Myriam Badault, la iluminadora de esencias

Directora creativa de Diptyque.Ana Nance

LA PRIMERA vez que Myriam Badault atravesó la puerta del número 34 del Boulevard Saint-Germain de París experimentó un “shock olfativo”. Llegó a la tienda de Diptyque espoleada por su primer maestro, Annick Goutal. El veterano perfumista había decidido fabricar velas y quería que su aprendiz se impregnase del savoir faire de la firma fundada hace medio siglo. El olor de la cera aromatizada y las fragancias golpearon a una joven que ya no pararía hasta conseguir trabajar para esta compañía cuyas velas han estado presentes en el camerino de Madonna o en el tocador de la princes...

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LA PRIMERA vez que Myriam Badault atravesó la puerta del número 34 del Boulevard Saint-Germain de París experimentó un “shock olfativo”. Llegó a la tienda de Diptyque espoleada por su primer maestro, Annick Goutal. El veterano perfumista había decidido fabricar velas y quería que su aprendiz se impregnase del savoir faire de la firma fundada hace medio siglo. El olor de la cera aromatizada y las fragancias golpearon a una joven que ya no pararía hasta conseguir trabajar para esta compañía cuyas velas han estado presentes en el camerino de Madonna o en el tocador de la princesa Diana, pasando por todas las boutiques de Lanvin.

DAR CON LA FÓRMULA PERFECTA PARA LA VELA DE HIGUERA, UNA dE LAS MÁS VENDIDAS, LLEVÓ CUATRO AÑOS.

La oportunidad llegó en 2006, cuando, tras ocupar el puesto de responsable de producto en Jean Patou y Rochas, fue nombrada directora creativa de Diptyque. Justo un año antes, la casa francesa había sido adquirida por la compañía británica Manzanita Capital (propietaria entre otras de las firmas de belleza Eve Lom y Malin+Goetz). En esta última década, Badault ha convertido a Diptyque en sinónimo de velas de lujo y ha situado sus creaciones en todo el mundo. Entre sus adeptos cuenta con la actriz Catherine Deneuve, la escritora Amélie Nothomb o el cantante Benjamin Biolay.

La marca cuenta con más de 40 tipos de velas.

Badault no se considera una perfumista. “Me falta la parte técnica”, confiesa. “Es un privilegio trabajar con las mejores narices, pero también con pintores, escultores o vidrieros”. Desde sus inicios, Diptyque fue concebida como un experimento creativo. En 1961 la interiorista Christiane Gautrot, el pintor Desmond Knox-Leet y el decorador de teatro Yves Coueslant abrieron una pequeña boutique que aglutinaba objetos y olores traídos de sus viajes por el mundo. Comenzaron diseñando papel pintado y pronto llegaron las fragancias y las velas, su producto estrella.

Ahora es la directora creativa la encargada de mantener el legado y el espíritu de los fundadores. “Yves siempre contaba historias de sus viajes que yo convertía en perfumes. Ahora me las cuenta Myriam”, explica Fabrice Pellegrin, colaborador habitual de la marca. Este nariz es el autor de La Madeleine, una vela que huele a magdalenas en referencia a aquella que Marcel Proust evocó en En busca del tiempo perdido. La idea surgió cuando Badault descubrió que la finca que la firma tiene en Normandía había sido la oficina de correos utilizada por el escritor para enviar su correspondencia.

Los papeles pintados forman parte de las creaciones de la casa desde sus inicios.

Cada vela tiene una fórmula diferente de ceras que puede ser el resultado de decenas de pruebas (cuatro años se tardó en dar con la de higuera, una de las más vendidas). Además, algunos de los productos se fabrican a mano, como los cirios, de los que se producen 500 unidades al día.

Trabajar con productos naturales complica la ecuación. Hay esencias que no huelen como se espera al ser quemadas. “Los cítricos no funcionan. Y el jengibre no desprende ningún aroma”, explica Badault.

Entre las decenas de olores que la firma ha capturado hay frutas, flores, hierbas, especias o maderas. Estas velas (que cuestan alrededor de 46 euros) forman parte del repertorio estable, pero Diptyque se embarca a menudo en nuevas aventuras. Un buen ejemplo es la Colección 34, que con motivo del 50º aniversario de la casa contó con los perfumistas Olivier Pescheux y Roman Kaiser para reducir la sinfonía de aromas que flota en la boutique de Saint-Germain a ocho notas. Su objetivo era “robar su fragancia”. Así, Badault convirtió la historia de aquella primera visita a la tienda en un perfume.

Fachada de la tienda en el Boulevard Saint-Germain.

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