Columna

Instrucción 6

Pregúntese cómo, por qué, en qué momento empezó a ser, para ella, un perfecto imbécil

Una mujer haciendo la compra en un supermercadoGETTY IMAGES

Pase un buen rato en el supermercado. Esfuércese. No siempre hace las compras, así que aplíquese con entusiasmo. Mire la lista que han confeccionado juntos: harina, huevos, café. Cuando no encuentre lo que busca —eso que en la lista figura con todo detalle: marca, cantidad— pregúntese: “¿Qué hubiera comprado ella?”. Escoja en consecuencia. Después de un rato, chequee si falta algo y diríjase a la caja. Pague. Camine hasta su casa con brío, las bolsas colgando de los brazos potentes. Siéntase como un cazador-recolector que regresa a la cueva con la presa al hombro. Al llegar, anuncie: “¡Llegué!...

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Pase un buen rato en el supermercado. Esfuércese. No siempre hace las compras, así que aplíquese con entusiasmo. Mire la lista que han confeccionado juntos: harina, huevos, café. Cuando no encuentre lo que busca —eso que en la lista figura con todo detalle: marca, cantidad— pregúntese: “¿Qué hubiera comprado ella?”. Escoja en consecuencia. Después de un rato, chequee si falta algo y diríjase a la caja. Pague. Camine hasta su casa con brío, las bolsas colgando de los brazos potentes. Siéntase como un cazador-recolector que regresa a la cueva con la presa al hombro. Al llegar, anuncie: “¡Llegué!”. Vea cómo ella se acerca caminando por el pasillo, con esa actitud que tiene en los últimos tiempos, como si se sintiera molesta, incordiada por algo que usted no alcanza a saber qué es. Deje las bolsas sobre la mesa y empiece a sacar la mercadería. Diga: “Acá está el té, la harina”. Escuche cómo ella dice: “Esa no es la harina que te pedí”. Diga: “No había, pero traje esta que parecía igual”. Escuche cómo ella dice: “No es igual. Es más gruesa”. Sienta, dentro suyo, un cosquilleo en el que se mezclan la tristeza y la ira. Diga: “Bueno, la cambio”. Escuche que ella dice: “No vas a ir sólo para cambiar un paquete de harina. En algo la usaremos”. No responda. Vea cómo ella tiene en el rostro esa expresión que a usted le produce miedo y alarma: un gesto rígido de reprobación muda, como si todo su ser estuviera diciendo: “No se puede confiar en vos, no hacés nada bien”. Recuerde cómo, hasta hace poco, usted era su héroe: cómo ella tenía fe en que usted podía arreglarlo todo: un caño roto, la falta de dinero, incluso el clima. Diga: “Traje arándanos”. Escuche cómo ella, ya de espaldas, yéndose por el pasillo, dice: “Bueno. A vos te gustan”. Pregúntese cómo, por qué, en qué momento empezó a ser, para ella, un perfecto imbécil.

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