Columna

Euromillón

Administración de Loterías en Madrid.JUAN CARLOS HIDALGO (EFE)

Debemos combatir la mística que suele establecerse alrededor de la escritura. Pero sin negarla. ¿Qué decir de ese loco que se empeña en escribir una novela? Fíjense en él: acaba de regresar del trabajo, o de salir de la cama, y se sienta frente al ordenador dispuesto a levantar una primera frase. Y la levanta, sólo que al releerla se da cuenta de que es la frase la que le ha levantado a él. La tacha por banal, por improductiva, por tópica. Toma aire, observa sus dedos, dispuestos en forma de garra sobre el teclado, y vuelve a consumar otra oración inane.

Nadie le obliga a sufrir de este...

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Debemos combatir la mística que suele establecerse alrededor de la escritura. Pero sin negarla. ¿Qué decir de ese loco que se empeña en escribir una novela? Fíjense en él: acaba de regresar del trabajo, o de salir de la cama, y se sienta frente al ordenador dispuesto a levantar una primera frase. Y la levanta, sólo que al releerla se da cuenta de que es la frase la que le ha levantado a él. La tacha por banal, por improductiva, por tópica. Toma aire, observa sus dedos, dispuestos en forma de garra sobre el teclado, y vuelve a consumar otra oración inane.

Nadie le obliga a sufrir de este modo, excepto la idea loca de escribir una novela. Si se le apareciera el diablo, le ofrecería el alma a cambio de esa frase fundacional en cuyo vientre debería engendrarse el resto de la historia. Como el diablo no aparece, continúa trabajando por su cuenta. Para que algo suceda dentro de la escritura, piensa, es preciso arar el lenguaje con una herramienta mental distinta a la que se emplea para hablar o para escribir prospectos farmacéuticos.

He aquí que, como hombre de su tiempo, juega al Euromillón, que consiste en que tu columna de números coincida con la que sale el día del sorteo. En la búsqueda desesperada de una analogía, se le ocurre que, después de todo, una novela no es más que el resultado de colocar una palabra detrás de otra en la confianza de que ese orden verbal coincida con el que los lectores tienen en el lado oscuro de su alma. Escribir, reflexiona, se parece a la lotería, una lotería en la que, para exponerte a ganar, debes aceptar de entrada una pérdida enorme de energías. Nuestro hombre abandona su escritorio, sale a la calle y se dirige al despacho de Apuestas y Loterías del Estado. Suerte, amigo.

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