dejen cada día más absortos, todavía hay flores que celebran el regreso del sol y seres humanos que apuestan por ellas para extasiarse. Incluso como forma de vida.

Las flores tienen capacidad y fuerza para colarse en los mapas y estrechar distancias. Por culpa de su brillo, cuando uno llega a Brihuega (Guadalajara) cree estar en la Provenza francesa. En estos campos no hace falta que aparezca el perfil de la abadía de Sénanque ni que en la señal de entrada venga escrito Gordes, Lourmarin o Sault para hacer fotos y conmoverse ante el espectáculo que brinda la lavanda. Esto es la Alcarria, la misma que recorrió Cela “a mero pinrel”, más pendiente de la gente que del paisaje. Y este el pueblo donde pasó sus últimos años el reportero Manu Leguineche.

El propio Albert Camus, que tanto amó la Provenza, escribió que el charme “es un modo de obtener como respuesta un sí sin haber formulado ninguna pregunta”. Pues bien, lo mismo ocurre con Brihuega: uno va al sur de Francia sin ir y sintiendo que el sur de Francia viene a él.

"La lavanda da una rentabilidad cuatro veces mayor que el cereal".

La historia tiene su geografía y su mito: en los años sesenta, Álvaro Mayoral, maestro de escuela en la región, pasaba los verano en Francia, y su hermano Ángel, como tantos otros jóvenes de la época, iba a la vendimia a doblar la espalda y ganar cuatro perras. Se fascinaron con los colores de los campos en periodos de floración y, en un acto visionario, trajeron plantas de lavandín, resistente híbrido entre lavanda y espliego para plantarlo ya enraizado en estos páramos de tierras altas. Hoy se cultivan unas 1.200 hectáreas de manera industrial, se imparten cursos de técnicas de cultivo, sus tres destilerías comercializan varias esencias a países como Estados Unidos, Francia, Suiza o México y tienen clientes como Puig o LVMH. Además, hay un festival de música con conciertos entre las flores, un rally fotográfico y paseos en globo.

Contacto con Juan José de Lope, director comercial de Alcarria Flora, en Cogollor, una de las destilerías de aceites esenciales y plantas aromáticas más productivas de la comarca, muy entusiasta con la divulgación de la Alcarria (para él, “una mezcla de aromas, sabores y colores que entra por los sentidos”): “Es el momento de fijarse en el modelo francés y, salvando las distancias, adaptarlo a las condiciones turísticas de Castilla-La Mancha. Ellos mueven cinco veces más el turismo en torno a la palabra lavanda”. Lo tiene claro: “Las flores producen beneficios. La lavanda da una rentabilidad cuatro veces mayor que el cereal. Habría que hablar con operadores de turismo para incluir actividades con la lavanda para los turistas que vienen a Madrid, pues estamos a una hora. En la Provenza tienen a cientos de turistas asiáticos cada día haciéndose fotos y todos los restaurantes llenos. Nosotros podemos ser los siguientes”. Ahora sí, lavanda: oro púrpura.

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